domingo, 25 de mayo de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 18



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 18

18

«Descansemos», dijo Linx, telepáticamente. 

Iban a muchísima velocidad.

—Detente, preciosa —susurró Valesïa en el oído de Karia, y el unicornio obedeció al instante.

La muchacha se bajó del animal mágico y dejó en el suelo sus armas y las provisiones que llevaba en una alforja de cuero: en Arcânia, la eshïa Marëlia le había entregado una magnífica espada y un potente arco con carcaj de madera, y también la pequeña alforja con pociones mágicas y algo de comida imperecedera.

Sacó una galleta y empezó a comerla con rapidez.

«¿Tienes hambre?», preguntó el lince.  

—Sí —respondió ella.

«Prepara un fuego, volveré enseguida».

—No tardes.

A la muchacha no le gustaba que el lince se ausentara durante mucho tiempo.

«No te preocupes, tardaré poco».

—Vale.

Recogió maleza seca y varios troncos pequeños, que los apiló en el suelo. No habían pasado ni cinco minutos cuando apareció Linx con un conejo en la boca y lo dejó junto a ella.

«Prepáralo, yo voy a cazar algo más grande para mí», dijo con autoridad.

Valesïa despellejó el conejo, lo limpió y lo ensartó en un palo, pero cuando regresó Linx, todavía lo tenía intacto.

«¿No tenías hambre?», preguntó el felino, extrañado.

—Sí, pero no tengo pedernal para encender el fuego —dijo, encogiéndose de hombros.

Linx pareció sonreír, como ocurrió con Tag cuando se había convertido en el gato Siam.

—¿Te divierte? —preguntó, ofendida.

«¿Para qué tienes el amuleto, sino para ayudarte?».

—Ah —exclamó—, ¿cómo no había caído antes? 

Después extrajo el amuleto y lo apretó con fuerza. Cerró los ojos y pensó en fuego. 

Al abrirlos, los troncos ya estaban ardiendo.

—Se me había olvidado —dijo.

«Con él te quitarás muchos problemas».  

—Lo tendré presente.

El conejo no era muy grande y tenía poca carne, pero se dio una buena comilona y acabó con más de la mitad. La carne era tierna y la comió con ganas.

—No me queda agua en la vasija —dijo.

«Sígueme. Cerca de aquí hay un arroyo».

Recogió todo. Se desviaron un poco del camino y llegaron a un riachuelo ancho, pero no muy profundo, que nacía más al norte. Llenó la vasija y bebió hasta saciarse. 

Luego volvió a rellenarla.

—Qué hermoso —dijo Valesïa, contemplando el arroyo.

«Si quieres, podemos pararnos por hoy. Llevamos un buen ritmo y te noto cansada».
—¡De acuerdo! —La muchacha se sintió feliz.

En los últimos días había adelgazado demasiado, y aunque había descansado en la Ciudad Secreta, se notaba cansada. Era extraño.

«Así podrás descansar y mañana rendiremos más», dijo el lince.

Valesïa asintió.

Se acomodó en el suelo y durmió más de dos horas seguidas. Cuando despertó, aún era de día.

—Voy a darme un baño —le dijo al lince—. ¿Te apetece?

Linx se aproximó al arroyo, metió las patas en el agua y olisqueó.

«El agua está muy fría, casi helada. ¿Seguro que quieres bañarte?».

—Sí, necesito un baño —insistió Valesïa.

La muchacha cogió su amuleto y mediante la magia cambió sus ropas oscuras, flexibles y acorazadas por un vestido ligero y blanco. Después se acercó más al arroyo, a menos de un metro, y con un suave movimiento se quitó el vestido y se quedó completamente desnuda.

El lince la escrutó con la mirada.

«Te has quedado muy delgada», apuntó. 

La muchacha se encogió de hombros.

—Uf, sí que está fría —dijo, notando cómo se le erizaba la piel.

«Ya te lo he advertido».

Pero se metió más adentro, giró hacia Linx y con una mano le lanzó agua y lo mojó.
—No me digas que te da miedo el agua —insinuó con una sonrisa maliciosa.

El lince mostró los colmillos y corrió hacia ella. Saltó muy próximo y ambos se sumergieron por completo en las aguas. Al salir a la superficie, la muchacha dio una gran bocanada de aire sin parar de sonreír.

«A mí no me da miedo nada», dijo el felino.

Durante más de una hora nadaron y bucearon, y no pararon de «jugar», como niños.

—Hay muchos peces debajo —reconoció Valesïa.

«¿Quieres alguno para la cena?».

Ella soltó una carcajada y volvió a tirarle agua.

—Necesitaré muchos para llenar el estómago, son muy pequeños.

«¿Crees que no podría atraparlos?».

—Ya no me sorprende nada de ti —dijo, sonriendo.

Luego salió del agua con el lince a su lado y se tumbó boca arriba sobre la hierba para que se secara con el sol. Karia pastaba a pocos metros. Cerró los ojos mientras acariciaba a Linx en las orejas y notó que otra vez se adentraba en un profundo sueño. No lo evitó, y esta vez ya estaba oscureciendo cuando despertó.

—¿Por qué no me has llamado? —preguntó. 

El lince se encontraba a su lado, tumbado sobre la hierba.

«Porque necesitabas dormir, para eso nos hemos parado», dijo el felino sin ni siquiera levantar la cabeza.

Valesïa se acercó al arroyo y con ambas manos se llevó un poco de agua a la boca.

—¡Oh! —exclamó de repente.

El lince se incorporó rápidamente y Karia relinchó, nerviosa.

«¿Qué pasa?».

Valesïa estaba estupefacta y miraba el reflejo de su cuerpo en las aguas tranquilas del arroyo.

—¡Mira! —dijo, volviéndose hacia el lince.

Linx la miró con curiosidad.

«Ya ha empezado», afirmó, sin apartar la vista de la muchacha.

Durante un buen rato, Valesïa no pudo dejar de mirar sus grandísimas orejas puntiagudas y sus seductores ojos de gata.




—¿Por eso estoy más delgada? —preguntó la muchacha al día siguiente, cuando se disponían a continuar su viaje.

Ahora comprendía muchas cosas que le habían dicho en el Aerïlon, el Consejo de Sabios del Bosque de Auriesïs, y había ignorado. Todavía no podía creer que su cuerpo se estuviera «transformando» en auri.

«En efecto. Tu organismo está cambiando, y consumes mucha energía», respondió el lince. «Por eso te encuentras más agotada que de costumbre».

—Pero tardaremos más porque no podré seguir tu ritmo.

«Perderemos unos días, pero no te preocupes».

—¿Cuánto queda para salir del bosque?

«No mucho».

—Continuemos —dijo, subiéndose en el unicornio.

«Cuando te agotes, me lo dices».

—Sí.

No pasó mucho tiempo cuando tuvieron que hacer otra parada.




Valesïa
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