domingo, 30 de marzo de 2014

Edgar Allan Poe: EL CUERVO


El Cuervo es un famoso poema del escritor Edgar Allan Poe:


Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!


Edgar Allan Poe




jueves, 27 de marzo de 2014

Reinos Olvidados: EL ELFO OSCURO


El Elfo Oscuro es una magnífica trilogía del escritor estadounidense R.A. Salvatore, compuesta por El Exilio, El Refugio, y La Morada; donde el autor comienza a contar la historia del elfo oscuro Drizzt Do'Urden.



La novela perteneciente al mundo de Reinos Olvidados.




miércoles, 26 de marzo de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 1

Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 1

1

Corría el año 1.104 de la Edad Nueva.

Los duros combates duraron tres días seguidos y en Bastión se respiraba un aire tenso, sobrecogedor.

Un batallón entero de tarkos junto con varios gigantes y muchos minotauros había intentado abrirse paso por la zona este, pero los hombres lucharon con valentía y se lo impidieron. No obstante, aunque los monstruos hubieran logrado su objetivo no habrían llegado muy lejos, ya que en la parte alta de la colina había ocultos más de trescientos arqueros, doscientos jinetes y el doble de soldados infantes y legionarios, todos fuertemente armados y deseosos de entrar en batalla.

Al final los monstruos se dieron por vencidos y con gruñidos salvajes retrocedieron a paso rápido hasta llegar a su territorio, donde volvieron a reagruparse en escuadrones ante los gritos de los furiosos capitanes y de sus temidos látigos.

Los hombres por fin pudieron organizarse, sin ni siquiera abandonar sus posiciones. Trasladaron los heridos al interior de las murallas y los más graves al castillo, donde los magos no daban abasto para intentar sanarlos. Muchos de ellos morían por el camino y otros, aunque fueran curados, ya no podrían combatir de nuevo, sobre todo los mutilados.

Bareon Lânis, el Señor de Bastión, estaba inquieto. Reunió a su Consejo, que estaba compuesto por señores, militares, eruditos y magos, y empezaron por analizar detenidamente la situación, que ya se hacía preocupante.

La guerra contra los tarkos duraba desde tiempos muy lejanos, pero los ataques insistentes y más organizados de los monstruos ya eran una triste realidad.

La gran sala del Castillo Fortaleza estaba en silencio hasta que habló Bareon.

—Así no podemos continuar —interrumpió—. Nos están ganando terreno y los ataques no cesan. Nunca se cansan —negó con la cabeza.

—Mi señor, hay que solicitar más refuerzos al rey —dijo el general Nêor, un hombre alto y medio calvo, con brazos musculosos. 

Acababa de llegar del campo de batalla y aún iba protegido con una dura armadura. En el cinto portaba una formidable y larga espada de acero y en su capa verde lucía el símbolo de Bastión: un águila parda con una corona que representaba la lealtad de la ciudad a la capital del reino. Había dejado su yelmo encima de la mesa y todavía llevaba puestos los guantes negros.

—En efecto, Nêor —asintió Bareon, ceñudo—, pero también tenemos que descubrir las intenciones del rey oscuro.

—Señor, esa hazaña será imposible —intervino el mago Mión, un hombre de avanzada edad, muy delgado y de pelo largo y cano. Llevaba puesto un sombrero azul de mago y vestía un ropaje largo del mismo color—. Como ya sabemos todos —pasó la mirada de Bareon hacia los consejeros—, Ariûm ha protegido su reino con brujería... El hombre que se adentre en el Reino Oscuro terminará siendo capturado, torturado y asesinado por esas bestias miserables.

Bareon asintió, pero expresó que su intención no era enviar a ningún hombre.

—Hablaremos con las águilas —decidió al fin—. Ellas serán nuestros ojos.

Poco más se debatió en aquel Consejo y las batallas continuaron de día y noche. Los cadáveres de hombres y monstruos cubrían el campo muerto que separaba los dos reinos, como la lluvia fría de otoño los altos torreones de los castillos.
Pasaron dos meses y todo seguía igual, pero al siguiente Consejo contaron con la presencia de Aquénion, el Señor de las Águilas Pardas, que iba acompañado de su hijo Áquian.

La reunión duró varias horas, desde la media tarde hasta el crepúsculo.

El erudito Jolean, que poseía el don de comunicarse con la mente, hizo de intérprete entre las rapaces y aquellos hombres que no gozaban de dicha virtud, que en definitiva era la mayoría.

Las rapaces más grandes vivían en el Monte de las Águilas, muy cerca y al norte de Bastión. Eternas amigas de los hombres, siempre habían estado dispuestas a ayudarlos, sobre todo cuando la seguridad del reino peligraba por las sombras del sur.
El rey Aquénion era inmenso. De plumaje pardo, casi negro, a excepción de los hombros claros y la nuca cremosa, poseía un pico negro, curvo hacia abajo, y ojos de color anaranjado con el iris negro, tan bellos como extraños. Allí en el sur, las águilas eran el medio de transporte más utilizado por los magos, y Aquénion en algunas ocasiones había transportado a dos magos a la vez, maestro y aprendiz juntos, una proeza que sólo él había conseguido. 

Jolean les hizo saber la situación y las águilas accedieron a los deseos de Bareon, pero siempre que las rapaces no corrieran peligro, como era predecible. Se pactó que una pareja de animales mágicos volaría hacia el norte, a la capital Tolen, e informarían al rey Rodrian de la situación tan insostenible y que solicitarían más soldados para la defensa de la ciudad.

Mientras, otras dos parejas de rapaces se dirigirían al sur con la misión de inspeccionar el litoral oeste del Reino Oscuro hasta la ciudad de Miedo, y el litoral este hasta la ciudad de Tark. Pero sólo sobrevolarían la costa, ya que el reino enemigo estaba protegido con los hechizos de los brujos, como había advertido el mago Mión. Además, allí no encontrarían lûctos, ya que los dragones negros sólo volaban los cielos entre Sombra y Morium.

Saldrían de noche para evitar ser vistas por el ojo vigilante de Sombra y, al aproximarse a las ciudades costeras del reino, volarían hacia el mar, esquivándolas. La pareja que volara hacia la costa oeste podría hacer un descanso en las islas Negras y, la otra, en la isla Solitaria. Esas islas se encontraban deshabitadas. Prácticamente eran islas vírgenes, de belleza impresionante y también salvaje.

Al día siguiente, al ocaso, las cuatro águilas alzaron al viento sus majestuosas alas y emprendieron el peligroso viaje hacia los dos confines del Reino Oscuro. La tercera pareja, la que iba a la Corte, ya se encontraba muy lejos de Bastión, pues había iniciado su viaje hacia el norte poco después del alba.




Ya amanecía cuando bordearon la aciaga ciudad de Muerte.

Las águilas que había designado el rey Aquénion para explorar el litoral este del Reino Oscuro se llamaban Ecqus y Annea. Las rapaces volaron hacia la isla Solitaria para descansar, antes de reemprender su largo viaje a Tark.

Hasta el momento lo que habían visto no les había gustado: miles de tarkos que avanzaban desde Muerte a Sombra. También vieron gigantes y demasiados minotauros. Las peleas entre tarkos se producían a menudo y casi siempre terminaban con la muerte violenta de algún monstruo.

«Son crueles», dijo Annea, de manera mental, y su compañero estuvo de acuerdo con ella.     

Con sus lentos, pero eficaces movimientos de alas volaron hacia su primer destino y sintieron alivio al dejar atrás las playas del Reino Oscuro.

Cuando recuperasen fuerzas, después de un merecido descanso en el islote, continuarían con su misión.




Las otras dos águilas, llamadas Aquis y Aira, al bordear Sangre viraron de nuevo hacia el litoral y siguieron avanzando a buen ritmo. Volaban muy alto para no ser vistas, pero sus ojos sagaces distinguían con claridad los movimientos en tierra de sus enemigos.

El día era espléndido, aunque el Reino Oscuro, desolador.

Hasta Sangre, su viaje fue tranquilo y apenas observaron tarkos ni ningún otro monstruo. Luego, aquella falsa tranquilidad cambió bruscamente.    

«¡Mira allí!», exclamó Aquis.

Aira, su eterna compañera desde hacía muchísimos años, movió la cabeza y miró más atenta.

«Es imposible», dijo, estupefacta, sin poder creer lo que veía.

Ante sus ojos apareció de repente un mar rojo, caótico. En las arenas ennegrecidas de la playa yacían miles de orcas muertas, mientras que un ejército muy numeroso de monstruos las iba despedazando.

Las orcas eran seres superiores, animales mágicos como las águilas, y aunque como era lógico nunca habían tenido relación con ellas, las rapaces sintieron muchísima tristeza.

Siguieron volando y los monstruos que vieron más adelante eran innumerables. Venían de Miedo y las águilas ni siquiera veían el final de los batallones.

«¿Cuántos serán?», preguntó Aquis, pero sabía que aquella pregunta sería imposible de contestar. Los batallones avanzaban por la carretera sin descanso.

«Demasiados», contestó su compañera.

«Sí».

Mar adentro, a muy pocos kilómetros de la costa, observaron grandes y violentos remolinos, y vieron crasens.

Los crasens eran pulpos repulsivos y gigantes, mucho más grandes que las mismas ballenas. Tan malvados como los tarkos y fuertes como cientos de gigantes juntos.

Los repugnantes pulpos iban estrechándose en círculos, medio cuerpo en el mar y medio, fuera. 

 En el interior de aquellos círculos se encontraban las orcas que aún no habían sido exterminadas, pero que les esperaba una muerte más que probable.     
     
«Vamos a Bastión», dijo Aira, preocupada. «Hay que avisar pronto, se avecinan problemas para la ciudad».

«Para todo el reino», determinó Aquis. «Pero antes, vayamos a las islas Negras para ver qué sucede allí».

Cambiaron de rumbo y volaron hacia el norte.

Emprendieron un vertiginoso viaje esperando que la situación no fuera tan desastrosa en ese lugar, pero desgraciadamente se equivocaron. Mucho antes de llegar al archipiélago contemplaron que en las aguas del mar se producían batallas más violentas. Un crasen atrapó a una orca y la aplastó con sus tentáculos hasta que el cetáceo expiró. Luego otro monstruo marino hizo lo mismo, y después otro.

En definitiva, las orcas aun siendo fieras luchadoras se encontraban desbordadas por un enemigo superior en fuerza y número, y morían a cientos. Intentaban evadir a los monstruos marinos dirigiéndose al norte, pero los crasens eran muchos más y les impedían la huida. Sólo unas pocas lograron escapar hacia el oeste, donde acababa el reino humano y se extendía el gran océano.

Cuando se encontraban cerca de las islas vieron los cuerpos de muchos cetáceos en las playas y, atracados, más de un centenar de barcos abanderados con el emblema de Ariûm: una figura demoniaca con un yelmo en forma de cráneo que representaba al mismo Ariûm sentado sobre su trono, y a sus pies cientos de calaveras. Sobre el regazo del demonio descansaba una gran espada de hoja oscura: Dolor.

Los tarkos y los taen hacían el mismo trabajo que sus compañeros en Sangre.

Los taen también eran tarkos, pero más menudos y algo menos mugrientos que sus otros parientes. Era la única raza de tarkos que se habían aventurado en sus navíos a cruzar los mares, y su número de individuos, reducido en comparación con sus hermanos de tierra. Todos ellos eran bucaneros sanguinarios y despiadados.

Aquel macabro escenario de sangre y muerte había despistado tanto a las rapaces que Aira presintió de repente que algo iba mal. Escuchó en su cabeza que Aquis decía: 

«Deprisa, huyamos…», pero antes de terminar la frase soltó un quejido sonoro parecido a un «quia, quia». Ella se giró con brusquedad hacia su izquierda y vio horrorizada el cuello de Aquis entre las fauces de un enorme dragón negro. Aquis quiso arañar con sus fuertes garras al lûcto, pero le fue imposible y el dragón cerró más fuerte las mandíbulas.

Aira intentó abalanzarse hacia el lûcto, pero notó un tremendo dolor en la cola. Miró hacia atrás y otros tres dragones empezaron a morderla por las alas, mientras que uno de ellos le lanzaba una bocanada de fuego a la cara y la dejaba ciega. 

«¿Cómo han podido sorprendernos?», se preguntó, pensando que allí no deberían haber volado los lûctos, y cuando ya era demasiado tarde para la salvación. Quizás habían utilizado la brujería, pero eso ya no importaba.

Luego cayó a mucha velocidad hacia el suelo, junto a su compañero, su amante. No le dio tiempo para pensar en lo ocurrido, ni siquiera sintió miedo. Sólo supo que pronto estaría con Aquis en el Reino de los Cielos y que sus almas vagarían unidas por toda la eternidad. Después, todo se hizo oscuro.




Al cabo de varios días llegó del norte la pareja de águilas.

Habían participado en la complicada situación al rey Rodrian, y Su Majestad había ordenado que un gran ejército de alrededor de tres mil soldados, compuesto también de magos y monjes guerreros, se dirigiera hacia al sur. La noticia fue bien recibida en la castigada ciudad.

Pasaron más días y las otras dos parejas no llegaban. Aquénion y Bareon empezaron a preocuparse, pero decidieron no enviar a ninguna rapaz más, aunque la espera los inquietara.

Los dos señores desconocían el fatal desenlace de Aquis y Aira, así como el de Ecqus y Annea, que al llegar a la isla Solitaria se encontraron con un enorme contingente de cientos de barcos enemigos, y al igual que sus compañeras habían perecido a manos de los lûctos. Pero antes también habían visto las playas ensangrentadas.




Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

viernes, 21 de marzo de 2014

DUNGEONS & DRAGONS (JUEGO DE ROL)


Dungeons & Dragons es un juego de rol de fantasía heroica actualmente publicado por Wizards of the Coast. El juego original fue diseñado en Estados Unidos por Gary Gygax y Dave Arneson y publicado por primera vez en 1974 por la compañía de Gygax, Tactical Studies Rules (TSR). Originalmente derivado de juegos de tablero jugados con lápiz, papel y dados, la primera publicación de Dungeons & Dragons es bien conocida como el principio de los juegos de rol modernos1 y por consiguiente de la industria de los juegos de rol y de los videojuegos de rol multijugador masivos en línea.

Desde su aparición este juego ha sido publicado a lo largo de un gran número de ediciones y muchas de ellas han sido traducidas al castellano, pero conservando siempre el título original en inglés: Dungeons & Dragons. El título Dragones y mazmorras sólo sirvió en España para traducir el título de la serie animada basada en el juego. El título Calabozos y dragones ha servido únicamente en Hispanoamérica para traducir no sólo la serie de dibujos animados sino también las dos primeras películas derivadas del juego (Dungeons & Dragons y Dungeons & Dragons: Wrath of the Dragon God)
.




Fuente: Wikipedia
Enlace: Web Oficial


miércoles, 19 de marzo de 2014

Reinos Olvidados: LA HIJA DE LA CASA BAENRE


La Hija de la Casa Baenre pertenece a la trilogía: Liriel, la Elfa Oscura, de la escritora estadounidense Elaine Cunningham.
La trilogía está compuesta por los siguientes libros:
1. La Hija de la Casa Baenre (1995) (en España, publicado por Timun Mas en 2004)
2. Tangled Webs (1996) (no publicado en España)
3. Windwalker (2003) (no publicado en España)


La novela perteneciente al mundo de Reinos Olvidados.



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martes, 18 de marzo de 2014

Reinos Olvidados: EL CÁNTICO DE LOS SAUROS


 Tercera parte de El Tatuaje Azul.




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Reinos Olvidados: EL ESPOLÓN DEL WYVERN


Segunda parte de El Tatuaje Azul.




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Reinos Olvidados: EL TATUAJE AZUL


El Tatuaje Azul es un libro perteneciente al mundo de Reinos Olvidados.

El personaje principal es una mercenaria llamada Alias, la cual se despierta un día con un extraño tatuaje en su brazo y con lagunas de memoria. Desde el principio, Alias se propone desvelar el misterio.

Otros personajes del libro son un hombre lagarto, un mago mercader y una halfling.




Tienda: Amazon

NOVELAS DE REINOS OLVIDADOS


La colección de Reinos Olvidados es una serie de libros de diversos autores basados en el mundo ficticio de Reinos Olvidados, imaginado por Ed Greenwood como escenario de campaña para sus partidas de Dungeons & Dragons.

Son publicados por Wizards Of The Coast (algunos fueron publicados por primera vez por TSR antes de ser absorbido por WotC) en inglés, y por Timun Mas en español.

Ahora, Altaya es la editorial que está publicando la colección completa de Reinos Olvidados.


Editorial Planeta





Fuente: Wikipedia

miércoles, 12 de marzo de 2014

Valesïa: PRÓLOGO


           Valesïa es una novela que consta de un prólogo, cuatro partes y un epílogo. Las partes son: Primera "Invasión"; Segunda "Oscuridad"; Tercera "Maldición"; y Cuarta "Tinieblas". Es la primera entrega de la saga Los Señores del Edén.


           Hasta el momento he ido subiendo al blog capítulos sueltos sin ningún orden. Éste es el principio:


PRÓLOGO

El Reino de Castrum era pequeño, pero arcaico.

En la Antigüedad o Edad Antigua, cuando algunos dioses eran aún jóvenes, fue concedido a los auris, que llegaron de lejanas tierras por el mar del Oeste en sus barcos color de plata como la luna llena. En esa época el Reino de Castrum era conocido como Enesïa, que en auri significaba Tierra de la Luz.

Enesïa era uno de los muchos reinos de Tierra Leyenda, y a su vez Tierra Leyenda era uno de los muchos mundos materiales que existían.

Todos estos mundos giraban paralelos en tiempos y épocas diferentes.

Los auris eran altos, de largos cabellos y tez blanca, rostros de rasgos elegantes y delicados, ojos de gato, y grandes orejas que terminaban en punta. Vestían impresionantes ropas mágicas y no sólo eran bardos, artistas o comerciantes, sino también grandes guerreros, diestros en el arte de la lucha. Conocían mejor que nadie la destreza de la magia. Eso sí, ante todo era un pueblo pacífico.

La Historia cuenta que los creó Enesïon, el Señor de la Luz, hijo de Asërion, el Dios Supremo de todos los mundos, y por eso por sus venas corría sangre de dioses.

Construyeron grandes ciudades en los bosques, en los extensos campos junto a los grandes ríos y a lo largo de los dos anchos mares que rodeaban Enesïa. Gobernaron durante milenios con sabiduría, paz y armonía.

Pero los auris no eran dioses ni avatares. Vivían más de mil años, pero al final la muerte se los llevaba como a cualquier simple mortal. Este hecho no era bien aceptado por los más orgullosos, pero nada dura para siempre.

Enesïa era casi una península, pero con dos istmos. Hacía frontera al sur con las Tierras Baldías y al norte con los imponentes Montes de la Niebla. Las Tierras Baldías se extendían miles de kilómetros, donde el desierto se hacía inmenso y lugar en el que habitaban seres malignos en fiera anarquía. Al norte de los Montes de la Niebla estaba el Bosque Eterno, casi tan grande como la misma Enesïa. Allí vivían seres extraños y de considerable poder.

Los dioses también crearon a otros seres mágicos que asentaron en Enesïa. Aquesïon, el Señor del Cielo, erigió a las gigantescas águilas pardas; Droun, el Señor del Fuego, a los bravos dragones blancos; Berënion, el Señor del Bosque, a los ágiles y grandes gatos con punta en las orejas en forma de astas, llamados linces; Edïona, la Señora de la Tierra, a los fuertes lobos negros; Aquium, el Señor del Mar, a las inteligentes y salvajes orcas; y Sienus, el Señor del Hielo, a los fieros osos blancos. Todos ellos fueron protectores de los auris. También elaboraron a otro sinfín de seres menores dotados de sangre de reyes, además de que se comunicaban con la mente. Al final, y tras varios miles de años, el mismo Señor de la Luz creó a los hombres; y Zhohor, el Señor de la Montaña, a los pequeños securis.

Los hombres y los securis, al igual que los auris, fueron dotados con la capacidad del habla, aunque algunos de ellos también se transmitían con la mente.

Asimismo, existían otros muchos dioses y semidioses: señores y señoras del bien que vivían en el mágico Edén; o señores y señoras de mal que vivían en el infame Averno.

Los auris fundaron su capital en Töeren, ciudad que en la actualidad se llama Tolen, y nombraron como primer rey a Ethinïel Druein el Grande, que reinó desde el año 1 hasta el día de su muerte, en el 653. Le sucedieron otros grandes reyes. Los milenios pasaban y los siglos parecían años.

El segundo rey fue Athïel, y después Rothên, luego Erantïl el Viejo, y muchos más después, todos de la estirpe Druein, que significa en la lengua común Mano de Acero, hasta llegar al glorioso Eäliadel, que gobernó desde el año 4824 hasta el 5357, cuando ya quedaba poco para que finalizara la Edad Antigua.

A Eäliadel, como a los demás reyes anteriores, le asesoraba el Alto Consejo auri, compuesto por once miembros: las damas Aerïel y Elïel, y los caballeros Bondêril, Erûn, Estorandïl, Bardenaël, Erandor, Samîdel, Eloïn, Alindel y Ariûm.

Cada miembro del Alto Consejo residía en una gran torre del llamado Castillo del Sol de Töeren, y en el mismo centro del castillo se alzaba la Torre del Rey, un descomunal torreón de piedra de más de doscientos metros de altura. La Arealdïon, que en la lengua común significa Guardia Real, estaba compuesta por veinticinco grandes guerreros y su misión era la protección del rey y de sus consejeros. El capitán de la Arealdïon era Eïranior, que estaba considerado como uno de los mejores guerreros de Enesïa.

Aparte de Töeren, que se hallaba en el centro del reino, las ciudades más importantes se situaban en cada punto cardinal. Al este y oeste vigilaban los mares dos grandes ciudades conocidas en la actualidad con los nombres de Puerto Grande y Puerto del Este. Al norte, al pie de los Montes de la Niebla, Garëun, la hoy llamada Galiun, y al sur, Bastierïe, la actual Bastión, la ciudad por extensión más grande y fortificada de todas.

En Bastierïe se centraban encarnizadas batallas contra los monstruos de Sombra y de otras siniestras ciudades del desierto que intentaban invadir Enesïa.

Estos monstruos eran la creación de Nedesïon, conocido como el Señor de las Tinieblas, hermano del mismo Enesïon, el Señor de la Luz, e hijo de Asërion, el gran Dios Supremo.

En un principio este dios oscuro poseyó indulgencia y justicia, pero con el tiempo la avaricia y la envidia lo convirtieron en leviatán, y fue repudiado por los demás dioses y condenado por su padre para residir por toda la eternidad en la oscuridad del Averno.

El Señor de las Tinieblas dio vida a los temibles dragones negros conocidos como lûctos, a los despiadados gigantes, a los brutos minotauros, a las numerosas razas de tarkos y a otros muchos seres maléficos. Y, por supuesto, a su mayor creación, los dîrus o brujos negros.

Los tarkos, con sus feos rostros de rasgos porcinos y ojos amarillos, eran guerreros fuertes, pero menos sagaces en la liza que los auris; propensos a la deserción y sin tener sentido del honor. No obstante, el desertor capturado pagaba la traición con su vida y su cuerpo servía de alimento para sus mismos congéneres.

Y así transcurrían los años en la vieja Enesïa, con paz en el reino, pero con los infortunios de las batallas del sur. Hasta que un acontecimiento ensombreció sus tierras y cambió el rumbo de la Historia, y sobre todo la vida de los auris.
Todo empezó cuando el alto consejero Ariûm traicionó al rey Eäliadel, que era su mejor amigo.




Ariûm era muy orgulloso y en extremo ambicioso. De la estirpe Trukën, que en auri significa poder, deseaba una inmortalidad que no poseía y eso hacía que en el fondo de su corazón sintiera mucho rencor a sus dioses, los creadores de todos los planos de existencia.

Se narra en las escrituras sagradas que una cálida y estrellada noche de verano tuvo una aparición cuando se encontraba en sus estancias. Frente a él surgió una enâi, un ángel del infierno que vivía en el mismo Reino de las Tinieblas. Los ángeles del infierno servían permanentemente a Nedesïon y a los demás señores demoniacos.

La enâi poseía una gran belleza. Tenía los cabellos oscuros como la noche. Sus rasgos eran tan finos que Ariûm quedó maravillado nada más verla. Envuelta en un ligero vestido carmesí, de sus hombros brotaban dos grandes alas azabaches. Sus ojos eran tan negros como la muerte y de ellos emergía algo siniestro.

La enâi lo embaucó con poder y grandeza y lo sedujo mostrándole imágenes donde alcanzaba la misma gloria inmortal que los señores. Le entregó un pequeño frasco que contenía un líquido rojo, y Ariûm bebió su contenido para llegar a la tan ansiada inmortalidad. El auri se retorció de dolor y sintió que el líquido le quemaba por dentro, pero ya poco importaba eso porque, en definitiva, había conseguido su deseado propósito. Renunció a sus dioses y juró fidelidad a su nuevo señor, Nedesïon.

Mediante la magia, la enâi hizo aparecer una magnífica espada de doble filo negro y se la entregó.

«Con esta espada reinarás esta tierra, mi señor», le dijo con malicia. 
Ariûm asió la espada y notó un inmenso poder en ella. Tenía vida propia, estaba llena de odio, y lo impulsaba con maldad al combate.

«Vendrás conmigo al Castillo Tiniebla de Morium y tus ejércitos invadirán Enesïa cuando estén preparados», continuó diciendo el ángel del infierno.

Pero los auris eran un pueblo mágico y antes de que los malvados escaparan descubrieron la traición de Ariûm, el mismo rey Eäliadel, espada en mano, y acompañado con miembros de su guardia, entró en la alcoba y desafió a Ariûm.

Se inició un fuerte combate que acabó con la vida del rey y varios de sus protectores. La espada negra atravesó su mágica cota de malla y la muerte llegó a él como la rosa cortada del rosal. El rey, entre gritos desgarradores, se consumió en cuestión de segundos y quedó reducido a sólo cenizas, a excepción de su espada Herénia que, al caer al suelo, provocó un atronador sonido metálico.

La enâi quedó confusa durante unos segundos y mediante la brujería hizo oscurecer la alcoba, cogió la mano de Ariûm y ambos se convirtieron en dos blancas sisellas que salieron volando por la ventana. Observaron el inmenso Castillo del Sol y sus grandes torreones y se dirigieron hacia el sur. Cuando se encontraban a gran distancia de la fortaleza, cambiaron su blanco plumaje a un negro uniforme. Aumentaron de tamaño. Sus primeros picos, finos y elegantes, se convirtieron en robustos y vulgares y sus patas se dotaron de fuertes garras. Cuando más tarde llegaron al suelo, eran dos negras cornejas.

Volvieron a transformarse, y ya a salvo de la magia auri, la enâi extendió sus negras alas y con una maliciosa sonrisa en su rostro pronunció en un susurro dos extrañas palabras: «eînus aleis», creó una puerta mágica que oscureció la tierra alrededor de ellos, y entre tinieblas entraron en ella y desaparecieron como la luz en el ocaso.

Cuando aparecieron de nuevo al otro lado de la puerta mágica, se encontraban en el Castillo Tiniebla de la ciudad aciaga de Morium, y desde aquel día un primer rey surgió en las Tierras Baldías, que pasaron a llamarse el Reino Oscuro de Ariûm. Todos los monstruos que las habitaban le juraron lealtad. Aunque lealtad era una palabra con demasiado honor para esas horrendas criaturas.

Con el paso de los años, Ariûm fue cambiando física y mentalmente hasta convertirse en el diablo que aún hoy reside en el Castillo Tiniebla, sentado en su trono de calaveras y, en su regazo, con su despiadada espada, llamada Dolor. 




Al llegar a la alcoba, la reina Enëriel cogió a Herénia y lloró desconsolada ante las cenizas de su amado.
El desconcierto y la rabia se apoderaron en el reino y los auris lloraron la muerte de su rey.




Dos siglos después de la traición de Ariûm, aparecieron los securis. Zhohor, el Señor de la Montaña, los condujo desde el norte y se aposentaron en los Montes de la Niebla.

Pertenecían a una raza fuerte de apenas un metro de altura, de grandes barbas y narizotas enormes. Cavaron túneles en la tierra y fundaron el reino subterráneo de Enïûn. Mineros feroces y luchadores duros, se dedicaron al comercio de los metales preciosos y prosperaron con mucha rapidez.

Los dioses, aún recelosos, no olvidaron el perjurio de Ariûm, y decidieron que los hombres hicieran su aparición en la pequeña Enesïa.

Los hombres eran una estirpe atípica. Al contrario de otras razas, cuyos individuos eran más homogéneos, en ellos cada corazón, cada mente y cada alma eran diferentes. Había hombres buenos, nobles como auris, pero también había hombres siniestros y llenos de odio como los tarkos o dîrus.

Pero los señores desconfiaron de los longevos auris. En cambio, los hombres apenas vivían sesenta o setenta años, algunos llegaban a los ochenta, y cada generación era diferente de la anterior. Los que practicaron la magia alargaron sus vidas hasta los doscientos años, pero aun así eran breves comparadas a la larga vida de los auris. En definitiva, los simples hombres podían hacer mucho menos daño que los sabios y mágicos auris.

Y quinientos años después de la llegada de los securis, miles de barcos alcanzaron la costa este de Enesïa. Algunos, de razas bárbaras, llegaron por el norte y cruzaron por peligrosos caminos los Montes de la Niebla, guiados por los Señores del Cielo. Estos últimos eran rubios y de piel clara, y se aposentaron en el frío norte. Los otros eran de piel más morena, pelo negro, y más organizados que los norteños. Poseían legiones compuestas por los mejores guerreros.

Tan altos como los auris, y protegidos con armaduras y duras espadas de acero, se fueron extendiendo por todos los confines del reino.

En un principio hicieron amistad con los auris, llegando a compartir ciudades, hasta mezclar el linaje, pero al final los auris comprendieron el motivo de su llegada. Supieron que su tiempo había acabado y que los señores lo habían decidido así, y con dolor abandonaron Enesïa.

Unos, por los puertos del mar del Oeste, marcharon en sus barcos mágicos para nunca más volver; otros atravesaron los Montes de la Niebla y se instalaron en el Bosque Eterno. Estos últimos siguieron al rey Elïnor y fundaron su reino en el corazón del mismo bosque. En ese bosque moriría Elïnor en el año 6334 y, según la tradición auri, su hijo Elïn fue proclamado rey.

Y a partir de entonces sucumbió Enesïa y resurgió el Reino de Castrum.
Aunque los hombres llevaban ya más de cinco siglos en Enesïa, cuando el primero de ellos se sentó en el trono de la vieja Töeren, empezó el año 1 de la Edad Nueva que, con los años, sería conocida como Edad Media.




Los hombres conservaron las principales ciudades auris, pero les cambiaron el nombre. También fundaron otras. Hablaban la lengua común y, aunque los más eruditos conocían parte del idioma auri, nunca llegaron a dominarlo plenamente debido a su complejidad.

La vieja Töeren se convirtió en la ciudad de Tolen y siguió siendo la capital del reino.
Las ciudades más importantes fueron Galiun, la ciudad del norte, que hacía frontera con el reino securi de Enïûn y, por el este y el sur, lindaba con el caudaloso río Gael.
A unos doscientos kilómetros al oeste de Galiun estaba la ciudad de Puerto Frío, y al este de la capital del norte, en el otro confín del reino y bordeando los Montes del Norte, se encontraba Baren, que poseía un gran puerto en el mar del Este.

Cuando el río Gael llegaba a Galiun se dividía en dos —misteriosa e inexplicablemente—. El curso principal llegaba a Puerto Frío y el otro, que recibía el nombre de Giol, desaguaba en el lago Helado. Por otro lado, en los Montes del Norte nacía el río Helado que desembocaba en las costas de Baren.

Más al sur estaban las montañas reales. De allí nacían tres de los grandes ríos del reino, el Ehör, el Sagur y el Magno. El río Ehör transcurría hacia el oeste, bañando la ciudad de Coren, que se situaba entre el río y el misterioso Bosque Silencioso, desembocando en el lago Gris; el río Sagur moría en Puerto del Este y antes cruzaba la ciudad de Sagur; y el último, el río Magno, el más grande de todos, viraba al sur y era alimentado por varios afluentes que nacían en los Montes Blancos.

En el oeste, al norte del lago Gris, se alzaban los Montes Altos, y más al oeste aún estaba la ciudad de Puerto Grande. 

En el sur del reino había tres grandes ciudades: Zurión al oeste, bañada por el río Deer; Mür al este; y Bastión, que hacía frontera con el Reino Oscuro.

Mür se encontraba en la costa, y muy cerca de la ciudad el bosque con el mismo nombre y al norte de éste los Montes del Tar. El Bosque de Mür era el más grande de Enesïa y en él habitaban numerosas criaturas mágicas, como linces, seres mágicos menores y seres superiores tan poderosos como los mismos auris.

Bastión, después de la capital Tolen, era la ciudad más poblada, y sobre todo la más sufrida del reino. Al pie del Monte de las Águilas, siempre alerta ante la invasión de los tarkos y sus aliados, era una ciudad sombría.




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