Valesïa era la hija de Cícleo y Elisea, los Señores de Mür, la ciudad más importante del sureste de Castrum.
Cícleo Acris era un noble respetado en todo el reino, un formidable guerrero, el mejor de su pueblo, y amigo personal del mismísimo rey; y su esposa Elisea, muy inteligente y una luchadora hábil, la única heredera de la Casa Eïran, una de las casas más antiguas de Mür, descendiente de ilustres hombres y auris.
La muchacha acababa de cumplir su decimoséptimo cumpleaños, el once de ese mismo mes, por tal motivo le correspondía el tratamiento de dama. Concretamente, desde que había cumplido los dieciséis años, según las leyes del reino. Siendo, por tanto, la «dama Valesïa», ella prefería que la nombraran sólo por su nombre de pila y que omitieran el tratamiento, por honorable que fuera.
En cuanto a su aspecto físico, era bastante delgada y muy hermosa. Sus cabellos largos y negros brillaban como la luna llena en las noches rasas de verano, como si algo mágico surgiera de ellos. Tenía la piel clara y sus impresionantes ojos, algo rasgados, de color verde penetrante, como el mismo bosque de Mür.
Normalmente vestía atuendos finos y elegantes, de diferentes colores, como cremas, amarillos, violetas, rojos o verdes, todos llamativos. Pero cuando se entrenaba con sus maestros de armas: Thear, el capitán de los monjes guerreros del castillo, y Tácis, el comandante de la Guardia de Mür, se ceñía en ropas duras y oscuras, y llevaba una cota de malla impresionante con la insignia de la ciudad: un lince coronado.
Descendiente de familias nobles como los Acris y los Eïran, y también de antiguos antepasados auris, Valesïa desprendía una fantástica magia. Tenía carácter alegre pero serio, y se había educado para convertirse en dama y también en legionaria, instruida en la espada y en el arco. En Mür, las mujeres eran grandes luchadoras y gran parte del ejército de la región estaba compuesto por legionarias.
Tenía dos hermanos: Rênion, el heredero del trono del Castillo del Bosque, dos años mayor que ella; y Mîreon, el menor de los tres, que tenía catorce años. Valesïa adoraba a los dos, pero estaba más apegada a Mîreon.
Aquel día, Valesïa se levantó preocupada. Soñaba muy a menudo con el lince, pero los últimos días el sueño se había intensificado y cada vez era más «real».
«Ya conozco tu nombre: Linx», pensó.
Ahora la llamada era evidente, fuerte, seguida y continua.
Luz irreal
que alumbra la noche,
eternamente oscura,
mágica y extraña.
Luz irreal
que alumbra mi cuerpo,
eternamente abrumado
de silencio y miedo.
Luz irreal,
llamada en silencio
Luz irreal,
llamada en sueños.
La muchacha salía a menudo de la ciudad y visitaba el bosque, donde encontraba paz y tranquilidad, pero nunca se alejaba demasiado. El bosque era denso y un lugar fácil para perderse. Se situaba a tan sólo dos kilómetros, aproximadamente, de Mür, y desde la ventana de su alcoba lo contemplaba a menudo. Era muy hermoso.
Las gentes de la región siempre lo habían respetado y relataban historias de hechos históricos y míticos, verdaderos y falsos, y los trovadores componían bellas canciones donde nombraban a auris y a animales mágicos.
Dos doncellas le prepararon la artesa con flores aromáticas y se dio un refrescante baño. Luego bajó a la cocina y desayunó un vaso de leche fría y unos pastelitos de naranja y limón.
No vio a su padre ni a Rênion, que estaban reunidos en consejo militar. Siempre se hacían muchos consejos en el castillo, y en los últimos días más de lo normal. Su madre apenas habló y Mîreon dormía todavía.
Cuando acabó de desayunar, se dirigió a los establos.
A mitad de camino se topó con un gato. En Mür vivían cientos de mininos y en el castillo, decenas. Éste era grandísimo, más de lo normal. La miró a los ojos, como si quisiera hablarle, y maulló con suavidad, giró la cabeza a ambos lados y, cuando vio acercarse a un soldado, se alejó con mucha calma. Pero antes de desaparecer en los pasillos se giró otra vez y volvió a mirarla, algo que le extrañó.
El mozo de cuadras le ensilló a Veloz, su hermoso caballo bermejo.
—Ya está —dijo el muchacho.
—Gracias —respondió ella.
Armada con su arco y su carcaj a la espalda, salió al trote por la puerta norte del castillo.
La ciudad iba despertando de la noche silenciosa y, en las plazas, los comerciantes y los mercaderes preparaban sus puestos. En la calle mayor las tiendas iban abriendo. Los burgueses también empezaban a salir de sus casas.
Cuando los relojes marcaban las ocho de la mañana, llegó a la muralla de la ciudad y atravesó la puerta. Dos soldados que vigilaban la saludaron militarmente con el puño.
El bosque estaba cerca y galopó rápido. Luego paró, descabalgó y se tumbó en el suelo, pensativa, hasta que pasó más de una hora.
Los pájaros gorjeaban en el cielo azul mientras revoloteaban raudos.
Se incorporó y montó en el caballo.
«A ver qué me cuentas, Bêlion», se dijo a sí misma.
Dio media vuelta y se dirigió otra vez al castillo.
Bêlion era erudito, y como todos aquellos que ostentaban tal rango, estaba confinado a pasarse días enteros en la biblioteca, rodeado de libros y más libros.
El hombre era menudo, de tez pálida, pobladas cejas y tenía una notable desviación de columna que le formaba una pequeña joroba. Natural de Mür, llevaba más de cuarenta años al servicio de su señor Cícleo y del padre de éste, y pese a que tenía un carácter un poco huraño, era muy querido en el castillo. Valesïa siempre se había llevado bien con él, aunque a veces el hombre la ponía nerviosa con su mirada fija y penetrante.
Cuando llegó la muchacha, el erudito se encontraba repasando unos pergaminos. Le dijo que pasara y la invitó a sentarse en una silla que había frente a su escritorio.
—Hola, dama Valesïa —saludó el hombre.
—Hola, Bêlion —dijo ella.
—¿Quieres un vaso de vino dulce? —Le ofreció el hombre—. Es el mejor de toda la región.
—No, gracias.
—Es muy suave.
La muchacha negó con la cabeza.
—Bueno, espera que pase un minuto, yo me prepararé uno.
El hombre abrió un viejo armario en el que guardaba varias botellas y numerosas copas de cristal, se llenó una copa y volvió a sentarse frente a ella. Dio un sorbo y le dijo:
—Tú dirás, Valesïa.
Esta vez habló en tono más familiar. Enlazó las manos y la miró a los ojos, como acostumbraba a hacer siempre.
La muchacha tenía tantas preguntas en la cabeza que no sabía cómo empezar. Al final preguntó:
—¿Qué podrías contarme de los sueños?
—¿Los sueños?
—Sí.
El erudito asintió.
—Los sueños son imágenes, hechos o sucesos que ocurren mientras dormimos —dijo.
—Pero ¿esas imágenes o sucesos pueden hacerse reales?
—Eso es difícil de saberlo. Los sueños muchas veces son sólo obsesiones que deseamos y que no podemos alcanzar. Otras veces son sucesos importantes, o no tanto, que nos han ocurrido a lo largo de nuestra vida y que los soñamos continuamente, a veces tergiversados —dio otro pequeño trago a la copa de vino—, y que puede ser que se conviertan en reales. Pero en eso también puede influir el azar, quién lo sabe.
El erudito se secó el sudor de la frente con un pañuelo, pues hacía mucho calor en la habitación, y luego siguió hablando mientras Valesïa escuchaba atenta. Pasó más de media hora y, al final, dijo:
—En la Edad Antigua, los auris tenían visiones en los sueños —continuó.
Valesïa se agitó un poco nerviosa.
—Pero no todas esas visiones eras reales —continuó Bêlion—. O, mejor dicho, no todas se convertían en realidad. Aunque sí les daban bastante importancia —se encogió de hombros—. Siempre sabían interpretar los sueños. Ellos eran sabios, nosotros aprendices.
—¿Por qué no han vuelto a Castrum? —preguntó la muchacha.
El erudito negó con la cabeza.
—Nadie lo sabe —dijo—. Dejaron el reino hace mucho tiempo. ¿Dónde están? Tampoco nadie lo sabe con exactitud. Algunos se fueron en sus naves por el mar del Oeste hacia las Tierras Mágicas, y otros se exiliaron en el norte, más allá del Reino securi. Me imagino que aún hoy ellos sabrán descifrar muchas de las visiones de los sueños. A nosotros nos cuesta mucho más. No obstante, nunca hay que infravalorar los sueños, siempre podemos aprender mucho de ellos.
—¡Oh! —exclamó Valesïa.
El erudito le preguntó si había soñado algo que la inquietara, y la muchacha asintió y le relató su sueño, aunque omitió hechos puntuales como la aparición de Linx y de los monstruos.
Bêlion quedó pensativo durante unos segundos.
—Bueno, Valesïa —dijo al final—. Tú siempre has estado muy apegada a nuestro bosque. Ya de niña te escapabas para ir allí, ¿lo recuerdas?
La muchacha asintió.
Su mente voló al pasado y descubrió que el bosque «la había llamado» continuamente.
«Siempre he soñado con Linx», pensó, sorprendida.
En verano y en primavera caminaba por los senderos frondosos y recogía flores silvestres, se desnudaba y se bañaba en los arroyos fríos y limpios, y en más de una ocasión había terminado resfriada y con fiebre.
Hubo un pequeño silencio.
—Gracias, Bêlion, me has sido de gran ayuda —dijo la muchacha, levantándose de la silla.
—Ha sido un placer —intervino el erudito, levantándose también—. Si no deseas nada más...
La muchacha se detuvo y asintió.
—Bueno, otra cosa —añadió.
—Adelante —contestó el anciano.
—El emblema de Mür es un lince —asintió Bêlion—. En la ciudad hay muchos gatos, pero nunca he visto lince alguno. ¿También desaparecieron con los auris?
—No —respondió el erudito—. Los linces viven aún en el bosque, pero quedan muy pocos.
—¡Oh! —exclamó otra vez Valesïa.
—Sí, una auténtica desgracia porque son animales extraordinarios.
—¿Son mágicos?
—Tanto como los auris —asintió el anciano—. Los creó un dios: Berënion, el mismísimo Señor del Bosque.
—Gracias —repitió la muchacha con una sonrisa y salió de la biblioteca.
Había descubierto algunas cosas interesantes. Ahora iría a hablar con Tag, el mago de Mür.
Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014
En este capi se da a conocer creo que la protagonista principal, y se intuye algo de por donde puede ir la historia.
ResponderEliminarExacto Jose.
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