miércoles, 12 de marzo de 2014

Valesïa: PRÓLOGO


           Valesïa es una novela que consta de un prólogo, cuatro partes y un epílogo. Las partes son: Primera "Invasión"; Segunda "Oscuridad"; Tercera "Maldición"; y Cuarta "Tinieblas". Es la primera entrega de la saga Los Señores del Edén.


           Hasta el momento he ido subiendo al blog capítulos sueltos sin ningún orden. Éste es el principio:


PRÓLOGO

El Reino de Castrum era pequeño, pero arcaico.

En la Antigüedad o Edad Antigua, cuando algunos dioses eran aún jóvenes, fue concedido a los auris, que llegaron de lejanas tierras por el mar del Oeste en sus barcos color de plata como la luna llena. En esa época el Reino de Castrum era conocido como Enesïa, que en auri significaba Tierra de la Luz.

Enesïa era uno de los muchos reinos de Tierra Leyenda, y a su vez Tierra Leyenda era uno de los muchos mundos materiales que existían.

Todos estos mundos giraban paralelos en tiempos y épocas diferentes.

Los auris eran altos, de largos cabellos y tez blanca, rostros de rasgos elegantes y delicados, ojos de gato, y grandes orejas que terminaban en punta. Vestían impresionantes ropas mágicas y no sólo eran bardos, artistas o comerciantes, sino también grandes guerreros, diestros en el arte de la lucha. Conocían mejor que nadie la destreza de la magia. Eso sí, ante todo era un pueblo pacífico.

La Historia cuenta que los creó Enesïon, el Señor de la Luz, hijo de Asërion, el Dios Supremo de todos los mundos, y por eso por sus venas corría sangre de dioses.

Construyeron grandes ciudades en los bosques, en los extensos campos junto a los grandes ríos y a lo largo de los dos anchos mares que rodeaban Enesïa. Gobernaron durante milenios con sabiduría, paz y armonía.

Pero los auris no eran dioses ni avatares. Vivían más de mil años, pero al final la muerte se los llevaba como a cualquier simple mortal. Este hecho no era bien aceptado por los más orgullosos, pero nada dura para siempre.

Enesïa era casi una península, pero con dos istmos. Hacía frontera al sur con las Tierras Baldías y al norte con los imponentes Montes de la Niebla. Las Tierras Baldías se extendían miles de kilómetros, donde el desierto se hacía inmenso y lugar en el que habitaban seres malignos en fiera anarquía. Al norte de los Montes de la Niebla estaba el Bosque Eterno, casi tan grande como la misma Enesïa. Allí vivían seres extraños y de considerable poder.

Los dioses también crearon a otros seres mágicos que asentaron en Enesïa. Aquesïon, el Señor del Cielo, erigió a las gigantescas águilas pardas; Droun, el Señor del Fuego, a los bravos dragones blancos; Berënion, el Señor del Bosque, a los ágiles y grandes gatos con punta en las orejas en forma de astas, llamados linces; Edïona, la Señora de la Tierra, a los fuertes lobos negros; Aquium, el Señor del Mar, a las inteligentes y salvajes orcas; y Sienus, el Señor del Hielo, a los fieros osos blancos. Todos ellos fueron protectores de los auris. También elaboraron a otro sinfín de seres menores dotados de sangre de reyes, además de que se comunicaban con la mente. Al final, y tras varios miles de años, el mismo Señor de la Luz creó a los hombres; y Zhohor, el Señor de la Montaña, a los pequeños securis.

Los hombres y los securis, al igual que los auris, fueron dotados con la capacidad del habla, aunque algunos de ellos también se transmitían con la mente.

Asimismo, existían otros muchos dioses y semidioses: señores y señoras del bien que vivían en el mágico Edén; o señores y señoras de mal que vivían en el infame Averno.

Los auris fundaron su capital en Töeren, ciudad que en la actualidad se llama Tolen, y nombraron como primer rey a Ethinïel Druein el Grande, que reinó desde el año 1 hasta el día de su muerte, en el 653. Le sucedieron otros grandes reyes. Los milenios pasaban y los siglos parecían años.

El segundo rey fue Athïel, y después Rothên, luego Erantïl el Viejo, y muchos más después, todos de la estirpe Druein, que significa en la lengua común Mano de Acero, hasta llegar al glorioso Eäliadel, que gobernó desde el año 4824 hasta el 5357, cuando ya quedaba poco para que finalizara la Edad Antigua.

A Eäliadel, como a los demás reyes anteriores, le asesoraba el Alto Consejo auri, compuesto por once miembros: las damas Aerïel y Elïel, y los caballeros Bondêril, Erûn, Estorandïl, Bardenaël, Erandor, Samîdel, Eloïn, Alindel y Ariûm.

Cada miembro del Alto Consejo residía en una gran torre del llamado Castillo del Sol de Töeren, y en el mismo centro del castillo se alzaba la Torre del Rey, un descomunal torreón de piedra de más de doscientos metros de altura. La Arealdïon, que en la lengua común significa Guardia Real, estaba compuesta por veinticinco grandes guerreros y su misión era la protección del rey y de sus consejeros. El capitán de la Arealdïon era Eïranior, que estaba considerado como uno de los mejores guerreros de Enesïa.

Aparte de Töeren, que se hallaba en el centro del reino, las ciudades más importantes se situaban en cada punto cardinal. Al este y oeste vigilaban los mares dos grandes ciudades conocidas en la actualidad con los nombres de Puerto Grande y Puerto del Este. Al norte, al pie de los Montes de la Niebla, Garëun, la hoy llamada Galiun, y al sur, Bastierïe, la actual Bastión, la ciudad por extensión más grande y fortificada de todas.

En Bastierïe se centraban encarnizadas batallas contra los monstruos de Sombra y de otras siniestras ciudades del desierto que intentaban invadir Enesïa.

Estos monstruos eran la creación de Nedesïon, conocido como el Señor de las Tinieblas, hermano del mismo Enesïon, el Señor de la Luz, e hijo de Asërion, el gran Dios Supremo.

En un principio este dios oscuro poseyó indulgencia y justicia, pero con el tiempo la avaricia y la envidia lo convirtieron en leviatán, y fue repudiado por los demás dioses y condenado por su padre para residir por toda la eternidad en la oscuridad del Averno.

El Señor de las Tinieblas dio vida a los temibles dragones negros conocidos como lûctos, a los despiadados gigantes, a los brutos minotauros, a las numerosas razas de tarkos y a otros muchos seres maléficos. Y, por supuesto, a su mayor creación, los dîrus o brujos negros.

Los tarkos, con sus feos rostros de rasgos porcinos y ojos amarillos, eran guerreros fuertes, pero menos sagaces en la liza que los auris; propensos a la deserción y sin tener sentido del honor. No obstante, el desertor capturado pagaba la traición con su vida y su cuerpo servía de alimento para sus mismos congéneres.

Y así transcurrían los años en la vieja Enesïa, con paz en el reino, pero con los infortunios de las batallas del sur. Hasta que un acontecimiento ensombreció sus tierras y cambió el rumbo de la Historia, y sobre todo la vida de los auris.
Todo empezó cuando el alto consejero Ariûm traicionó al rey Eäliadel, que era su mejor amigo.




Ariûm era muy orgulloso y en extremo ambicioso. De la estirpe Trukën, que en auri significa poder, deseaba una inmortalidad que no poseía y eso hacía que en el fondo de su corazón sintiera mucho rencor a sus dioses, los creadores de todos los planos de existencia.

Se narra en las escrituras sagradas que una cálida y estrellada noche de verano tuvo una aparición cuando se encontraba en sus estancias. Frente a él surgió una enâi, un ángel del infierno que vivía en el mismo Reino de las Tinieblas. Los ángeles del infierno servían permanentemente a Nedesïon y a los demás señores demoniacos.

La enâi poseía una gran belleza. Tenía los cabellos oscuros como la noche. Sus rasgos eran tan finos que Ariûm quedó maravillado nada más verla. Envuelta en un ligero vestido carmesí, de sus hombros brotaban dos grandes alas azabaches. Sus ojos eran tan negros como la muerte y de ellos emergía algo siniestro.

La enâi lo embaucó con poder y grandeza y lo sedujo mostrándole imágenes donde alcanzaba la misma gloria inmortal que los señores. Le entregó un pequeño frasco que contenía un líquido rojo, y Ariûm bebió su contenido para llegar a la tan ansiada inmortalidad. El auri se retorció de dolor y sintió que el líquido le quemaba por dentro, pero ya poco importaba eso porque, en definitiva, había conseguido su deseado propósito. Renunció a sus dioses y juró fidelidad a su nuevo señor, Nedesïon.

Mediante la magia, la enâi hizo aparecer una magnífica espada de doble filo negro y se la entregó.

«Con esta espada reinarás esta tierra, mi señor», le dijo con malicia. 
Ariûm asió la espada y notó un inmenso poder en ella. Tenía vida propia, estaba llena de odio, y lo impulsaba con maldad al combate.

«Vendrás conmigo al Castillo Tiniebla de Morium y tus ejércitos invadirán Enesïa cuando estén preparados», continuó diciendo el ángel del infierno.

Pero los auris eran un pueblo mágico y antes de que los malvados escaparan descubrieron la traición de Ariûm, el mismo rey Eäliadel, espada en mano, y acompañado con miembros de su guardia, entró en la alcoba y desafió a Ariûm.

Se inició un fuerte combate que acabó con la vida del rey y varios de sus protectores. La espada negra atravesó su mágica cota de malla y la muerte llegó a él como la rosa cortada del rosal. El rey, entre gritos desgarradores, se consumió en cuestión de segundos y quedó reducido a sólo cenizas, a excepción de su espada Herénia que, al caer al suelo, provocó un atronador sonido metálico.

La enâi quedó confusa durante unos segundos y mediante la brujería hizo oscurecer la alcoba, cogió la mano de Ariûm y ambos se convirtieron en dos blancas sisellas que salieron volando por la ventana. Observaron el inmenso Castillo del Sol y sus grandes torreones y se dirigieron hacia el sur. Cuando se encontraban a gran distancia de la fortaleza, cambiaron su blanco plumaje a un negro uniforme. Aumentaron de tamaño. Sus primeros picos, finos y elegantes, se convirtieron en robustos y vulgares y sus patas se dotaron de fuertes garras. Cuando más tarde llegaron al suelo, eran dos negras cornejas.

Volvieron a transformarse, y ya a salvo de la magia auri, la enâi extendió sus negras alas y con una maliciosa sonrisa en su rostro pronunció en un susurro dos extrañas palabras: «eînus aleis», creó una puerta mágica que oscureció la tierra alrededor de ellos, y entre tinieblas entraron en ella y desaparecieron como la luz en el ocaso.

Cuando aparecieron de nuevo al otro lado de la puerta mágica, se encontraban en el Castillo Tiniebla de la ciudad aciaga de Morium, y desde aquel día un primer rey surgió en las Tierras Baldías, que pasaron a llamarse el Reino Oscuro de Ariûm. Todos los monstruos que las habitaban le juraron lealtad. Aunque lealtad era una palabra con demasiado honor para esas horrendas criaturas.

Con el paso de los años, Ariûm fue cambiando física y mentalmente hasta convertirse en el diablo que aún hoy reside en el Castillo Tiniebla, sentado en su trono de calaveras y, en su regazo, con su despiadada espada, llamada Dolor. 




Al llegar a la alcoba, la reina Enëriel cogió a Herénia y lloró desconsolada ante las cenizas de su amado.
El desconcierto y la rabia se apoderaron en el reino y los auris lloraron la muerte de su rey.




Dos siglos después de la traición de Ariûm, aparecieron los securis. Zhohor, el Señor de la Montaña, los condujo desde el norte y se aposentaron en los Montes de la Niebla.

Pertenecían a una raza fuerte de apenas un metro de altura, de grandes barbas y narizotas enormes. Cavaron túneles en la tierra y fundaron el reino subterráneo de Enïûn. Mineros feroces y luchadores duros, se dedicaron al comercio de los metales preciosos y prosperaron con mucha rapidez.

Los dioses, aún recelosos, no olvidaron el perjurio de Ariûm, y decidieron que los hombres hicieran su aparición en la pequeña Enesïa.

Los hombres eran una estirpe atípica. Al contrario de otras razas, cuyos individuos eran más homogéneos, en ellos cada corazón, cada mente y cada alma eran diferentes. Había hombres buenos, nobles como auris, pero también había hombres siniestros y llenos de odio como los tarkos o dîrus.

Pero los señores desconfiaron de los longevos auris. En cambio, los hombres apenas vivían sesenta o setenta años, algunos llegaban a los ochenta, y cada generación era diferente de la anterior. Los que practicaron la magia alargaron sus vidas hasta los doscientos años, pero aun así eran breves comparadas a la larga vida de los auris. En definitiva, los simples hombres podían hacer mucho menos daño que los sabios y mágicos auris.

Y quinientos años después de la llegada de los securis, miles de barcos alcanzaron la costa este de Enesïa. Algunos, de razas bárbaras, llegaron por el norte y cruzaron por peligrosos caminos los Montes de la Niebla, guiados por los Señores del Cielo. Estos últimos eran rubios y de piel clara, y se aposentaron en el frío norte. Los otros eran de piel más morena, pelo negro, y más organizados que los norteños. Poseían legiones compuestas por los mejores guerreros.

Tan altos como los auris, y protegidos con armaduras y duras espadas de acero, se fueron extendiendo por todos los confines del reino.

En un principio hicieron amistad con los auris, llegando a compartir ciudades, hasta mezclar el linaje, pero al final los auris comprendieron el motivo de su llegada. Supieron que su tiempo había acabado y que los señores lo habían decidido así, y con dolor abandonaron Enesïa.

Unos, por los puertos del mar del Oeste, marcharon en sus barcos mágicos para nunca más volver; otros atravesaron los Montes de la Niebla y se instalaron en el Bosque Eterno. Estos últimos siguieron al rey Elïnor y fundaron su reino en el corazón del mismo bosque. En ese bosque moriría Elïnor en el año 6334 y, según la tradición auri, su hijo Elïn fue proclamado rey.

Y a partir de entonces sucumbió Enesïa y resurgió el Reino de Castrum.
Aunque los hombres llevaban ya más de cinco siglos en Enesïa, cuando el primero de ellos se sentó en el trono de la vieja Töeren, empezó el año 1 de la Edad Nueva que, con los años, sería conocida como Edad Media.




Los hombres conservaron las principales ciudades auris, pero les cambiaron el nombre. También fundaron otras. Hablaban la lengua común y, aunque los más eruditos conocían parte del idioma auri, nunca llegaron a dominarlo plenamente debido a su complejidad.

La vieja Töeren se convirtió en la ciudad de Tolen y siguió siendo la capital del reino.
Las ciudades más importantes fueron Galiun, la ciudad del norte, que hacía frontera con el reino securi de Enïûn y, por el este y el sur, lindaba con el caudaloso río Gael.
A unos doscientos kilómetros al oeste de Galiun estaba la ciudad de Puerto Frío, y al este de la capital del norte, en el otro confín del reino y bordeando los Montes del Norte, se encontraba Baren, que poseía un gran puerto en el mar del Este.

Cuando el río Gael llegaba a Galiun se dividía en dos —misteriosa e inexplicablemente—. El curso principal llegaba a Puerto Frío y el otro, que recibía el nombre de Giol, desaguaba en el lago Helado. Por otro lado, en los Montes del Norte nacía el río Helado que desembocaba en las costas de Baren.

Más al sur estaban las montañas reales. De allí nacían tres de los grandes ríos del reino, el Ehör, el Sagur y el Magno. El río Ehör transcurría hacia el oeste, bañando la ciudad de Coren, que se situaba entre el río y el misterioso Bosque Silencioso, desembocando en el lago Gris; el río Sagur moría en Puerto del Este y antes cruzaba la ciudad de Sagur; y el último, el río Magno, el más grande de todos, viraba al sur y era alimentado por varios afluentes que nacían en los Montes Blancos.

En el oeste, al norte del lago Gris, se alzaban los Montes Altos, y más al oeste aún estaba la ciudad de Puerto Grande. 

En el sur del reino había tres grandes ciudades: Zurión al oeste, bañada por el río Deer; Mür al este; y Bastión, que hacía frontera con el Reino Oscuro.

Mür se encontraba en la costa, y muy cerca de la ciudad el bosque con el mismo nombre y al norte de éste los Montes del Tar. El Bosque de Mür era el más grande de Enesïa y en él habitaban numerosas criaturas mágicas, como linces, seres mágicos menores y seres superiores tan poderosos como los mismos auris.

Bastión, después de la capital Tolen, era la ciudad más poblada, y sobre todo la más sufrida del reino. Al pie del Monte de las Águilas, siempre alerta ante la invasión de los tarkos y sus aliados, era una ciudad sombría.




Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

14 comentarios:

  1. muy buen trabajo! parece que hace mucho tiempo que le dedicas tu tiempo a este mundo y a esta novela. Me ha gustado. Animo!!

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  2. Miguel, vaya universo has creado. No sé cómo puedes sobrellevar tantos mundos, personajes y razas. Yo, con cuatro personajes ya me lío, jajajaja. Ahora en serio, creo que has hecho un trabajo encomiable. Me gusta tu estilo, es pulcro y con gran dominio del lenguaje, amen de la fantasía que desborda tu pluma. Tengo un amigo que ha escrito una excelente novela también de este género, El cantar de los hijos de Olimpia, él se llama Esteban Díaz y su blog, La oscura Realidad. Creo que harías unas migas estupenda, pues tenéis gustos en común y talento afín. Un cordial abrazo.

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    1. La verdad es que muchas veces me hacía un jaleo tremendo con los personajes jejejeje, pero al final la historia parece que iba sola.
      Ya miraré el blog, parece interesante.
      Muchas gracias Ovidio. Un saludo.

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  3. qUÉ CHULADA! Este es el tipo de historias que me necantan, yo también escribo y leo bastante pero pocos libros me convencen en cambio el tuyo me atrae. La publicas solo por internet o ya la has publicado? Un saludo!

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    1. Muchas gracias Alejandra! Por ahora solo lo estoy publicando capítulo a capítulo en mi blog. No obstante, voy a publicar la novela completa en Amazon (versión kindle) y por Google Book. Solo me falta la portada, que está dibujando un amigo.
      Un saludo!

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  4. Wow! ¡Menudo mundo ha creado! Sí que tiene una imaginación envidiable.

    Generalmente no suelo comentar nada hasta terminar de haber leído todo, pero lo que he leído amerita que lo haga.

    Se ve muy interesante y si comienza así lo que queda es mejor aún.

    Felicitaciones por su trabajo y empeño. ¡Saludos!

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  5. Hola. Genial libro. Un mudo exactamente como a mí me gustan, con muchas razas y criaturas nunca vistas ¿Es inventado, o se basa en algún juego de rol?
    Otra pregunta : ¿tienes hecho algún mapa donde situar los lugares? Me gustaría mucho si así fuera.
    Cambiando de tema... me he dado cuenta además de que escribes fantasía parecida a la que yo (visita en mi blog los capís de "Las Crónicas de Érdwill 1. La Espada Sagrada" y mi página de proyectos), que tenemos un estilo muy parecido de narrar, o contar las historias. Hasta ahora no había leído a nadie que lo hiciera más o menos igual; algunos se parecían algo, pero sólo eso... y me ha resultado curioso.
    Por ponerle un pero al prólogo, te comento que metes demasiada información para iniciar tu novela. Es genial ver tantas razas, criaturas y lugares, esto engancha al lector desde el comienzo, pero la información es mejor darla gradualmente, poquito a poco, porque nadie es capaz de asimilar tanta de un sólo golpe. Ningún lector, excepto el propio escritor que lo tiene todo claro en la cabeza es capaz de quedarse con tantos nombres de dioses, razas, lugares, etc de un sólo golpe de lectura, para eso habría que releerse el prólogo varias veces. Para que no te preocupes por el comentario, a mí me suele suceder lo mismo en los primeros capítulos, porque quiero meter mucha información, sobretodo si es un libros con razas inventadas. Todo esto tiene un punto a favor, que engancha desde el principio... y un punto en contra... que el lector no se queda con toda la información que das.
    Me alegro de haber conocido tu mundo, seguiré leyendo y comentando los capítulos. Un saludo.

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    1. Hola Jose, lo primero muchas gracias. El mundo es completamente inventado.
      Tengo un mapa, pero solo aproximado de como son los reinos, geográficamente. Lo he hecho yo, y yo no soy buen dibujante jejeje.
      Ya he leído un capítulo de Las Crónicas de Érdwill 1, y tienes razón; la forma de narrar es muy parecida. Muy curioso.
      Gracias por el consejo del Prólogo. La verdad que con tanta información los lectores se pierden.
      Muchas gracias, yo también te seguiré leyendo. Un saludo.

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  6. Muy buena xd,,, jejejeej me lo e tenido que leer dos veces,,,

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  7. Vaya... ¡Menudo reino inmenso plagado de razas y personajes!
    Me ha gustado mucho el prólogo, en especial el personaje de enâi, enhorabuena.
    Seguiré con ello ^^ ¡Un saludo!

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