Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 24
24
Sintió un pinchazo doloroso en el brazo, cerca del hombro, que lo despertó de su letargo.
Intentó incorporarse, pero tenía algo encima, de lo que se desprendió con esfuerzo. Era parte del cadáver descompuesto de un monstruo, infestado de gusanos. Sintió náuseas y vomitó.
El sol se ponía en el horizonte y la luz del crepúsculo bañaba de rojo el campo sembrado de muerte.
El buitre intentó picarle otra vez y Flîc le lanzó una patada a la cabeza. El animal levantó el vuelo con un chillido de protesta.
—¡Dejad a las aves! —gritó la voz sobrenatural de un tarko.
Flîc se quedó inmóvil, paralizado por el miedo. La voz estaba muy cerca.
Entonces recordó lo que había pasado: el minotauro le había herido fuertemente en la cabeza, dejándolo inconsciente. Se quitó su yelmo, que estaba aplastado donde le había golpeado la bestia, y se llevó la mano a la cabeza y palpó la sangre, ya seca, que le cubría parte del rostro.
Miró a su alrededor casi sin moverse. Los cuerpos de hombres y monstruos desprendían un hedor insoportable.
«Todo es infierno», pensó. «¿Habrá podido sobrevivir algún hombre?».
Pero no podía esperar a la respuesta y tenía que salir de allí cuanto antes. Las patrullas de monstruos abundaban, buscaban heridos y, cuando los encontraban, los remataban con cuchillos y palos de pinchos. Muchas de esas patrullas llevaban mastines encadenados, y si los perros lo olfateaban, estaría perdido. Se convertiría en otro cadáver más. Esperó a la noche. No había muchas salidas y era consciente de ello.
Los monstruos continuaban llegando en hileras de a seis desde la puerta enorme de Sombra. Apartaron a los muertos e improvisaron un camino entre ellos.
Hizo un gesto inoportuno y un tarko de la formación se percató, y hombre y monstruo se cruzaron la mirada durante apenas dos segundos. El tarko se frenó de golpe. Su camarada que le seguía tropezó y los dos cayeron al suelo.
—¿Por qué te has parado, maldito? —protestó el monstruo, sacando un cuchillo de su funda. Más tarkos cayeron al suelo y pararon la formación.
—¡Es un hum…! —intentó avisar el primer tarko, pero antes de terminar la frase, su camarada le rebanó la garganta con una daga afilada.
—¡Seguid, escoria! ¡No podéis pararos! —gritó un sargento, y la formación se puso de nuevo en marcha con un tarko menos. El hombre, angustiado, se pasó la mano por la cara llena de sudor. Habían estado a punto de que lo descubrieran.
Sabía que Bastión estaría llena de tarkos y a Sombra no podía ni acercarse, así que decidió escapar hacia el oeste. Llegaría a la playa y luego caminaría hacia el río Magno.
Al final, la oscuridad se extendió por la tierra. Buscó su espada y caminó lo más sigiloso posible. Avanzó unos pocos pasos, pero cuando tuvo una idea, se volvió al punto de partida y cuando las antorchas de los patrulleros estaban a cierta distancia, se despojó de su capa verde y de su armadura. Luego le quitó la armadura oscura al monstruo que le había caído encima y se la probó. Le venía un poco ancha, pero pensó que no importaba. Parecería más corpulento. Cogió un yelmo en forma de calavera y se lo introdujo en la cabeza. Olía muy mal, pero se lo ajustó y no volvió a quitárselo.
Comenzó a caminar muy despacio. Conocía bien el camino que había recorrido cientos de veces, y bordeó los cadáveres, cruzó la colina y pronto llegó a la costa oeste. Las antorchas iluminaban una playa atiborrada de monstruos. Asaban mucha carne en grandes hogueras. Pensó que sería de los caballos, de los hombres y también de los monstruos que habían muerto en la batalla. Los tarkos eran caníbales.
—¡Eh, tú! —dijo la voz de un tarko a su espalda.
Le dio un vuelco el corazón. Se dio la vuelta y se encontró con la cara horrible de un monstruo, más o menos de su misma estatura. Movió despacio la mano izquierda y apretó fuerte la daga que llevaba en el cinto.
—¿Qué haces aquí? ¡Sigue vigilando tierra adentro! —ordenó el monstruo.
El hombre no respondió y volvió a girarse, pero el tarko lo agarró por el hombro.
—¿No sabes distinguir a un capitán? —dijo con reproche y maldad en sus ojos amarillos, enfermizos.
Flîc lo miró a los ojos a través del yelmo y soltó un bufido, pero no habló. Si abría la boca, estaría perdido. En aquel momento llegó otro tarko y dijo:
—Hay una pelea en la playa, mi capitán —informó. Luego lo miró y de inmediato bajó la mirada.
El capitán gruñó.
—¡Que se maten si quieren!
—Mi capitán, pero las órdenes del comandante…
—¡Malditos seáis! ¡Ya voy! —se volvió otra vez hacia Flîc—. ¡Fuera de mi vista, perro! —le gritó—. ¡Sigue vigilando, cuando termines, podrás comer algo, si queda carne! ¡Fuera! —El hombre empezó a caminar y oyó los gritos e insultos del tarko cada vez más lejanos.
Vio la puerta oeste de la muralla, totalmente destrozada, la cruzó y llegó a Castrum. Durante horas siguió andando por la playa. Algunos monstruos lo miraban, pero ninguno se atrevió a decirle nada. Más tarde lo despistó el ruido de otra reyerta y tropezó con un tarko que rodeaba una hoguera. El monstruo estuvo a punto de quemarse los pies.
—¿Qué haces, idiota? —preguntó el tarko con malos modos, levantándose.
Flîc sacó la daga sin pensarlo. Ya estaba harto, deseaba acabar con la vida miserable de algún monstruo, aunque le costara la suya propia.
El tarko lo miró y gruñó, pero bajó la cabeza y retrocedió.
—Déjalo Kûn —dijo otro tarko que estaba sentado en el suelo, alrededor de la hoguera, comiendo los sesos de un caballo—. Es un tarkkeeum. —El monstruo soltó una carcajada maliciosa.
El primer tarko volvió a sentarse visiblemente nervioso y Flîc se tranquilizó y continuó caminando.
«Llevo la armadura y el yelmo de un tarkkeeum», pensó. «¡Buena jugada!».
Los tarkkeeum eran la equivalencia a los monjes guerreros, los caballeros têlmarios, en los hombres. Pero en los monstruos, su fanatismo religioso hacia Nedesïon superaba todos los límites. También eran respetados por sus camaradas, porque a diferencia de los otros tarkos o los mismos taen, éstos eran más fuertes y disciplinados y nunca desertaban.
No obstante, no paró de caminar durante toda la noche.
Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014
Este capítulo me ha encantado. Has escenificado lo que sucede tras una batalla de una manera genial. Me he divertido mucho con las penurias que ha sufrido Flîc para salir con mas pena que gloria del entuerto donde estaba metido. Y los tarkos son entrañables como raza de monstruos.
ResponderEliminarMuchas gracias Jose. Me enorgullecen tus palabras.
EliminarSaludos!