miércoles, 30 de abril de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 4



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 4

4

Ariûm conservaba la belleza innata de la estirpe auri, aunque su alma había cambiado por completo. Nedesïon, el Señor de las Tinieblas, le había concedido una inmortalidad que no le correspondía por nacimiento, y lo había transformado en un ser siniestro y cruel. Su mirada era temible y sus ojos, oscuros y despiadados. Ahora también era mucho más alto y, por supuesto, más fuerte, como un «demonio terrenal».

Sentado en su trono lúgubre del castillo Tiniebla de Morium, con cientos de calaveras a sus pies, contempló cómo dos miembros de la Guardia Oscura se acercaron mientras arrastraban a la fuerza a un tarko, encadenado y engrilletado.

Los guardias, cuando se encontraban cerca del rey, obligaron al cautivo a arrodillarse, y luego ellos hicieron lo mismo. Al final, uno se incorporó y se dirigió hacia su señor.
—Majestad —dijo con voz ronca el tarko Trûn, capitán de la Guardia Oscura, saludando con el puño e inclinando la cabeza en señal de obediencia—. Traemos a un desertor que capturamos cuando huía de Sombra a los desiertos del sur.

El rey miró al prisionero, que enseguida bajó la cabeza y empezó a temblar de miedo.
—Dame una explicación —exigió el rey con voz inhumana, a sabiendas que los tarkos eran propensos a tales actos.

El monstruo titubeó y empezó a gemir. Su rostro porcino se transformó en horrendo y su mirada se llenó de terror, de pánico.

—Pido perdón, mi rey —dijo con la mirada clavada en el suelo.

—¡Levanta la cabeza, bastardo! —ordenó Trikön, el otro miembro de la guardia, con empleo militar de sargento.

El prisionero no paró de temblar y volvió a pedir clemencia sin levantar la cabeza. El guardián le golpeó fuertemente en el pecho y el monstruo se retorció de dolor.

—¡Mira al rey a los ojos, cobarde! —exclamó Trûn—. ¡O te arrancaré la lengua ahora mismo, escoria!

—Traedlo aquí —ordenó el rey.

Los guardias lo arrastraron hacia el trono y el rey se levantó.

—Mírame —ordenó otra vez Ariûm.

El salón principal del castillo Tiniebla estaba repleto de súbditos y siervos. Había muchos militares tarkos, cabos y sargentos, capitanes y comandantes y varios generales; siete grandes dîrus y multitud de brujos y brujas de inferior jerarquía. También se encontraba Sirinea, una enâi. Tan bella envuelta en su vestido de color carmesí y con sus impresionantes alas negras en los hombros, desentonaba en el lugar lleno de monstruos, pero nadie la superaba en malicia. La enâi era un ángel del infierno que residía en el Averno del Señor de las Tinieblas. Había llegado ese mismo día a través de una puerta mágica y Ariûm, por supuesto, se alegró al verla.

El rey conocía a Sirinea desde hacía más de mil años y, tal como había ocurrido el día de su primer encuentro, quedó hechizado con su hermosura nada más verla cruzar la puerta mágica.

—¡He dicho que me mires! —repitió el soberano, disgustado.

El prisionero fue levantando la cabeza lentamente hasta que sus ojos se toparon con los del monarca. Aumentó su terror, se orinó encima y le sudaron el rostro y las manos. Los ojos del rey eran negros, fríos y estaban llenos de odio y maldad.

Se oyeron algunas risas malévolas y los súbditos empezaron a disfrutar con el espectáculo. 

—¿Qué tienes que decir en tu defensa? —preguntó Ariûm.

El monstruo volvió a pedir perdón una tercera vez, pero esta vez habló tan deprisa que no se le entendió bien y tartamudeó.

—Pi… pido per… perdón, mi… mi… se… señor —farfulló la criatura, lastimosamente.

El rey se burló y se oyeron más risas y algunos tarkos empezaron a relamerse los labios y a mirar con ojos asesinos al prisionero.

Los ojos del monarca relucieron en la penumbra de la sala sombría.

—Reconoce que eres un desertor —dijo con tono imperativo.

El tarko asintió, despacio, y volvió a agachar la cabeza. Después, un sonido metálico, infernal, le atormentó la mente y le obligó a levantar el rostro para que viera lo que iba a pasar a continuación: el rey oscuro tocó el pomo en forma de calavera de su espada y después agarró el puño. El prisionero estaba paralizado y aterrado.

Una luz verde oscura envolvió la espada y de los labios de Ariûm surgió una leve sonrisa siniestra.

—¡Nooo, mi… mi… señor! —exclamó el desgraciado. 

Pero en una fracción de segundo, el rey desempuñó a Dolor y con un solo movimiento le cortó la cabeza con tanta facilidad como si hubiera cortado papel. El cráneo rodó y el cuerpo cayó al suelo, que quedó cubierto de sangre del monstruo. Sangre negra como la oscuridad.

—Un cobarde menos —dijo el monarca con malicia, mirando a los presentes, y todos bajaron la mirada, excepto la enâi.

Después, los guardias se llevaron el cadáver del tarko a la cocina del castillo, donde le despojaron de sus ropas y descuartizaron el cuerpo, que serviría de alimento para los monstruos. En cambio, la cabeza quedó junto a las demás calaveras. Varias cornejas empezaron a picotearla, le arrancaron los ojos y en cuestión de pocos minutos despedazaron la piel sin piedad.

Ariûm miró a Sirinea.

—Sigamos con los temas del Consejo —dijo mientras Sirinea asentía—. ¿Qué noticias nos traes de nuestro señor Nedesïon, mi bella enâi?




Sirinea anunció dos noticias importantes.

La primera llenó de júbilo la gran estancia: Nedesïon, el Señor de las Tinieblas, daba el consentimiento a Ariûm y lo autorizaba para invadir la actual Castrum. Sus ejércitos estaban preparados y derrotarían a Bastión para extenderse seguidamente por todo el reino como una plaga infalible. La larga espera del rey había terminado. Ahora contaba con el apoyo y la confianza de su señor y eso lo enorgulleció.

La segunda noticia se la participó en privado en sus aposentos y no fue bien acogida por el monarca, y la preocupación ensombreció su rostro.

—Herénia —dijo con voz apagada—. ¡Maldición!

—Hay que encontrarla —insistió la enâi—. Sabemos que la reina Enëriel la conservó hasta su muerte, pero nunca fue empuñada por su hijo Enïel…

—Yo mismo la fundiré en los hornos de este castillo —se adelantó Ariûm sin escuchar a Sirinea. Sus ojos desprendían rencor.

—… por tanto no la heredó Elïnor, el hijo de Enïel, y menos aún Elïn. ¿Estáis escuchándome, mi rey?

El rey movió la cabeza, razonó durante unos segundos y comprendió lo que le quería decir la enâi.

—Eso significa que aún está en Enesïa —afirmó.

—Sí. Nunca salió del reino —explicó Sirinea—. Si estuviera en el Bosque Eterno sería un gran problema; estaría oculta con la magia auri. Tampoco la llevaron los auris que se marcharon por el mar del Oeste. 

—¿Y cómo sabes eso?

—Herénia es un arma muy poderosa, y nuestro señor percibe ese poder en el reino. 

—¿Y si, hipotéticamente, está en el Bosque Eterno? —preguntó Ariûm.

—Sería imposible recuperarla.

—¿Sabes dónde se encuentra?

—No —admitió secamente la enâi y se calló por unos instantes mientras lo miraba fijamente a los ojos con deseo—, eso tendremos que averiguarlo nosotros. Nedesïon desconoce el lugar exacto.

—Hay que encontrarla como sea —sentenció Ariûm, y por primera vez en muchos siglos su voz sonó con una pizca de temor.

La enâi lo acarició con sus uñas largas y negras, que recorrieron su espalda desnuda.

—La encontraremos, mi rey —dijo con malicia.

Luego le besó el cuello mientras se desnudaba muy despacio.





Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

martes, 29 de abril de 2014

Edgar Allan Poe: UN SUEÑO DENTRO DE UN SUEÑO (A DREAM WITHIN A DREAM)


CASTELLANO 
¡Toma este beso en tu frente! 
Y, en el momento de abandonarte, 
déjame confesarte lo siguiente: 
no te equivocas cuando consideras 
que mis días han sido un sueño; 
y si la esperanza se ha desvanecido 
en una noche o en un día, 
en una visión o fuera de ella, 
¿es por ello menos ida? 
Todo lo que vemos o parecemos 
no es más que un sueño en un sueño.

Yo permanezco en el rugido 
de una ribera atormentada por las olas, 
y aprieto en la mano 
granos de arena de oro. 
¡Qué pocos y cómo se escurren 
entre mis dedos al abismo, 
mientras lloro, mientras lloro! 
¡Oh Dios!, ¿no puedo yo estrecharlos 
con más ceñido puño? 
¡Oh, Dios!, ¿no puedo salvar 
ni uno, de la despiadada ola? 
¿Todo lo que vemos o parecemos
no es más que un sueño dentro de un sueño?


ORIGINAL 
Take this kiss upon the brow!
And, in parting from you now,
Thus much let me avow --
You are not wrong, who deem
That my days have been a dream;
Yet if hope has flown away
In a night, or in a day,
In a vision, or in none,
Is it therefore the less _gone_?
_All_ that we see or seem
Is but a dream within a dream.

I stand amid the roar
Of a surf-tormented shore,
And I hold within my hand
Grains of the golden sand --
How few! yet how they creep
Through my fingers to the deep,
While I weep -- while I weep!
O God! can I not grasp
Them with a tighter clasp?
O God! can I not save
_One_ from the pitiless wave?
Is _all_ that we see or seem
But a dream within a dream?

Edgar Allan Poe

Fuente: enlace web

viernes, 25 de abril de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 3


Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 3

3

Valesïa era la hija de Cícleo y Elisea, los Señores de Mür, la ciudad más importante del sureste de Castrum.

Cícleo Acris era un noble respetado en todo el reino, un formidable guerrero, el mejor de su pueblo, y amigo personal del mismísimo rey; y su esposa Elisea, muy inteligente y una luchadora hábil, la única heredera de la Casa Eïran, una de las casas más antiguas de Mür, descendiente de ilustres hombres y auris. 

La muchacha acababa de cumplir su decimoséptimo cumpleaños, el once de ese mismo mes, por tal motivo le correspondía el tratamiento de dama. Concretamente, desde que había cumplido los dieciséis años, según las leyes del reino. Siendo, por tanto, la «dama Valesïa», ella prefería que la nombraran sólo por su nombre de pila y que omitieran el tratamiento, por honorable que fuera.    

En cuanto a su aspecto físico, era bastante delgada y muy hermosa. Sus cabellos largos y negros brillaban como la luna llena en las noches rasas de verano, como si algo mágico surgiera de ellos. Tenía la piel clara y sus impresionantes ojos, algo rasgados, de color verde penetrante, como el mismo bosque de Mür.

Normalmente vestía atuendos finos y elegantes, de diferentes colores, como cremas, amarillos, violetas, rojos o verdes, todos llamativos. Pero cuando se entrenaba con sus maestros de armas: Thear, el capitán de los monjes guerreros del castillo, y Tácis, el comandante de la Guardia de Mür, se ceñía en ropas duras y oscuras, y llevaba una cota de malla impresionante con la insignia de la ciudad: un lince coronado.

Descendiente de familias nobles como los Acris y los Eïran, y también de antiguos antepasados auris, Valesïa desprendía una fantástica magia. Tenía carácter alegre pero serio, y se había educado para convertirse en dama y también en legionaria, instruida en la espada y en el arco. En Mür, las mujeres eran grandes luchadoras y gran parte del ejército de la región estaba compuesto por legionarias.

Tenía dos hermanos: Rênion, el heredero del trono del Castillo del Bosque, dos años mayor que ella; y Mîreon, el menor de los tres, que tenía catorce años. Valesïa adoraba a los dos, pero estaba más apegada a Mîreon.

Aquel día, Valesïa se levantó preocupada. Soñaba muy a menudo con el lince, pero los últimos días el sueño se había intensificado y cada vez era más «real».

«Ya conozco tu nombre: Linx», pensó. 

Ahora la llamada era evidente, fuerte, seguida y continua.

Luz irreal
que alumbra la noche,
eternamente oscura,
mágica y extraña.

Luz irreal
que alumbra mi cuerpo,
eternamente abrumado
de silencio y miedo.

Luz irreal,
llamada en silencio
Luz irreal,
llamada en sueños.

La muchacha salía a menudo de la ciudad y visitaba el bosque, donde encontraba paz y tranquilidad, pero nunca se alejaba demasiado. El bosque era denso y un lugar fácil para perderse. Se situaba a tan sólo dos kilómetros, aproximadamente, de Mür, y desde la ventana de su alcoba lo contemplaba a menudo. Era muy hermoso.

Las gentes de la región siempre lo habían respetado y relataban historias de hechos históricos y míticos, verdaderos y falsos, y los trovadores componían bellas canciones donde nombraban a auris y a animales mágicos.

Dos doncellas le prepararon la artesa con flores aromáticas y se dio un refrescante baño. Luego bajó a la cocina y desayunó un vaso de leche fría y unos pastelitos de naranja y limón.

No vio a su padre ni a Rênion, que estaban reunidos en consejo militar. Siempre se hacían muchos consejos en el castillo, y en los últimos días más de lo normal. Su madre apenas habló y Mîreon dormía todavía.

Cuando acabó de desayunar, se dirigió a los establos.

A mitad de camino se topó con un gato. En Mür vivían cientos de mininos y en el castillo, decenas. Éste era grandísimo, más de lo normal. La miró a los ojos, como si quisiera hablarle, y maulló con suavidad, giró la cabeza a ambos lados y, cuando vio acercarse a un soldado, se alejó con mucha calma. Pero antes de desaparecer en los pasillos se giró otra vez y volvió a mirarla, algo que le extrañó.

El mozo de cuadras le ensilló a Veloz, su hermoso caballo bermejo.

—Ya está —dijo el muchacho.

—Gracias —respondió ella.

Armada con su arco y su carcaj a la espalda, salió al trote por la puerta norte del castillo.

La ciudad iba despertando de la noche silenciosa y, en las plazas, los comerciantes y los mercaderes preparaban sus puestos. En la calle mayor las tiendas iban abriendo. Los burgueses también empezaban a salir de sus casas.

Cuando los relojes marcaban las ocho de la mañana, llegó a la muralla de la ciudad y atravesó la puerta. Dos soldados que vigilaban la saludaron militarmente con el puño.
El bosque estaba cerca y galopó rápido. Luego paró, descabalgó y se tumbó en el suelo, pensativa, hasta que pasó más de una hora.

Los pájaros gorjeaban en el cielo azul mientras revoloteaban raudos. 

Se incorporó y montó en el caballo.

«A ver qué me cuentas, Bêlion», se dijo a sí misma. 

Dio media vuelta y se dirigió otra vez al castillo.




Bêlion era erudito, y como todos aquellos que ostentaban tal rango, estaba confinado a pasarse días enteros en la biblioteca, rodeado de libros y más libros.

El hombre era menudo, de tez pálida, pobladas cejas y tenía una notable desviación de columna que le formaba una pequeña joroba. Natural de Mür, llevaba más de cuarenta años al servicio de su señor Cícleo y del padre de éste, y pese a que tenía un carácter un poco huraño, era muy querido en el castillo. Valesïa siempre se había llevado bien con él, aunque a veces el hombre la ponía nerviosa con su mirada fija y penetrante.

Cuando llegó la muchacha, el erudito se encontraba repasando unos pergaminos. Le dijo que pasara y la invitó a sentarse en una silla que había frente a su escritorio.

—Hola, dama Valesïa —saludó el hombre.

—Hola, Bêlion —dijo ella.

—¿Quieres un vaso de vino dulce? —Le ofreció el hombre—. Es el mejor de toda la región.

—No, gracias.

—Es muy suave. 

La muchacha negó con la cabeza.

—Bueno, espera que pase un minuto, yo me prepararé uno.

El hombre abrió un viejo armario en el que guardaba varias botellas y numerosas copas de cristal, se llenó una copa y volvió a sentarse frente a ella. Dio un sorbo y le dijo:

—Tú dirás, Valesïa. 

Esta vez habló en tono más familiar. Enlazó las manos y la miró a los ojos, como acostumbraba a hacer siempre.

La muchacha tenía tantas preguntas en la cabeza que no sabía cómo empezar. Al final preguntó:

—¿Qué podrías contarme de los sueños?

—¿Los sueños?

—Sí.

El erudito asintió.

—Los sueños son imágenes, hechos o sucesos que ocurren mientras dormimos —dijo.

—Pero ¿esas imágenes o sucesos pueden hacerse reales?

—Eso es difícil de saberlo. Los sueños muchas veces son sólo obsesiones que deseamos y que no podemos alcanzar. Otras veces son sucesos importantes, o no tanto, que nos han ocurrido a lo largo de nuestra vida y que los soñamos continuamente, a veces tergiversados —dio otro pequeño trago a la copa de vino—, y que puede ser que se conviertan en reales. Pero en eso también puede influir el azar, quién lo sabe.

El erudito se secó el sudor de la frente con un pañuelo, pues hacía mucho calor en la habitación, y luego siguió hablando mientras Valesïa escuchaba atenta. Pasó más de media hora y, al final, dijo:

—En la Edad Antigua, los auris tenían visiones en los sueños —continuó.

Valesïa se agitó un poco nerviosa.

—Pero no todas esas visiones eras reales —continuó Bêlion—. O, mejor dicho, no todas se convertían en realidad. Aunque sí les daban bastante importancia —se encogió de hombros—. Siempre sabían interpretar los sueños. Ellos eran sabios, nosotros aprendices.

—¿Por qué no han vuelto a Castrum? —preguntó la muchacha.

El erudito negó con la cabeza.

—Nadie lo sabe —dijo—. Dejaron el reino hace mucho tiempo. ¿Dónde están? Tampoco nadie lo sabe con exactitud. Algunos se fueron en sus naves por el mar del Oeste hacia las Tierras Mágicas, y otros se exiliaron en el norte, más allá del Reino securi. Me imagino que aún hoy ellos sabrán descifrar muchas de las visiones de los sueños. A nosotros nos cuesta mucho más. No obstante, nunca hay que infravalorar los sueños, siempre podemos aprender mucho de ellos.

—¡Oh! —exclamó Valesïa.

El erudito le preguntó si había soñado algo que la inquietara, y la muchacha asintió y le relató su sueño, aunque omitió hechos puntuales como la aparición de Linx y de los monstruos.

Bêlion quedó pensativo durante unos segundos.

—Bueno, Valesïa —dijo al final—. Tú siempre has estado muy apegada a nuestro bosque. Ya de niña te escapabas para ir allí, ¿lo recuerdas?

La muchacha asintió.

Su mente voló al pasado y descubrió que el bosque «la había llamado» continuamente. 

«Siempre he soñado con Linx», pensó, sorprendida. 

En verano y en primavera caminaba por los senderos frondosos y recogía flores silvestres, se desnudaba y se bañaba en los arroyos fríos y limpios, y en más de una ocasión había terminado resfriada y con fiebre.

Hubo un pequeño silencio.

—Gracias, Bêlion, me has sido de gran ayuda —dijo la muchacha, levantándose de la silla.

—Ha sido un placer —intervino el erudito, levantándose también—. Si no deseas nada más...

La muchacha se detuvo y asintió.

—Bueno, otra cosa —añadió.

—Adelante —contestó el anciano.

—El emblema de Mür es un lince —asintió Bêlion—. En la ciudad hay muchos gatos, pero nunca he visto lince alguno. ¿También desaparecieron con los auris?

—No —respondió el erudito—. Los linces viven aún en el bosque, pero quedan muy pocos.

—¡Oh! —exclamó otra vez Valesïa.

—Sí, una auténtica desgracia porque son animales extraordinarios.

—¿Son mágicos?

—Tanto como los auris —asintió el anciano—. Los creó un dios: Berënion, el mismísimo Señor del Bosque.

—Gracias —repitió la muchacha con una sonrisa y salió de la biblioteca.

Había descubierto algunas cosas interesantes. Ahora iría a hablar con Tag, el mago de Mür.





Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

miércoles, 23 de abril de 2014

Edgar Allan Poe: LA DURMIENTE (THE SLEEPER)



CASTELLANO 
A medianoche, en el mes de junio, 
permanezco de pie bajo la mística luna. 
Un vapor de opio, como de rocío, tenue, 
se desprende de su dorado halo, 
y, lentamente manando, gota a gota, 
sobre la cima de la tranquila montaña, 
se desliza soñolienta y musicalmente 
hasta el universal valle. 
El romero cabecea sobre la tumba; 
la lila se inclina sobre la ola; 
abrazando la niebla en su pecho 
las ruinas se van a dormir. 
Parecido a Leteo, ¡mira!, el lago 
parece que se entrega a un sueño consciente 
y no despertaría por nada del mundo. 
¡Toda la belleza duerme! Y ¡mira dónde reposa 
Irene, con sus destinos!

¡Oh, ilustre señora!, ¿cómo puede estar bien 
esta ventana abierta a la noche? 
El aire travieso, desde la cima de los árboles, 
pasa riendo a través de la reja. 
Aires incorpóreos, revoltoso brujo, 
entran y salen de tu aposento revoloteando, 
y mueve el dosel de las cortinas 
tan caprichosamente -tan temerariamente- 
por encima de la cercana y orlada cobertura 
bajo la cual tu alma adormecida reposa escondida, 
que, sobre el suelo y por las paredes abajo, 
¡como fantasmas las sombras suben y bajan! 
¡Oh, querida señora!, ¿no tienes miedo? 
¿Por qué y qué estás tú soñando aquí? 
¡Seguro que vienes de allende lejanos mares, 
atraída por este jardín! 
¡Extraña es tu palidez! ¡Extraño tu vestido! 
¡Extraña, sobre todo, la longitud de tu trenza, 
todo ese silencio solemne!

¡La señora duerme! ¡Oh, que pueda su dormir 
que permanece, ser tan profundo 
que el cielo la tenga bajo su sagrada protección! 
Este aposento se preparó para otra más santa, 
esta cama para otra más melancólica. 
¡Rezo a Dios para que repose 
con los ojos cerrados para siempre, 
mientras los pálidos amortajados fantasmas pasan!

¡El amor mío duerme! ¡Oh, que pueda ella dormir, 
tan profundamente como largo sea tu sueño! 
¡Que los gusanos se deslicen hacia ella suavemente! 
En lo profundo del bosque, oscuro y viejo 
puede aparecer algún alto cofre para ella, 
algún cofre que se abra frecuentemente 
su negra tapa como unas alas, 
triunfantes, sobre los pináculos de los palios, 
de los grandiosos funerales de su familia 
-algún sepulcro, remoto, solitario, 
contra cuya tapa ella ha tirado 
muchas piedras distraídas en su niñez-. 
Alguna tumba de cuya chirriante puerta 
ella no pueda forzar nunca más un eco, 
temblando al pensar, ¡pobre niña de pecado!, 
que eran los muertos que gemían dentro.


ORIGINAL 
At midnight in the month of June, 
I stand beneath the mystic moon. 
An opiate vapour, dewy, dim, 
Exhales from out her golden rim, 
And, softly dripping, drop by drop, 
Upon the quiet mountain top. 
Steals drowsily and musically 
Into the univeral valley. 
The rosemary nods upon the grave; 
The lily lolls upon the wave; 
Wrapping the fog about its breast, 
The ruin moulders into rest; 
Looking like Lethe, see! the lake 
A conscious slumber seems to take, 
And would not, for the world, awake. 
All Beauty sleeps! -- and lo! where lies 
(Her easement open to the skies) 
Irene, with her Destinies!

Oh, lady bright! can it be right -- 
This window open to the night? 
The wanton airs, from the tree-top, 
Laughingly through the lattice drop -- 
The bodiless airs, a wizard rout, 
Flit through thy chamber in and out, 
And wave the curtain canopy 
So fitfully -- so fearfully -- 
Above the closed and fringed lid 
'Neath which thy slumb'ring sould lies hid, 
That o'er the floor and down the wall, 
Like ghosts the shadows rise and fall! 
Oh, lady dear, hast thous no fear? 
Why and what art thou dreaming here? 
Sure thou art come p'er far-off seas, 
A wonder to these garden trees! 
Strange is thy pallor! strange thy dress! 
Strange, above all, thy length of tress, 
And this all solemn silentness!

The lady sleeps! Oh, may her sleep, 
Which is enduring, so be deep! 
Heaven have her in its sacred keep! 
This chamber changed for one more holy, 
This bed for one more melancholy, 
I pray to God that she may lie 
Forever with unopened eye, 
While the dim sheeted ghosts go by!

My love, she sleeps! Oh, may her sleep, 
As it is lasting, so be deep! 
Soft may the worms about her creep! 
Far in the forest, dim and old, 
For her may some tall vault unfold -- 
Some vault that oft hath flung its black 
And winged pannels fluttering back, 
Triumphant, o'er the crested palls, 
Of her grand family funerals -- 
Some sepulchre, remote, alone, 
Against whose portal she hath thrown, 
In childhood, many an idle stone -- 
Some tomb from out whose sounding door 
She ne'er shall force an echo more, 
Thrilling to think, poor child of sin! 
It was the dead who groaned within

Edgar Allan Poe

Fuente: enlace web

 

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