domingo, 4 de mayo de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 6



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 6

6

Un legionario corpulento, uniformado con ropajes marrones y protegido con una armadura de acero, atacó por la derecha con su espada larga y pesada. Fue una estocada rápida, dirigida al costado de su adversario. Pero el otro, más ágil, desvió la embestida con un salto lateral que dejó sorprendidos a los concurrentes, que no paraban de gritar y animar. El salto fue asombroso.

Llevaban ya veinte minutos, poco más o menos, combatiendo, y el cansancio hizo mella en ambos. Además, era medio día y el sol de verano abrasaba la tierra.

Los dos guerreros iban protegidos con yelmos y armaduras. El más corpulento lucía en el centro de su armadura un gran sol atravesado por varios rayos rojos, y su enemigo, unos pantalones ceñidos y oscuros y una ligera cota de malla, pero igual de resistente que la armadura del otro.

De repente, la lucha se avivó y los duros golpes se sucedieron como relámpagos. La fuerza y la destreza de uno contra la agilidad y la pericia del otro.

El más ágil cayó al suelo y, cuando su oponente se disponía a rematar la liza con un golpe certero, giró a su izquierda a una velocidad de vértigo, se levantó, dio una arriesgada voltereta hacia adelante y, abalanzándose violentamente, situó su espada en el cuello de su adversario.

—¡Muerto! —exclamó Valesïa. 

Mientras, se quitaba el yelmo, retiraba la espada y la metía en la funda. En su rostro se dibujó una amplia sonrisa.

—¡Demonios! —maldijo Thear, el monje guerrero—. ¿Cómo has hecho eso? —Los espectadores rieron fuertemente. Algunos fueron marchándose y volvieron a sus quehaceres, y otros comenzaron a entrenar en el patio de armas—. ¿Te lo ha enseñado Tácis?

—No, no… —A la muchacha le faltaba la respiración—. De eso nada.

—Eres más ágil que una pantera —dijo el monje guerrero mientras se pasaba una mano enguantada por su cabeza rapada, llena de sudor.

Valesïa rio por el cumplido.

—Una gran luchadora —prosiguió el hombre—. La mejor discípula que he tenido nunca.

—¡Discípula! —sonrió Valesïa con malicia—. ¿Cuándo una discípula vence a su maestro?

Thear soltó un gruñido, pero Valesïa, divertida, rio a carcajadas. 

El escudero del monje guerrero ayudó al hombre a despojarse de su pesada armadura, y otro sol rojo apareció dibujado en su hábito, igual que el anterior. Mientras, la muchacha se quitó su cota de malla y se secó el sudor con una toalla. Al final, marcharon hacia la taberna del castillo y Thear pidió al tabernero cerveza para los dos. Cuando el hombre, de estatura baja y piel morena, llevó dos jarras, el corpulento monje guerrero se bebió la suya de un trago y eructó sin miramientos. Luego pidió otra.

—Eres muy buena —dijo, asintiendo y con una sonrisa—. La mejor guerrera que conozco, de eso no me cabe duda.

Valesïa agradeció otra vez el cumplido. Recordó que aquella misma mañana, a primera hora, había visitado a Tag, el mago. Habían hablado de los auris, de los animales mágicos y de los sueños, como era lógico.

—En los sueños hay magia —le había dicho Tag mientras fumaba muy despacio en su pipa—. Y como bien te ha dicho el erudito, los auris les dan mucha importancia. La magia no sólo se aprende, se lleva dentro. Y tú más que nadie, Valesïa. Tu «magia auri» hace que tus sueños sean más reales que los de cualquier hombre corriente. Hazle caso a los sueños según te dicte tu corazón y tu mente. —Se le acabó el tabaco y dejó la pipa sobre la mesa, después de limpiarla, dándole unos suaves golpecillos en un cenicero, donde cayó el tabaco quemado—. Tu físico se parece también al de los auris: ojos rasgados, eres delgada, ágil, y hasta tienes la piel clara, igual que ellos, sí señor, y eres muy buena guerrera, por supuesto. —La habitación estaba llena de humo y la muchacha tosió, aunque en realidad no le desagradaba el olor del tabaco de la pipa, que olía a menta y a hierbabuena—. Y hasta orejas grandes… sólo te faltaría que terminaran en punta, y no descarto que llegues a tenerlas así —dijo, guiñándole un ojo y sonriendo maliciosamente.

Valesïa se quedó boquiabierta y, en un acto reflejo, se tocó las orejas mientras el mago soltaba una carcajada.

—En lo referente a los linces —siguió diciendo el mago— son animales mágicos. Sí, sí, Bêlion también ha acertado al decirte que son la creación de un gran dios… Antaño eran numerosos, pero, eso sí, nunca han salido mucho de sus bosques, su hogar ancestral. Pero al marcharse los auris fueron extinguiéndose poco a poco y hasta hoy en día les cuesta mucho reproducirse. Eran los protectores de los auris que vivían en los bosques. Sus más fieles compañeros…

Thear metió una mano en el bolsillo de su atuendo y sacó una cadena de color rojo, muy llamativa. En ella había una figura con la forma de un corazón, del mismo color. La joya resplandecía como los rayos del sol al amanecer y Valesïa la miró, maravillada.

—Esto es para ti —dijo mientras se la colgaba en el cuello.

—¿Qué es? —preguntó.  

—Un amuleto. Es el Corazón de Enëriel, así se llama.

—Es precioso —murmuró Valesïa—. ¿Enëriel?

—Una antigua reina auri —explicó el monje guerrero—. Vivió hace muchísimos años.

—¿Y qué simboliza? —Acarició el corazón con sus dedos y notó su potente magia en las yemas. Varias imágenes tomaron forma en su cabeza y sin comprender el motivo supo que Enëriel era la dama auri que aparecía en sus sueños, la dama de los largos cabellos rubios. Ahora, además de confusa también estaba intrigada.

—Enëriel fue la esposa de un gran rey auri llamado Eäliadel —continuó Thear—. Ese rey fue asesinado. Si miras bien, verás cómo en el corazón hay tallada una línea fina en el centro. —Valesïa asintió con un movimiento de cabeza—. Un corazón roto. Representa el enorme sufrimiento que sufrió la reina por la muerte de su esposo. Este amuleto es muy poderoso. Con él conseguirás casi todo lo que desees.

—¿De verdad? —preguntó la muchacha, asombrada—. ¿Cómo es posible? —seguía sin apartar la mirada del amuleto, hipnotizada con su magia.

—Busca siempre la justicia —explicó el monje guerrero.

—¿Cómo?

—Ya irás descubriéndolo —dijo el hombre sin dar más explicaciones.

—¿Es antiguo?

—Mucho —informó Thear—. A mí me lo entregó mi antiguo maestro y superior de mi orden, Moïn.

—¿Por qué me lo das? —La muchacha seguía sin comprender. 

—Moïn me lo entregó el día que le vencí en combate —mintió el monje guerrero mientras sonreía fingidamente.

—Cuéntame algo más de Enëriel, Thear —pidió Valesïa.

El monje guerrero asintió.

—De acuerdo —dijo—. Para los auris fue una reina muy querida, y tras su muerte la veneraron casi como a una xanïa.

La muchacha también asintió. Los xanïas eran ángeles del cielo, protectores de los dioses y eternos enemigos de los enâis, los ángeles del infierno.

—Enëriel murió pocos años después que Eäliadel —continuó el monje guerrero— y el misterio rodea su muerte. La auri aún era joven y podría haber vivido cientos de años más.

—¿Qué ocurrió entonces?

—Veneno —dijo Thear en voz más baja. Los clientes abarrotaban el establecimiento y el ruido de risas y voces era ensordecedor—. Los historiadores, eclesiásticos, eruditos y magos cuentan que la mujer auri perdió la cabeza, se volvió loca y optó por llegar así al mundo de los espíritus.

—¡Oh!

—Cubrieron su cuerpo con sus cenizas y con la espada de su esposo, que ella misma había guardado.

El monje guerrero se tocó su larga perilla, sin bigote.

—¿Dónde la enterraron?

El hombre se encogió de hombros.

—También eso es otro misterio —dijo—. Nadie lo sabe. Sólo los auris.

La muchacha recordó la canción que escuchaba en sus sueños. Esa canción decía: «objetos poderosos ocultos en nichos oscuros», y pensó que tal vez un objeto poderoso fuera la misma espada del rey.

—¿Cómo se llamaba la espada? —preguntó mientras miraba el símbolo que llevaba Thear en el pecho de su túnica: el sol rojo atravesado por los rayos.

—Herénia. Una espada digna de un dios.

El monje guerrero pidió su tercera jarra de cerveza y, cuando la trajo el camarero, dio otro gran trago y volvió a eructar otra vez sin miramientos.

—¿Qué significado tiene su nombre?

—Es auri, por supuesto, y significa: «justicia».

Justicia, justicia, aquella palabra retumbó en la cabeza de Valesïa: justicia, justicia.
—Los reyes auris fueron heredando la espada de padres a hijos, generación tras generación, y con ella cumplían con su deber de reyes justos —siguió diciendo el capitán—. La espada no fue forjada en Castrum, los auris la trajeron de otras tierras.

—¿Sabes auri?

Thear negó con la cabeza.

—Ni los más grandes sabios saben auri —explicó—. Es un idioma demasiado complicado para los hombres. Pero sé algunas palabras que me enseñó mi maestro.
Valesïa volvió a acariciar el corazón y sintió su poder extraordinario.

—¿Cómo era la reina Enëriel? —preguntó.

—Ah, eso lo desconozco —dijo, negando otra vez con la cabeza.

«Con cabellos rubios y muy hermosa», pensó la muchacha, pero no dijo nada.

—Cuida bien de él —dijo Thear, señalando al amuleto y haciéndole un guiño con los ojos. Para Valesïa, el monje guerrero era guapo, y lo encontró tremendamente atractivo.

—Por supuesto —prometió la muchacha.

Pero el hombre no le explicó algo muy importante: el amuleto siempre había pertenecido a la Orden del Têlum. Lo crearon los auris antes de abandonar Enesïa y lo entregaron a los primeros hombres de la orden, consagrando así una amistad con ellos hasta el fin de los días. Tampoco le había dicho que la reliquia se guardó en la cripta del Templo del Sol de los monjes guerreros de Mür, y que nadie la había llevado desde que la trajera Moïn de Tolen, hacía ya cinco años. 

Y también había mentido en otro asunto: Thear nunca había vencido en combate a su maestro Moïn.

A la mente de un Thear, que en aquel tiempo acababa de cumplir su trigésimo primer cumpleaños, llegaron las imágenes de ese día: su maestro llegó a Mür acompañado de otros diez caballeros têlmarios y quince lobos negros. Las gentes se apartaban a su paso con nerviosismo porque los monjes guerreros aparte de respetados, también eran temidos.

Se reunió en privado con Moïn, y fue cuando le entregó la pequeña caja de madera. En su interior estaban el amuleto y el medallón.

—Nadie debe saber dónde se encuentran —advirtió Moïn.

—Nadie lo sabrá, mi comandante. —En aquel tiempo Thear todavía no comprendía bien el motivo—. ¿Volverás a por ellos?

—No. En Tolen ya no están seguros.

—¿Han intentado robarlos?

—La enâi los buscará cuando Ariûm llegue a la Corte. Eso me ha dicho el gran mago.

Aún hoy, Thear se estremecía cuando recordaba aquella frase.

—¿La enâi…?

Thear intentó hablar, pero Moïn se lo impidió.

—El amuleto se lo darás a la niña. Se creó para ella…




Valesïa

Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

8 comentarios:

  1. Muy buen relato me ha gustado mucho. Magnifica descripción del atuendo de los guerreros y mejor narración del combate. Saludos, fuerza y honor.

    ResponderEliminar
  2. Hola Miguel:

    Hermoso el relato. Ahora sólo falta una conversación en el idioma auri,me matarías. :)
    Y a Valesïa la adoro.

    –¿Discípula?–sonrió Valesïa con malicia– ¿Cuándo una discípula vence a su maestro?
    Thear soltó un gruñido, pero Valesïa, divertida, soltó una carcajada.

    Saludos cálidos desde Tarragona.

    ResponderEliminar
  3. Me ha gustado mucho este capítulo, el que más. Tiene acción e historia. Además, por la cantidad de comentarios, veo que no sólo me ha gustado a mí. Muy bien narrado el duelo, me ha recordado mucho a los duelos escritos por Toni Grimal. Jeje.

    ResponderEliminar

 

Mi lista de blogs