lunes, 17 de febrero de 2014

Valesïa: VISIÓN


La tercera parte de Valesïa se titula Maldición, y está compuesta de treinta y dos capítulos. Éste es el capítulo octavo:          



8

De repente, Sirinea abrió los ojos.

—He tenido una visión, una llamada —dijo, y se levantó de la cama.

A su lado estaba Ariûm.

—¿De quién? —preguntó el Rey Oscuro, incorporándose.

—De Bêssut.

El monarca asintió. El demonio Bêssut era el Señor del Caos y el emisario principal del Señor de las Tinieblas.

—¿Sabes qué quiere?

—No —le dio un beso en los labios—. Pero volveré pronto, mi rey.

Luego, sin más, se vistió, formó una puerta mágica y la atravesó.

La puerta desapareció.




Pasaron dos días y Sirinea volvió del Averno por esa misma puerta mágica.

Ariûm sonrió al verla.

—Mi amada enâi —dijo, y le besó el anillo con forma de calavera.

—Mi señor —lo saludó Sirinea, mirándolo maliciosamente.

Después se reunieron en el salón del castillo Tiniebla de Morium.

—¿Qué noticias traes a nuestro reino? —preguntó el monarca.

—Bêssut fue enviado por nuestro señor hasta el mismísimo Edén —comunicó la enâi.

—¿Para qué?

—Para dialogar.

—¿Dialogar? —se extrañó Enis.

—¿Con el enemigo? —preguntó Erkei.

La enâi los miró con reproche.

—¿Cuestionáis las decisiones de nuestro señor Nedesïon? —preguntó, desafiante. Trûn gruñó.

—No, mi señora —afirmó el gran brujo al instante, comprendiendo su error.

La enâi asintió.

—Eso espero —dijo con malicia.

Enis miró con maldad a Trûn, pero el monstruo no apartó la mirada.

Sirinea no les desveló todo lo que sabía, por supuesto. Sobre todo, porque Enis, el dîrus supremo, había vaticinado que el ejército oscuro, tras la invasión de Enesïa, atacaría el reino de Enïûn y el reino de Elïnor y después conquistaría todo el norte de Tierra Leyenda. Pero Nedesïon, el Señor de las Tinieblas, sabía que lo realmente importante era recuperar la maldita espada mágica para que Ariûm no fuera vencido en ese mundo. También apoderarse del potente amuleto auri, bendecido por su propio padre, para fabricar un objeto único, tanto como el medallón amarillo de su hermano Enesïon. Por tanto, el norte podría esperar por ahora.

Las deidades, ya fueran del Averno o del Edén, siempre habían jugado con las vidas de los simples mortales.

La enâi finalizó diciendo:

—Los guznai atacarán cuando la auri y el lince encuentren la espada. Luego asesinarán al felino.

—¿Y la muchacha? —preguntó el monarca.

—La capturarán.

—Se resistirá —dijo el general Driûn—. Esos condenados auris prefieren la muerte antes que la rendición.

—Entonces también la asesinarán, por supuesto —dijo Sirinea, mirando al rey maliciosamente.

Ariûm sonrió. Su mente enferma ya había olvidado que siglos atrás su alma y su cuerpo habían pertenecido a esa misma estirpe.

—Ven conmigo —ordenó luego la enâi, cogiéndole la mano.

El rey la siguió sin rechistar hasta que llegaron a su alcoba.

Luego se desnudaron y se metieron en la cama.

Para ti es este verso,
aunque te ocultes
entre las sombras
del Mundo de los espíritus.

¡Oh, amor!
Tú eres el ángel oscuro.
¡Oh, amor!
Tú eres el ángel de la muerte.
¡Oh, amor!

Tú eres el ángel del infierno.
Para ti es este verso,
aunque no oigas
entre las sombras
mis suspiros.

Ángel oscuro,
de alas azabaches.
Ángel de la muerte,
de piel dulce.
Ángel del infierno,
de ojos perversos.

Para ti es este verso,
mi amor, te doy
mi alma
y mis caricias.

Para ti es este verso…



Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

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