lunes, 11 de enero de 2016

Elinâ: PRIMERA PARTE "LEVIATÁN", CAPÍTULO 2


           Elinâ: Primera Parte "Leviatán", Capítulo 2



2
La bruja corrió de manera vertiginosa por las calles oscuras entre un vaivén de sombras fantasmagóricas.

Le perseguían cuatro tarkos que jadeaban y gruñían como animales.

Los tarkos eran monstruos horribles, con feos rostros de rasgos porcinos, enormes colmillos de jabalí y ojos amarillos enfermizos, e indudablemente guerreros fuertes, aunque incomparables con otras estirpes más sagaces de los reinos del norte de Tierra Leyenda, el único planeta habitado del sistema solar Lacteon de la galaxia Lucem —una inmensa galaxia del universo infinito creado desde tiempos inmemorables por los dioses del Edén con su magia divina—.

Aquellos terribles monstruos habitaban en las ciudades y las poblaciones de las costas del mar del Oeste y del mar del Este del Reino Oscuro, en la gigantesca ciudad del desierto llamada Sireum y a lo largo del caudaloso río navegable Fluvión, con otras estirpes como los minotauros, los gigantes o los taens.

De la misma forma, en el confín más meridional del reino, en la ciudad sin ley de Mors, gobernada por clanes y organizaciones criminales, a miles de kilómetros de la capital Morium, moraban también los monstruos que gobernaban a sus anchas, con los poderosos dîrus, la siniestra ciudad.

En aquella ciudad se encontraba nuestra protagonista.

Un destello brilló en la noche y la bruja esquivó la daga, tal vez envenenada, que le lanzó un monstruo, en el último momento.

Siguió corriendo con rapidez y esquivando hábilmente los obstáculos que hallaba. 

Los demás individuos que transitaban las calles oscuras se apartaban sin más, ocultándose en ocasiones entre las sombras, sin interferir en aquello que no les concernía en absoluto.

De repente, el corazón le dio un vuelco en el pecho y frenó en seco: delante había cuatro tarkos, armados con espadas y palos de pinchos, que obstruían el paso de la calle. Ahora tenía que luchar contra ocho enemigos. El asunto se complicaba demasiado.

Entonces, un monstruo se adelantó.

—Kut quiere conversar contigo —dijo con una voz siniestra, muy diferente a la suya.

—¿De verdad? —sonrió la mujer con malicia.

—Si no accedes, morirás aquí mismo.

—¿Y si accedo?

—Podrás llegar a un acuerdo con él.

—No creo.

—Le has traicionado, ahora tendrás que ganarte de nuevo su confianza.

—Ya no confiará más en mí.

—No tienes más opciones.

Los monstruos de detrás se movieron algo excitados.

—Kut tiene su merecido.

—Eso se lo dirás tú en persona —el monstruo la miró con crueldad—. Kut es el dirigente de Novuk.

Novuk era la organización criminal que el monstruo lideraba. El nombre en la lengua común significaba: mi Ley.

—Pero no el de Mors —dijo la bruja medio sonriendo.

El monstruo gruñó como un jabalí, enseñando unos horrendos y afilados dientes ennegrecidos.

—No continúes provocándome —advirtió.

—Yo no te provoco. Te digo la verdad —dijo la bruja, mirándolo cruelmente con sus ojos siniestros. El monstruo dudó durante un instante—. Comunícale a Kut que pronto iré a verlo. Ahora, marchaos.

El monstruo negó con la cabeza.

—Lo siento, pero esta vez tienes que venir con nosotros —indicó—. No te lo volveré a repetir.

—Yo he respetado a Kut, para ser un apestoso tarko.

El monstruo volvió a gruñir, mientras sus compañeros empezaban a ponerse nerviosos.

—Lo he respetado bastante —siguió diciendo la dîrus—. Sin embargo, en ti nunca he confiado, Urku.

—Hace tiempo que descubrí tu traición —dijo el monstruo.

—Eres astuto.

—Más de lo que crees.

—Pero no del todo —negó la bruja con la cabeza—. Porque si realmente lo fueras, te marcharías ahora mismo de aquí.

—Sabes que las órdenes de Kut son ley.

—Entonces tu cabeza rodará por el suelo.

—No tenemos por qué luchar, todo se solucionará —dijo con engaño.

La mujer vaciló.

Al instante, un tarko atacó veloz con su palo de pinchos a traición, por la espalda.

La dîrus fue rápida, desenvainó su espada y repelió la agresión.

—¡Maldita seas! —exclamó Urku—. ¡Quiero su cabeza!

Los tarkos acometieron todos a la vez. La bruja movió con premura su espada mágica, llamada Tánata, y pronto cayó al suelo el primer monstruo muerto, con el cuello rebanado. Luego incrustó la espada en el pecho de otro, y un gran charco de sangre negra se formó en la calle.

De seguida fue acorralada, y cuando los monstruos la acecharon salvajemente, formó un globo de protección con la mente y saltó con agilidad hacia atrás como una felina.
Ahora estaba con ventaja.

Deshizo el hechizo y sonrió cuando volvió al ataque. Entonces, sus enemigos cayeron muertos al suelo uno tras otro, degollados o con el corazón destrozado, algunos previamente mutilados. 

Al final, el propio Urku, viéndose perdido, intentó huir, pero la bruja se lo impidió.

—¿Quién obtendrá la cabeza de quién? —le preguntó con burla.

El monstruo gruñó y atacó con furia, pues no tenía más elección: debía matar o morir. Sin embargo, la mujer esquivó su espada con facilidad y con un movimiento fulminante lo decapitó.

La horrible cabeza rodó por el suelo.

Ahora sólo quedaba un tarko con vida.

—Dile a Kut que no vuelva a intentar atraparme —dijo la dîrus, furiosa.

—Sí, señora —asintió el monstruo.

Se dio la vuelta y huyó despavorido.



La bruja Tineâ, así era su nombre, observó la carnicería, impasible. 

Aunque esta vez había salido victoriosa, sabía que no siempre sería así.

—Maldito Kut —susurró para sí misma.

Se echó la capucha de la capa sobre la cabeza y ocultó su hermoso rostro y su largo cabello carmesí.

Sus ojos de serpiente brillaron en la oscuridad, y corrió rápida como una sombra por las calles de Mors.




Elinâ
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2015



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