lunes, 24 de febrero de 2014

Valesïa: LA HUIDA

      
Éste es el capítulo octavo de la segunda parte de Valesïa (Oscuridad):


8

«¡Más deprisa!», insistió el mago Nisus a Áquian, hijo de Aquénion, el señor de las águilas del sur.

Nisus era un gran jinete de rapaces y Áquian, una sorprendente águila como pocas en el reino. 

Habían patrullado durante cuatro días por los campos amplios al sur de Puerto Frío, entre la costa del mar del Oeste y el sombrío Bosque Silencioso.

En los Montes Altos, antes de llegar a Puerto Grande, vieron a los primeros monstruos. Las bestias se iban extendiendo rápidamente por todas las tierras, llevando consigo la muerte. Destruyendo pueblos y pequeñas aldeas, y quemando cosechas y granjas abandonadas.

Los monstruos rastrearon las guaridas ocultas de los humanos, y asesinaron —salvajemente y sin piedad— a los que descubrieron. Esos humanos desoyeron a los caudillos y se negaron a viajar al norte.

En una aldea, cerca del Bosque Silencioso, los hombres improvisaron una muralla pequeña alrededor de las viviendas. Resistieron una primera investida de los monstruos, pero al final los gigantes consiguieron derribar el muro a base de golpes violentos. Los tarkos desollaron a todos los humanos —incluyendo mujeres y niños, por supuesto— entre los gritos de horror de los que esperaban su turno para morir, y finalmente se dieron un buen banquete.

Puerto Grande fue pasto de las llamas, como Coren, Sagur y Puesto del Este.

«Lo han invadido todo», dijo Áquian con tristeza, en el segundo día de viaje.

«Cierto», respondió el mago, también apenado.

El ejército oscuro ya regía en ocho de las once grandes ciudades de Castrum.

En Zurion, los monstruos arrasaron la ciudad, y los hombres fueron exterminados. En Mür, en cambio, los hombres lucharon con atrevimiento, murieron muy pocos legionarios, pero los monstruos conquistaron la región con facilidad, como era previsible.

En las otras ciudades: Bastión, Tolen, Puerto Grande, Coren, Sagur y Puerto del Este, los esbirros de Ariûm se encontraron con seis enormes burgos vacíos. Los monstruos saquearon las viviendas, destruyeron monumentos y quemaron templos y grandes catedrales.

«¡No podrán alcanzarnos!», exclamó Áquian, seguro de sí mismo. Nisus no lo estaba tanto.

Áquian empezó a aletear más rápido, aunque para el mago aún volaba demasiado lento.

«¿Cuánto queda para llegar?», preguntó, nervioso.

«No más de quince minutos», dijo el águila. «Detrás de aquellas nubes estaremos a salvo».

Las nubes todavía se veían lejos. Demasiado para el gusto del mago, que sentía la muerte pegada a su nuca y un escalofrío que le recorría todo el cuerpo.

Pasaron lentamente los minutos, tanto que el tiempo pareció detenerse, y Nisus ya no estuvo seguro de que pudieran conseguirlo. Las manos le sudaban bajo los guantes y su corazón le palpitaba fuerte en el pecho.

Áquian era un ser superior, un animal mágico, más poderoso que cualquier hombre, y descubrió la inquietud que atormentaba a su jinete.

No era la primera vez que volaba con el mago, y ya antes de la invasión del ejército oscuro habían volado muchas veces juntos. Nisus, el mago de Bastión, era viejo amigo suyo.

«Llegaremos a tiempo, no te preocupes», dijo otra vez el águila.

«Que los dioses te oigan», suplicó Nisus.

«Ya sabes que Aquesïon siempre oye mis plegarias: él me guía en el cielo».

Nisus asintió, sin darse cuenta de que el águila no vería aquel gesto. Áquian siguió aleteando sin más.

Luego el mago miró otra vez hacia el sur, aunque sabía que lo que vería sería monstruoso: miles de horribles lûctos volaban detrás de ellos, abriendo y cerrando sus feas fauces. Montados en sus dorsos y sujetados en sillas brunas viajaban los malvados dîrus, los brujos y brujas del Reino Oscuro. Aquella temible y poderosa estirpe del sur, tan diferente, pero a veces tan extrañamente familiar a los mismos magos humanos y hasta a los propios auris.

La persecución duraba ya casi una hora.

Pasó más tiempo y, cuando estaban llegando a su destino, un lûcto se adelantó a sus compañeros.

El dragón negro voló muy rápido hacia Áquian, y Nesus lo vio de reojo.

«¡Áquian, cuidado!», advirtió el mago.

El dîrus lanzó un rayo paralizante, pero el águila lo esquivó en el último segundo. Luego cruzó las nubes y voló en picado hacia el suelo, seguido de cerca del insistente y horroroso lûcto.

A una velocidad de vértigo, Nisus escuchó un quejido explosivo. Pensó que Áquian, su inseparable amigo alado, se encontraba herido y que llegaba el final para los dos.
—¡No! —gritó, pero su voz se perdió en el aire.

De repente, la rapaz fue frenándose —ya no caían— y el mago levantó la cabeza ligeramente, y para su sorpresa vio cientos de águilas a su alrededor. Los magos atacaron con rayos al lûcto. El brujo gritó aterrado, y el dragón negro se precipitó muerto al suelo, a gran velocidad.

Los demás lûctos, coléricos, quisieron combatir, pero los dîrus los obligaron a dar media vuelta y a retroceder. No eran el lugar ni el momento para luchar.

«¡Bendito sea tu señor Aquesïon!», dijo el mago con una sonrisa en los labios.
«Alabado sea», sentenció Áquian.

Luego volaron con más tranquilidad rodeados de camaradas.

Y ante ellos apareció la ciudad, y pronto llegaron a Puerto Frío.




Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

jueves, 20 de febrero de 2014

Valesïa: EL ENCUENTRO


En el libro Valesïa ocurre un hecho asombroso cuando la muchacha (Valesïa)  se encuentra con el lince (Linx) en el bosque de Mür. Entonces durante un segundo el universo se detiene, los planetas se estancan, el tiempo se paraliza, y los dioses miran el encuentro fascinados. Así ocurren los hechos:



Entonces apareció Linx, el enorme lince con pinceles negros en las puntas de las orejas. Era igual que en sus sueños: su pelo era de color pardo amarillento con manchas oscuras y sus pobladas barbas, blancas. 

Surgió de entre los árboles y avanzó sigiloso hacia ella.

Valesïa sintió que se le aceleraba más el pulso y lo miró a los ojos. Unos ojos salvajes, mágicos y extraños, todo a la vez.

Quedó embelesada y le pareció que el tiempo se paraba, que todo el universo se detenía ante su encuentro. Había soñado muchas veces con el enorme felino, pero ya no estaba en un sueño, ahora estaba frente a él, y descubrió que ambos formaban parte de una única alma, de un único espíritu, pero en dos cuerpos distintos. También comprendió que ya nunca podría separarse de él. Sabía que había nacido para estar a su lado, hasta el día de su muerte.

He nacido para estar contigo,
protegerte, velarte.
Nuestra vida está ligada hasta la muerte,
que ni siquiera nos separará en el otro mundo,
el mundo de los muertos.
En el Edén volaremos juntos
durante toda la eternidad,
hasta el fin de los días.
Yo soy Linx, tu protector.


***


Luego siguieron hablando hasta que el sol desapareció en el ocaso, al trasponer el horizonte. La muchacha estaba tan agotada que durmió plácidamente, como hacía mucho que no dormía. Pero esta vez no soñó con la llamada, ya no hacía falta.

Linx no se separó ni un instante de su lado, era su protector.

Mis sueños de pesadilla
ya han terminado.
Se han disipado como la bruma
que rodea el río, al amanecer.

Ahora contemplo tu mirada mágica,
te acaricio y siento tu olor.
Duermo a tu lado,
camino en tus sueños.

Ahora somos un espíritu en dos cuerpos.
Siento tu dolor profundo,
tu alegría y tu miedo.
También tu tristeza y nostalgia.

Mis sueños son hermosos a tu lado,
eres mi vida y te adoro.
Ya no tengo miedo
porque eres mi protector.





Valesïa
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Stephen King: EL MAESTRO DEL TERROR


El escritor norteamericano Stephen King ha publicado numerosas novelas y cuentos, y es, sin duda, el maestro del terror.



Ha sido reconocido mundialmente y muchas de sus obras  best sellers han sido llevadas al cine, como Carrie, El Resplandor, Cementerio de Animales, Cujo, Misery o El pasillo de la muerte (La milla verde), entre otras.







Escena de las gemelas:


lunes, 17 de febrero de 2014

Valesïa: VISIÓN


La tercera parte de Valesïa se titula Maldición, y está compuesta de treinta y dos capítulos. Éste es el capítulo octavo:          



8

De repente, Sirinea abrió los ojos.

—He tenido una visión, una llamada —dijo, y se levantó de la cama.

A su lado estaba Ariûm.

—¿De quién? —preguntó el Rey Oscuro, incorporándose.

—De Bêssut.

El monarca asintió. El demonio Bêssut era el Señor del Caos y el emisario principal del Señor de las Tinieblas.

—¿Sabes qué quiere?

—No —le dio un beso en los labios—. Pero volveré pronto, mi rey.

Luego, sin más, se vistió, formó una puerta mágica y la atravesó.

La puerta desapareció.




Pasaron dos días y Sirinea volvió del Averno por esa misma puerta mágica.

Ariûm sonrió al verla.

—Mi amada enâi —dijo, y le besó el anillo con forma de calavera.

—Mi señor —lo saludó Sirinea, mirándolo maliciosamente.

Después se reunieron en el salón del castillo Tiniebla de Morium.

—¿Qué noticias traes a nuestro reino? —preguntó el monarca.

—Bêssut fue enviado por nuestro señor hasta el mismísimo Edén —comunicó la enâi.

—¿Para qué?

—Para dialogar.

—¿Dialogar? —se extrañó Enis.

—¿Con el enemigo? —preguntó Erkei.

La enâi los miró con reproche.

—¿Cuestionáis las decisiones de nuestro señor Nedesïon? —preguntó, desafiante. Trûn gruñó.

—No, mi señora —afirmó el gran brujo al instante, comprendiendo su error.

La enâi asintió.

—Eso espero —dijo con malicia.

Enis miró con maldad a Trûn, pero el monstruo no apartó la mirada.

Sirinea no les desveló todo lo que sabía, por supuesto. Sobre todo, porque Enis, el dîrus supremo, había vaticinado que el ejército oscuro, tras la invasión de Enesïa, atacaría el reino de Enïûn y el reino de Elïnor y después conquistaría todo el norte de Tierra Leyenda. Pero Nedesïon, el Señor de las Tinieblas, sabía que lo realmente importante era recuperar la maldita espada mágica para que Ariûm no fuera vencido en ese mundo. También apoderarse del potente amuleto auri, bendecido por su propio padre, para fabricar un objeto único, tanto como el medallón amarillo de su hermano Enesïon. Por tanto, el norte podría esperar por ahora.

Las deidades, ya fueran del Averno o del Edén, siempre habían jugado con las vidas de los simples mortales.

La enâi finalizó diciendo:

—Los guznai atacarán cuando la auri y el lince encuentren la espada. Luego asesinarán al felino.

—¿Y la muchacha? —preguntó el monarca.

—La capturarán.

—Se resistirá —dijo el general Driûn—. Esos condenados auris prefieren la muerte antes que la rendición.

—Entonces también la asesinarán, por supuesto —dijo Sirinea, mirando al rey maliciosamente.

Ariûm sonrió. Su mente enferma ya había olvidado que siglos atrás su alma y su cuerpo habían pertenecido a esa misma estirpe.

—Ven conmigo —ordenó luego la enâi, cogiéndole la mano.

El rey la siguió sin rechistar hasta que llegaron a su alcoba.

Luego se desnudaron y se metieron en la cama.

Para ti es este verso,
aunque te ocultes
entre las sombras
del Mundo de los espíritus.

¡Oh, amor!
Tú eres el ángel oscuro.
¡Oh, amor!
Tú eres el ángel de la muerte.
¡Oh, amor!

Tú eres el ángel del infierno.
Para ti es este verso,
aunque no oigas
entre las sombras
mis suspiros.

Ángel oscuro,
de alas azabaches.
Ángel de la muerte,
de piel dulce.
Ángel del infierno,
de ojos perversos.

Para ti es este verso,
mi amor, te doy
mi alma
y mis caricias.

Para ti es este verso…



Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

viernes, 14 de febrero de 2014

Valesïa: LOS MONJES GUERREROS

    
La primera parte de Valesïa se titula Invasión, y está compuesta de treinta y un capítulos. Éste es el capítulo noveno:



9


Llevaban varios días en el camino polvoriento.

Al cruzar la puerta oeste de Tolen bordearon las montañas reales, y luego viraron hacia el norte.

Las montañas se alzaban impresionantes hacia el cielo, y en las cumbres se distinguía aún la nieve caída en el invierno, que cubría matorrales y árboles pequeños. Los abetos y los pinos predominaban en el paisaje, aunque en las zonas más bajas había vegetación de ribera donde transcurrían los arroyos y los ríos que nacían en las montañas.

Aparte de ser los mejores guerreros, los caballeros têlmarios también eran expertos cazadores y, por tal motivo, no les faltaba nunca comida. Los ciervos y las cabras montesas habitaban en las zonas más altas de la montaña, en el piso alpino, mientras que los jabalíes lo hacían en el piso subalpino y se aproximaban tanto al camino que vieron varios grupos cerca de ellos. Pero para cazar también contaban con la ayuda de los implacables lobos negros que los acompañaban. No obstante, los conejos, las perdices y las liebres fueron su alimento principal.

Cruzaron un puente de piedra sobre el río Ehör y, cuando empezaba a oscurecer, montaron el campamento. 

Durante el trayecto, Moïn cabalgó al frente, acompañado en todo momento por el mago Mig, el mago que designó Frag para acompañar a los monjes guerreros y a los lobos negros.

Mig era un hombre de baja envergadura y barba larga y negra. Tenía cuarenta y dos años, es decir, estaba considerado un mago joven, aunque a su edad ya poseía amplios conocimientos en la magia y contaba con la total confianza de su maestro. Con un gran sombrero que terminaba en punta en la cabeza, vestía indumentarias grises, adornadas con cientos de símbolos, como soles, lunas y estrellas.

Por el contrario, los compañeros de viaje del mago eran mucho más altos. Los monjes guerreros, con sus grandes espadas de acero y sus resistentes armaduras y yelmos, iban envueltos en los ropajes marrones propios de su orden, con el sol rojo bordado en el pecho, símbolo de libertad que representaba su fe hacia el dios Enesïon, el Señor de la Luz. Todos llevaban la cabeza totalmente afeitada y una enorme perilla, sin bigote.

Cada caballero têlmario llevaba en las orejas uno o varios pendientes de plata en forma de aro. Moïn portaba un excelente aro en su oreja izquierda.

Aquella noche celebraron un gran festín, pues los lobos habían cazado cuatro ciervos, y los hombres los habían cocinado al fuego.

—El camino está muy transitado —dijo Mig a la mañana del día siguiente, cuando hicieron una parada de descanso para los caballos, mientras masticaba un trozo de carne que había sobrado de la noche anterior.

Desde que salieron de Tolen se habían cruzado con cientos de familias que caminaban muy despacio en carretas repletas de bártulos. En sus caras se reflejaba el cansancio y a veces la desesperación por llegar a su destino: Galiun.

—Tienen miedo —contestó Moïn.

—Sí —asintió el mago.

Se aproximó Tenhear, un monje guerrero veterano.

—Mi comandante, ¿suelto a los halcones? —preguntó el hombre—. Tendrán hambre.

Moïn asintió con la cabeza.

Tenhear se acercó a las jaulas y fue soltando uno a uno los diez halcones que llevaban. Los animales emitieron graznidos sonoros parecidos a un «quí-quí-quí». Poseían la belleza propia de todas las rapaces, con figuras firmes, dorsos grises, cuerpos blancos rayados y cabezas negras. Alzaron el vuelo y en pocos segundos se perdieron de vista.

—Hermosos animales —dijo Mig.

—¿Obtendremos ayuda del rey Efferûs? —preguntó Moïn sin hacer caso del comentario del mago.

—Eso no lo sé. Nadie lo sabe, mi querido amigo. —El mago se rascó su barba espesa—. Los securis son un pueblo arisco, pero ante todo un buen pueblo, honesto, y con mucho sentido del honor y la justicia. No tienen mucho trato con los hombres, pero odian a los monstruos tanto como nosotros —explicó.

—El Señor de la Montaña los envió hacia los Montes de la Niebla, y él los guía en su destino —dijo el comandante.

—Exacto, también son un pueblo religioso —afirmó el mago.

—Esperemos que su decisión nos favorezca, por el bien de Castrum y de todos nosotros.

—Todavía nos queda un largo viaje para saberlo.

Moïn asintió otra vez.

El monje guerrero nunca había congeniado demasiado con los magos. Tal vez porque desafiaban las leyes de los dioses al prolongar sus vidas de hombre, o sencillamente porque eran peligrosos, fuera cual fuese la causa que defendieran. En general eran orgullosos y se creían superiores al resto de los mortales, a excepción de los auris y los animales mágicos, por supuesto. No obstante, Mig como Tag, el viejo mago de Mür, le caía bien. Había demostrado ser un personaje sincero y honesto, y en ningún momento manifestó supremacía hacia él o hacia los demás. Sólo se había dejado llevar y le otorgaba el puesto de mando, aunque eso tampoco le importaba mucho.

Oyeron unos ruidos entre la maleza y de repente apareció Canion, el gran lobo negro jefe de la manada de cánidos y amigo y compañero de viaje del monje guerrero. Su aspecto era descomunal. Su peso sobrepasaba los trescientos kilos. De pelaje marrón oscuro, en su gran cabeza sus ojos triangulares dorados emitían un poder sobrenatural y del hocico le caían unas gotas de sangre.

«Saludos», dijo, telepáticamente, pero en un tono seco. 

—¿Más caza? —preguntó Moïn, mirando su boca.

«Sí, pero no para comer».

—¿Cómo? —dijo Mig sin entender a qué se refería el lobo.

«Salteadores», explicó Canion. «Hemos cazado a siete cuando saqueaban una carreta. Habían matado a una familia entera, niños incluidos».

—¡Maldición! —exclamó Mig.

«Hay más, y aprovechan la gran afluencia de campesinos y mercaderes que viajan al norte. Cuando una carreta se retrasa de los grupos, atacan sin piedad».

—¿Sabes cuántos son?, preguntó Moïn.

«No con exactitud, pero por esta zona siempre ha habido bastantes robos porque está desprotegida, y las montañas se encuentran cerca para refugiarse».

—Estaremos más atentos, aunque no creo que se acerquen a nosotros. 

Moïn sabía que los criminales no se atreverían a acercarse a ellos. Su grupo era demasiado peligroso.

«De nosotros huirán como ratas», repuso el lobo. «Lo que son».   
   
—Sin duda, convino el monje guerrero, asintiendo.

«Atraparemos a más. Nosotros tampoco tenemos piedad».

El gran cánido dio media vuelta y se perdió entre los arbustos como una sombra nocturna.

—No me gustaría ser uno de esos ladrones —afirmó el mago.

Moïn asintió.

—Ni a mí —dijo—. Ya se pueden esconder bien.

En los días siguientes, los lobos cazaron no sólo a ciervos y corzos, sino a ladrones y asesinos.

Cuando las montañas reales quedaron atrás, apareció un campo colosal. Conforme avanzaban más al norte, la hierba tenía una tonalidad más verde, y de pronto surgieron varias tormentas de verano que hicieron que aflojaran la marcha.

—En el lago Helado giraremos al oeste para llegar a Galiun —dijo Moïn.

—¿No será mejor por el este, por la ribera del Giol? —preguntó Mig.

—De los Montes del Norte nacen varios ríos que desembocan en el lago. El general Treno me advirtió que no eran anchos, pero sí peligrosos de cruzar. Sus cauces son muy rápidos —dijo el monje guerrero. El mago asintió, ya que conocía la zona—. Tardaremos unos días más, pero será más seguro. Llegaremos a Galiun por el margen derecho del Giol.

—De acuerdo, tú mandas, mi querido amigo.




Valesïa
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miércoles, 12 de febrero de 2014

Stephen King: LA TORRE OSCURA (DARK TOWER)


La Torre Oscura (Dark Tower) es una narración compuesta por un total de ocho libros: La Torre Oscura I, La hierba del diablo (1982); La Torre Oscura II, La invocación (1987); La Torre Oscura III, Las Tierras Baldías (1991); La Torre Oscura IV, La bola de cristal (1997); La Torre Oscura V, Lobos del Calla (2003); La Torre Oscura VI, Canción de Susannah (2004); La Torre Oscura VII, La Torre Oscura (2004); y La Torre Oscura, El viento por la cerradura (2012); que contienen fantasía, terror y wester, escritos por Stephen King.

El principal protagonista, el Pistolero, se llama Roland Deschain.

La historia está inspirada en el poema Childe Roland to the Dark Tower Came (Childe Roland a la Torre Oscura llegó).







lunes, 3 de febrero de 2014

Valesïa: TIERRAS DE LEYENDA

Valesïa es una novela que está inspirada en la canción Tierras de Leyenda de la banda española de música Tierra Santa.

Tierras de Leyenda pertenece al tercer álbum de esta banda, compuesto de once canciones y puesto a la venta en el año 2000. Fue grabado en Navarra y sus canciones están inspiradas principalmente en historias medievales. 

Fundiendo los sueños con la realidad 
Viviendo en tierras de leyenda 
Bajando sus valles podrás encontrar 
Un lugar perdido en tinieblas 

Y al llegar podrás ver 
Un anciano sentado en la tierra 
Y si escuchas muy bien 
Una historia te ha de contar 

Cabalga veloz un brillante corcel 
Huyendo de un mago y su rey 
Que dicen que un día le dió un dios poder 
Y quieren hacerse con él 

Y su alma arrancar 
Como arrancas la flor de la tierra 
Sin mirar si el dolor 
Es mas fuerte que la ambición 

Sigue viviendo en un sueño inmortal 
La leyenda del unicornio 
Surcando la tierra de un rey medieval 
Donde le creyeron dios 

Y a sus lomos jamás 
Ha cabalgado algún hombre 
Ni siquiera ese rey 
Que un día le quiso cazar 

Para su alma arrancar 
Como arrancas la flor de la tierra 
Sin mirar si el dolor 
Es mas fuerte que la ambición


Tierras de Leyenda
Tierra Santa








Valesïa: OSCURIDAD


La segunda parte de Valesïa se titula Oscuridad, y está compuesta de treinta y cuatro capítulos. Éste es el capítulo primero:



1

 —Eînus aleis —susurró la bella, pero malvada enâi Sirinea.

Apareció la puerta mágica, la cruzaron sin perder tiempo y llegaron al enorme salón del Castillo Tiniebla de la ciudad de Morium. Ariûm contempló, embelesado, su trono de calaveras.

Los guardias apoyaron el puño cerrado de la mano derecha en el pecho, saludando militarmente.

—A sus órdenes, majestad —afirmaron todos, al unísono.

—Añoro este trono —dijo el rey, ignorándolos.

—Ahora eres rey de reinos, mi señor —insistió la enâi.

Ariûm asintió con la cabeza. Luego permaneció en silencio, pensativo. Detestaba el trono del Castillo del Sol, aunque sabía que era necesario permanecer en Enesïa hasta que sus tropas conquistaran todo el reino.

—No queda tiempo —dijo Sirinea—. Vayamos.

—Sí, querida.

Se pusieron otra vez en marcha y pronto llegaron a un pasillo oscuro y tétrico vigilado principalmente por soldados tarkos, aunque también había algunos minotauros.

—¿Dónde están los clérigos? —preguntó el rey a uno de los guardias que ostentaba el rango de sargento según las divisas que ostentaba en las mangas de su uniforme.

—Les esperan en la cripta, majestad —dijo el monstruo, saludando también de manera militar.

Llegaron a una escalera y bajaron al piso inferior para volver a retornar a otro pasillo aún más siniestro. Cuando llegaron a la cripta, encontraron a numerosos guardias que vigilaban la puerta de entrada.

—A sus órdenes, majestad —dijeron los monstruos, saludando con el puño, como ya habían hecho antes sus camaradas.

La puerta se abrió desde dentro y apareció Trûn, el capitán de la Guardia Oscura.

—Entrad, majestad —dijo.

Los monstruos se apartaron y el rey y la enâi entraron en las estancias oscuras.

—Me alegra verte, Trûn —reconoció Ariûm a su fiel capitán.

—Y a mí también, majestad —respondió el monstruo con sinceridad.

—Bienvenido, mi señor —dijo el gran brujo Enis, el superior de todas las órdenes de dîrus del reino.

Siete días atrás, Sirinea había anunciado que Nedesïon les enviaría ayuda. La enâi creó la puerta mágica en el Castillo del Sol, y Enis y sus ayudantes la cruzaron y comenzaron con los preparativos para el ritual que celebrarían en el Castillo Tiniebla.
—Mi señora enâi —siguió diciendo el gran dîrus, y besó el anillo grande y negro que llevaba Sirinea en el dedo anular de su mano derecha, donde había tallada la forma de una calavera—, estáis más bella que nunca.

La enâi sonrió maliciosamente.

—¿Está todo preparado? —preguntó.

—Sí, mi señora —dijo Enis, asintiendo con la cabeza.

—Muy bien.

Ariûm miró a su alrededor y comprobó satisfecho que el brujo decía la verdad.

—¡Perfecto! —exclamó.

La cripta era parecida a una gran caverna, pero con paredes lisas y redondeadas que terminaban en un techo alto. En el centro estaba el altar. Miles de velas encendidas iluminaban la bóveda, pero su luz tenue apenas aplacaba las sombras. El lugar era siniestro. Allí los cánticos y los rezos a Nedesïon habían condenado hasta la última piedra.

—Que empiece la ceremonia —ordenó Sirinea sin más.

Las brujas empezaron a cantar cada vez más fuerte, envolviéndolo todo con su sortilegio.

De pronto se abrió la puerta y entraron tres tarkkeeum enormes con un tarko engrilletado que se resistía con desesperación. Detrás de ellos iban más monstruos, pero esta vez arrastraban a un gran minotauro que habían encadenado por el cuello, las piernas y los brazos.

El prisionero tarko empezó a gritar y los tarkkeeum lo golpearon fuertemente sin piedad. En cambio, el minotauro, que era mucho más fuerte, arremetió contra un guardia que salió despedido y quedó inconsciente. Sus carceleros fueron más contundentes, lo inmovilizaron y lo arrastraron a la fuerza mientras le gritaban como salvajes.

Los guardias dejaron a los prisioneros en el centro de la cripta, junto al altar, de rodillas en el suelo y fuertemente sujetos, y los dîrus los rodearon.

—Eskun tukesok Nedessom Mokdeekom —dijo Sirinea, alzando la voz por encima del canto de las brujas.

Los condenados entraron en trance inmediatamente, y se les pusieron los ojos en blanco. Un tarkkeeum desenfundó un cuchillo largo que llevaba en el cinto y se acercó a los reos. Acabó el breve sortilegio y el tarko condenado, ya consciente de lo que iba a ocurrir, reaccionó de golpe al ver el arma blanca de su verdugo y comenzó a suplicar por su vida mientras lloraba, pero a nadie le importaban sus lamentos.

El tarkkeeum le hizo una profunda herida en el pecho y la sangre negra empezó a caer al suelo. El tarko gritó de dolor y en sus ojos apareció una mirada de terror. Después el guardián dio la vuelta y se acercó al prisionero por la espalda, lo inmovilizó con el brazo izquierdo y los otros tarkkeeum que lo sujetaban se retiraron. El tarko no paró de chillar hasta que su verdugo empezó a rebanarle la garganta y un río de sangre brotó al suelo. El tarkkeeum siguió seccionando con fuertes cortes hasta que le arrancó por completo la cabeza. El cuerpo cayó al suelo. El verdugo levantó la cabeza y la dejó encima del cuerpo.

En ese momento el minotauro estaba enloquecido. El animal, medio humano y medio toro, intentó escapar en vano. El verdugo se aproximó al monstruo y actuó de la misma forma que había empleado con el tarko, pero esta vez necesitó la ayuda de sus compañeros. El minotauro era mucho más fuerte que el monstruo decapitado.

Le cortaron con cuchillos y le pincharon con punzones por muchas partes de su cuerpo: en el pecho, en los brazos y en las piernas, y hasta en la cara. Le seccionaron un ojo, los dos pies y las dos manos.

El desgraciado animal estaba agotado. Seguían sonando los alaridos y los sonidos de sufrimiento cuando el verdugo empezó a seccionarle el cuello. Se resistió más que el tarko, pero su final fue el mismo, aunque soportó muchísimo más dolor. Un dolor innecesario que no merecía ni siquiera un ser de su estirpe.

Cuando el tarkkeeum le seccionó la garganta, terminó ese dolor.




Ariûm miraba con atención el ritual. Con la sangre de las víctimas hicieron un círculo en el suelo, y dentro de éste trazaron una estrella de cinco puntas y escribieron varias runas sagradas en su interior.

—Uilkosniom Nedessom Mokdeekom —dijo Sirinea, levantando los brazos.

Las brujas cantaban, poseídas, y la enâi ordenó que elevaran la voz.

En el interior del círculo surgió una luz extraña y empezó a formarse una puerta mágica, pero diferente a la que utilizaban de manera habitual Ariûm y Sirinea; esta puerta era más grande y tenía mucho más poder.

Se oyeron gritos horribles, como chillidos agudos, que hicieron recular un poco a los brujos y a los tarkkeeum, pero Sirinea permaneció impasible y siguió murmurando en el idioma de las tinieblas; ese idioma que sólo conocían las criaturas del Reino de Nedesïon, del Averno.

Ariûm miró hacia la puerta mágica y vislumbró una sombra fugaz que hizo estremecer a los brujos y a los monstruos. La invocación era potente. Nedesïon había escuchado sus plegarias y se comprometía a enviarle ayuda del inframundo.

Sirinea desplegó las alas y le cambió su rostro. Sus ojos se volvieron rojos y en su boca aparecieron unos colmillos blancos y largos, y algunos brujos retrocedieron llenos de temor.

Entonces apareció el primer guznai, ocultando su rostro de muerte bajo la capucha negra, y después le siguieron sus otros tres camaradas.

—Ai toksit, Sirinea —dijo el guznai con una escalofriante voz carente de vida, inclinando la cabeza.

—Ai toksit —añadió la enâi—. Keor tetku ermodeakioter.

El monstruo no vivo giró lentamente la cabeza y miró la cripta. Detrás de él estaban sus tres compañeros y detrás de éstos, sus caballos fantasmas, tan muertos como sus amos los guznai. Luego se cerró la puerta mágica y desapareció.

—Majestad —llamó la enâi—. Acércate, mi señor.

El rey avanzó con paso decidido. 

«¿Cómo estás?».

«Recuerda que son inferiores a ti», le transmitió Dolor en la cabeza de Ariûm: «No muestres temor. Tú eres el rey oscuro».

«Sí», reconoció el monarca.

—Mi señor Ariûm —dijo el guznai con la voz muerta—. Mi nombre es Ekuu, jefe guznai de nuestro señor Nedesïon.

—Bienvenido al mundo material —añadió el rey con cautela—. Bienvenidos a todos —miró a los otros guznai, pero no distinguió sus rostros porque los ocultaban bajo las capuchas.

—Sólo debemos obediencia a ti y a la enâi Sirinea —dijo Ekuu.

Ariûm movió la cabeza con un gesto de aprobación.

—Sabemos cuál es nuestra misión —continuó diciendo el no vivo—. Cuando la cumplamos, nos marcharemos a nuestro mundo, al cual correspondemos.

—Doy gracias a Nuestro Señor por escuchar mis plegarias —indicó el rey.

—Nuestro señor Nedesïon confía en ti —dijo el guznai.

—Por supuesto, Ekuu —terció Sirinea. 

Su rostro había vuelto a la normalidad, pero su voz sonaba con la misma autoridad de siempre. Era la voz de una enâi de las tinieblas, un vástago de Nedesïon.

Ekuu asintió. Luego volvió a echar una ligera mirada a la cripta.

—Vámonos —ordenó a sus compañeros malditos.

El guznai murmuró dos palabras, levantó el brazo derecho y formó otra puerta mágica, pero diferente de la que habían venido del abismo.

Los no vivos se pusieron en marcha, pero antes de traspasar la puerta, una bruja jovencísima se arrastró a los pies de Ekuu.

—Alabados seáis, Grandes Señores —dijo en voz alta y levantando el rostro hacia el monstruo no vivo.

—¡Aparta, bruja! —advirtió Ekuu con desprecio.                                                                                

                                                                                                                                                                                                                                                                                                        
—Alabado sea Nedesïon, nuestro señor —continuó la dîrus, totalmente poseída por el fanatismo, omitiendo la orden del guznai. 

Ekuu introdujo la mano en su hábito oscuro y sacó una espada afilada. La dîrus ni siquiera reparó en ello y siguió con la misma aptitud, extasiada y enalteciendo a los guznai y a los demonios del Averno.

—Alabados seáis, Grandes Señores —repetía una y otra vez—. Alabado sea Nedesïon, nuestro señor. Alabados…

Con un único movimiento de espada, el guznai partió el cráneo de la bruja, que quedó abierto en dos por su parte superior, como si fuera una manzana. Un río de sangre lo tiñó todo de rojo y los sesos blancos cayeron al suelo.

—Vámonos —repitió el guznai a sus compañeros.

Y cruzaron la puerta mágica.




Valesïa
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