Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 28
28
Hacía dos días que habían dejado atrás el bosque.
Al principio Valesïa notó cómo Linx se ponía tenso e inquieto, alzaba sus orejas y escrutaba la mirada. Pero pensó que aquello era normal. El lince nunca había salido del bosque y se sentía perdido, como la tripulación de un velero que viaja sin rumbo en un mar de grandes olas. Al final, consiguió calmarse.
El terreno que encontraron era extenso y salvaje. Los árboles eran más pequeños que los del bosque, con troncos no rectos y corteza gruesa, y sobre todo menos vivos, menos alegres.
Hallaron algunos arroyos, donde Valesïa aprovechaba para darse un baño y nadar en las aguas frías. Ahora era auri y aguantaba mejor el frío. Sin embargo, no encontraron camino alguno y avanzaron campo a través.
Acamparon al mediodía en la arboleda de una colina pequeña. Hacía buen día, el sol calentaba la tierra y el aire soplaba frío, como ocurría en esa época del año, y sobre todo el ambiente no era tan húmedo como en Mür.
—El camino tiene que estar más al sur —dijo Valesïa, que sabía que el camino principal de Tolen bordeaba el sur y el sudoeste del bosque, y luego viraba hacia el río Magno para girar nuevamente hacia el norte.
«No es una buena idea», dijo el lince. «Los campos son más seguros».
«Pero a Karia le cuesta más cabalgar», insistió la muchacha.
«Tiene que hacer el esfuerzo».
Valesïa asintió.
«Como quieras», dijo al final.
«Por ahora seguiremos así, luego ya veremos».
«De acuerdo».
Comieron algo y continuaron la marcha.
Valesïa ya había recuperado su apetito normal. No comía las grandes cantidades de alimentos de los días pasados y le bastaba con poca comida, algún trozo de carne asada o alguna galleta imperecedera. Ahora era una mujer auri en todos los sentidos.
Cuando se hizo de noche, volvieron a acampar cerca de otros árboles de coníferas de aquella tierra salvaje, y Valesïa se acurrucó al lado del lince. Por la noche la temperatura bajaba bastante.
«Cuéntame algo sobre ti», dijo de repente.
El lince meneó la cabeza y la miró, extrañado.
«¿Qué quieres saber?», preguntó.
«Háblame de tu familia, tus amigos… todo eso».
«Sería una historia demasiada larga».
Valesïa sonrió.
«Es todavía temprano y no tengo sueño», dijo. «Tú sabes muchas cosas de mí: Tag te tenía bien informado», le insinuó con una sonrisa maliciosa.
«Te contaré algo».
«Con eso me basta».
La muchacha se incorporó y cruzó las piernas.
«Los linces no vivimos en familia como otros animales; por ejemplo, los lobos, que forman una gran manada y nunca se separan de ella, comenzó diciendo el felino. Nosotros somos “solitarios”. No es que no amemos a nuestros semejantes, no te confundas, sólo que fuimos creados así. En cambio, sólo procreamos con la misma pareja y permanecemos con ella hasta que nuestros hijos se hacen independientes y pueden vivir solos sin peligro, al año de edad, poco más o menos. Después continuamos nuestra vida en solitario, pero nunca rompemos esos lazos familiares que nos unirán hasta la muerte. Así demostramos nuestro amor eterno».
«¡Oh!».
«Siempre ha sido así, y aunque antiguamente vivíamos unidos a los auris, en cierto modo también lo estábamos a nuestras parejas y familias, y cuando algún lince era madre o padre y al mismo tiempo protector de un auri, tenía que alternar con sus obligaciones».
El lince enmudeció un momento.
«Pero ahora es peor», dijo Valesïa. «Antes nos teníais a nosotros».
Al lince le brillaron los ojos. Era la primera vez que la muchacha se refería a los auris como a su misma estirpe.
«Yo te tengo a ti», dijo el felino. «Y aunque ahora seas la única protegida de Auriesïs, no significa que serás la última».
La muchacha asintió.
«En ese aspecto me puedo sentir privilegiado. Tú eres la primera auri que pisa el bosque en muchísimo tiempo, pero yo también soy el primer protector».
Valesïa volvió a asentir.
«Bien», continuó el lince. «Tuve dos hermanos, un macho y una hembra, pero no llegaron a sobrevivir el primer año de vida. Mis padres intentaron procrear de nuevo, pero no les fue posible.
»Un día, en sueños, recibí una llamada de alarma de mi padre. Yo tenía diez años de edad y hacía alrededor de dos años que no los veía, pues vivía en la otra punta del bosque. Entonces, corrí hacia mi antiguo hogar y encontré a mi madre muerta y a mi padre muy envejecido, parecía enfermo. Al poco tiempo, él también pereció. Como puedes ver, soy hijo único».
La muchacha estaba acongojada.
«A partir de ahí me limité a viajar por el bosque, sin rumbo, como había hecho hasta entonces. Aunque no conocí a muchos linces, me encontré con seres poderosos y extraños. Pero mi verdadera aventura empezó el día de tu nacimiento».
Linx volvió a callarse. La muchacha tenía más curiosidades y le preguntó:
—¿Has encontrado pareja?
«La encontré…, pero ahora no quiero hablar de eso».
—¿Por qué? —insistió Valesïa—. ¿Tienes hijos?
«No», dijo el felino. Luego se incorporó y se marchó.
—No te preocupes, algún día volverás a verla —le animó Valesïa, pero en el fondo de su corazón sintió celos tan sólo de pensar que Linx pudiera dejarla, aunque únicamente fuera por algún tiempo, para encontrarse con esa lince.
El felino se dio la vuelta.
«Ya no», dijo, «murió el día que nacieron mis hijos».
Valesïa se sorprendió.
«Lo siento, he hablado demasiado», dijo con tristeza. Se acercó al gran felino y lo acarició suavemente.
Despertaron muy temprano, cuando las sombras todavía cubrían la tierra.
Conforme avanzaban al oeste, el tiempo empeoraba y encontraron las primeras nubes. Al principio cayó una lluvia fina, muy fría, como la escarcha de un amanecer de invierno, que luego dio paso a un gran aguacero que los dejó empapados. Valesïa utilizó el amuleto y se cambió de ropa.
Ya con las luces del alba, el día se volvió otra vez oscuro, como si retornara el ocaso.
«Sigamos hasta que encontremos un refugio», dijo Linx.
«Vamos», la muchacha llevaba puesta la capucha de la túnica y apenas se le veía el rostro.
Caminaron muy lentos hasta que divisaron a lo lejos la torre de un templo y varios tejados de casas alrededor. Luego apareció la aldea y un pequeño camino que viraba al sur.
Ya no estaban solos. De las chimeneas de algunas casas salía humo.
Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014
Hola Miguel!!
ResponderEliminarEste capítulo me ha encantado:
Los linces no vivimos en familia como otros animales, por ejemplo los lobos, que forman una gran manada y nunca se separan de ella, comenzó diciendo el felino. Nosotros somos “solitarios”. No es que no amemos a nuestros semejantes, no te confundas, sólo que fuimos creados así. En cambio, solo procreamos con la misma pareja, y permanecemos con ella hasta que nuestros hijos se hacen independientes y pueden vivir solos sin peligro, al año de edad, poco más o menos. Luego continuamos nuestra vida en solitario, pero nunca rompemos esos lazos con la familia, que nos unirán hasta la muerte. Así demostramos nuestro amor eterno.
¡¡¡Grande!!! Las fotos hermosas ya me falta poco para terminar la primera parte!!! Se me ha acumulado! :)
Saludos cálidos.
Muchas gracias Elisa. Saludos.
EliminarMe ha llamado la atención lo que ha recalcado Elisa. A mi también me ha encantado la ideología de vida de los linces, y más aún, la historia personal de Linx. Me llama la atención que un lince sea uno de tus personajes principales, pero entiendo que la historia lo requiere.
ResponderEliminarEn efecto: alguno los animales mágicos son personajes principal, como los humanos o auris.
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