miércoles, 4 de junio de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 23



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 23

23

Cuando los exiliados del sur se unieron con sus compatriotas del centro, Valesïa y Linx, a su pesar, aún se encontraban en el Bosque de Mür.

La recuperación de la muchacha después de despertar fue lenta y costosa, y aunque al principio creyeron que podían continuar, la muchacha «auri» volvió a sentirse cansada, por lo que se apearon bastantes días más.

Mientras, el ejército oscuro se desplegaba hacia sus tres primeros objetivos: en dos, Zurion y Mür, comenzaron las batallas. En el último, Tolen, la guerra estaba ganada cuando llegaron a una inmensa ciudad deshabitada. Sin embargo, también fue un inconveniente para los brujos desactivar las trampas mágicas, que acabaron con la vida de numerosos monstruos. Pero eso no era problema para Ariûm.

El gran brujo Enis consiguió acceder al interior de la Auriseän, la escuela de magos, pero se sintió eternamente frustrado cuando la encontró desierta. Los magos se lo habían llevado completamente todo. Por otro lado, la enâi buscó en la catedral el amuleto y el medallón tal como le ordenó Nedesïon y como había vaticinado un gran mago. Pero tampoco tuvo éxito y descubrió con ayuda de la magia negra que los objetos estaban lejos de la capital, y maldijo con rabia a los monjes guerreros. Ellos eran los únicos que conocían su existencia. No obstante, tampoco le extrañó demasiado.

Ariûm se sentó en el viejo trono del Castillo del Sol de Tolen, y se autoproclamó monarca y señor de Enesïa. Una tierra oscura y sombría como el mismísimo Castillo Tiniebla de Morium.

Y esperó a las victorias en el sur para continuar con la conquista del norte.




—¿Qué ocurre en el mar del Este? —preguntó Cícleo.

—La guerra ha comenzado, mi señor —dijo Thear, el monje guerrero—. Por ahora, nuestros navíos dominan sin problemas a los taen.

—Los monstruos no son buenos marineros —dijo Cícleo, y los hombres asintieron.

Después se volvió hacia un mensajero que acababa de llegar al Castillo del Bosque para informar, y preguntó:

—¿De verdad son tantos?

—Sí, mi señor —dijo el hombre—. También vienen gigantes y una legión de minotauros. Y en el cielo cientos de dragones.

—¡Maldición! —exclamó Rênion.

—No podremos hacerles frente —insinuó Cícleo, pensativo—. Que se retiren hasta la primera torre, la guerra empezará —ordenó. 

—A la orden, mi señor —dijo el mensajero y salió de la sala haciendo una reverencia.

Las torres de vigilancia no eran muy grandes, y los monstruos las demolieron.
Kûak era el general tarko que comandaba el ejército, y el monstruo se quejó a los dîrus de no colaborar más en destruirlas. Un brujo lo miró con rencor y le lanzó un rayo de fuego cerca de los pies; los dîrus eran una raza superior a los simples tarkos, aunque éstos perteneciesen a mandos superiores del ejército, y no toleraban dichas insubordinaciones.

El tarko le gruñó y enseñó sus colmillos sucios, pero se dio la vuelta y se marchó. En cambio, otro monstruo se lanzó contra el brujo. El monstruo lo hirió con una daga en el brazo, pero al instante el brujo lo abrasó vivo con un rayo de fuego. Se inició una reyerta y murieron seis tarkos. Después todo volvió a calmarse como si no hubiera pasado nada, y monstruos y dîrus volvieron otra vez al trabajo. Así era el ejército oscuro, infame.




En dos días los hombres desalojaron todas las torres de vigilancia, se situaron delante de la muralla del castillo y esperaron preparados para la batalla.

—¡Resistiremos como valientes legionarios! —exclamó un capitán.

Los militares gritaron.

Y esperaron, ansiosos, la llegada de los monstruos.




—Majestad —dijo la voz ronca del tarko, doblando una pierna y arrodillándose.

—Acércate. —Ariûm se encontraba sentado en el trono, acompañado de Sirinea y de su séquito—. ¿Qué noticias traes?

—Zurion ya es pasto de las llamas y de los buitres —dijo el monstruo.

Ariûm sonrió con malicia.

—Que empiece el ataque a Mür —ordenó.

El tarko asintió.

—A la orden, majestad —dijo.     

«Acabaremos con todos», susurró la espada Dolor con maldad en la mente de Ariûm. Sirinea lo miró a los ojos y también sonrió maliciosamente.

El monstruo se dio la vuelta y salió de la sala con una nueva orden de su rey que transmitir. 





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