lunes, 23 de junio de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 31 (ULTIMO CAPÍTULO DE LA PRIMERA PARTE)



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 31 (ULTIMO CAPÍTULO DE LA PRIMERA PARTE)

31

Las casas rodeaban el pequeño templo que estaba ubicado en el centro de la aldea, como el sol del mediodía en el ancho cielo.

Valesïa y Linx se encontraban en lo alto de la colina, y, aunque todavía llovía, observaron la aldea con claridad. El poblado estaba compuesto de alrededor de veinte casas, construidas en piedra, y las calles estrechas caían en pendiente hacia el sur, donde fluían las aguas de la lluvia en torrentes improvisados y llegaban a un arroyo de cauce pequeño.

Las viviendas más septentrionales hacían linde con un bosquecillo de grandes árboles de hoja caduca, y la muchacha miró hacia allí.

—¿Ves algo que te llame la atención? —preguntó a su compañero.

«No», respondió el lince, «hay que acercarse más».

Sopló el viento y los cabellos de Valesïa se movieron libres y con violencia, tan bellos como un rojo amanecer. La muchacha auri volvió a mirar al frente, a la aldea, que distaba a tan sólo un kilómetro de distancia, poco más o menos.

—Podemos ir por la montaña —señaló con la mano—. Y desde el bosque hasta la aldea.

«El humo sale de las casas que hay más abajo», Linx no estaba seguro de que ése fuera el mejor plan.

—En efecto, pero no tardaremos nada en cruzar el poblado —insistió ella—. Es muy pequeño.

«Pero nos descubrirán fácilmente».

Era un riesgo que tenían que correr, ¿qué otras opciones tenían? 

«Ninguna», pensó la muchacha para sí misma.

—Si vamos en línea recta o por el sur también nos verán —dijo.

El lince no respondió, pero por la manera que miraba al frente, Valesïa supo que su mente no paraba de estudiar todas las posibilidades que tenían para llegar con éxito sin ser descubiertos.

El día se volvió más oscuro y empezó a llover más fuerte.

Valesïa miró otra vez a las casas, pero no vio nada anormal. La muchacha tenía una sensación extraña, y aunque estaba deseosa por averiguar quién vivía allí y continuar el camino hacia el sombrío y lejano Bosque Silencioso, también se encontraba muy tranquila y se impacientaba menos que antes, cuando era una mujer humana. No obstante, sentía en su interior una fuerza vital que la impulsaba a llegar salvajemente a su destino, como el depredador que ansía su presa. Ahora era una mujer auri, mitad humana y mitad felina.

«Tú irás por el norte», dijo el lince al final, mirándola fijamente a los ojos. «Y te harás invisible».     

La muchacha debía utilizar el amuleto.

—¿Y tú? —preguntó.

«Yo tardaré más en llegar, y tendrás que esperarme», indicó: «Por el bosque no puedo ir, sería muy peligroso, y lo más probable es que nos descubrieran. Tampoco por el camino del sur».

Valesïa asintió.

«Iré por el otro lado», siguió diciendo Linx: «Si te fijas bien, el terreno es complejo y hay muchas rocas donde puedo ocultarme».

Valesïa volvió a asentir con la cabeza. El lince tendría que bordear la aldea, primero por la zona meridional, luego virar hacia el norte y, al final, llegar por el oeste.

—¿Vamos ya? —preguntó.

«Sí, ¿para qué esperar?», dijo Linx. «Pero recuerda que tenemos que estar en continuo contacto mental. Cuando llegue, te avisaré, y sobre todo te prohíbo que entres sola en la aldea».

—De acuerdo —dijo la muchacha con una sonrisa—. No te preocupes.

«No cometas ninguna temeridad y todo saldrá bien».

Valesïa volvió a asentir.

—¿Dudas de mí? —preguntó con malicia.

«Tu corazón anhela aventuras y eso a veces es peligroso».

—No temas.

Luego Valesïa acarició con suavidad a Linx y percibió que el animal estaba nervioso como ella. Siempre que se separaban, por poco tiempo que fuere, les pasaba igual.

—No tardes mucho —dijo.

«Llegaré pronto», prometió el felino. «Tendrás que esperarme muy poco».

—De acuerdo —dijo la muchacha—. Sólo una pregunta.

«Dime», dijo el lince.

—¿Si nos encontramos con hombres, nos volvemos sin más?

«Sí, ningún humano debe vernos».

—¿Y si no son hombres?

Los ojos del lince resplandecieron.

«Nadie debe salir con vida de aquí», dijo. 

Después partió hacia el sur.

A Valesïa le pareció que corría muy rápido, como el azor en vuelo que depreda a un pájaro.




Pronunció en un susurro sólo tres palabras en idioma auri, mientras cogía el amuleto con su mano, y transformó sus ropas en su atavío ceñido de cuero negro acorazado —el mismo que utilizaba siempre—, pero ligero como el viento, que realzaba mucho su hermoso cuerpo. Completó el cambio con unos guantes y con unas botas cómodas para correr y luchar, si se diera el caso.

En el cinto portaba a Brillante —así había llamado a su espada— y colgados al hombro el arco y el carcaj.

—Esta espada fue forjada por los auris —le explicó la bruja blanca Marëlia cuando se la entregó—. Pocas espadas como ella existen en toda Enesïa.

—¿Qué nombre tiene? —le preguntó Valesïa mientras su corazón latía fuerte de la emoción.

—Nadie lo sabe, sólo los auris. Tendrás que ponerle uno —la eshïa pasó un dedo por la empuñadura. En ella había dibujado un Pegaso con las alas abiertas—. Éste es el símbolo de la Arealdïon.

—¿La Arealdïon? —La muchacha quedó impresionada—. ¿Qué hace esta espada aquí, en el bosque?

—Nunca sabemos dónde termina nuestro camino —dijo la bruja blanca, mirándola a los ojos.

Valesïa asintió.

—Además, la espada te pertenece —siguió diciendo la eshïa—. Tú eres la legítima propietaria.

—¿Yo? ¿Por qué? —preguntó la muchacha, sorprendida.

—Porque perteneció a Eïranior, capitán de la Arealdïon, y antepasado tuyo.

—¡Oh!

Luego la eshïa terminó diciendo:

—Hay muchísima magia en ella, y mira la hoja, «brilla» como las estrellas…

Se despidió de Karia acariciándole el cuello.

—Volveré pronto, preciosa —le dijo.

Luego avanzó a buen ritmo. Desde que se había convertido en auri corría más veloz y también resistía mucho más tiempo sin cansarse.

No se haría invisible hasta que fuera estrictamente necesario, ya que no llegaba a acostumbrarse a no poder ver su propio cuerpo.

Llegó al bosquecillo y avisó a Linx.  

«De acuerdo», dijo el lince. «Ocúltate y espérame».

—Vale —admitió ella, y a continuación bajó por el terreno mojado con cuidado, ya que estaba bastante resbaladizo y muchas rocas afiladas se ocultaban ante sus ojos, como las garras de un búho en plena noche.

«¿Has visto algo?», preguntó el felino.

—No, pero sigue saliendo mucho humo de las chimeneas.

«Más allá del arroyo hay varias carretas abandonadas. Lleva cuidado, es muy extraño», advirtió el lince.

—De acuerdo.

Estaba ya muy cerca de las casas y decidió hacerse invisible. Un resplandor la envolvió y cuando desapareció, la magia ya la protegía. Cuando llegó a la calle de tierra y lodo esperó la llamada de Linx. Mientras, observaba todo minuciosamente.

La calle bajaba recta y llegaba a un cruce, giraba a la izquierda y volvía a bajar hasta el templo. Todas las puertas y ventanas de las casas estaban cerradas y no vio a nadie por las calles desiertas.

—Está todo muerto —dijo.

«Ya me queda poco», indicó Linx. «Cuando te avise, camina hacia abajo».

—Muy bien.

Las casas eran más grandes de lo que le habían parecido desde la colina. Casi todas tenían una sola planta, pero algunas disponían de dos. Eran viejas y, aunque estaban bien conservadas, intuyó que algo malo pasaba en ellas. También percibió un olor extraño en el aire, un olor que no podía describir, pero que a la vez era raro y siniestro.

A su izquierda, a pocos metros, había unos establos. Fijó la mirada en las puertas de madera y dio un paso sin hacer el más mínimo ruido, como si sus pies volaran, y luego otro más.

Caminó despacio y concentrada en su destino cuando de pronto se escuchó un golpe atronador que la hizo pararse en seco. Se sobresaltó, con el corazón palpitándole con violencia en el pecho. Giró rápidamente a su derecha como una centella, pero no vio nada anormal: todo seguía igual. Se culpó interiormente por no haber estado atenta.

—Linx —llamó al felino.

«He escuchado algo, ¿qué ha sido?», preguntó el lince.

—¿Has llegado ya? —Linx debía de estar ya cerca.

«Sí, ahora mismo, ¿qué ha sido el ruido?», repitió.

—No lo sé, creo que una puerta al cerrarse, aunque no estoy segura.

Mantener contacto mental e intercomunicarse con el lince la tranquilizaba.

«¿Qué has visto?».

—Nada, no hay nadie a la vista —dijo—. Aquí arriba hay un establo, pero está abandonado.

«Camina con cuidado y ten preparada tu espada».




Valesïa dejó atrás el templo y continuó caminando con cautela. Miró a las viviendas. Tenía una extraña sensación de que alguien la observaba desde las sombras. 

Desenvainó a Brillante. El contacto con la espada también hacía que ésta se volviera invisible. Todos los pequeños objetos o prendas que tocaba o llevaba puestos se volvían invisibles.

Las calles eran estrechas y viejas. Estaban sucias. Los olores que le llegaban también eran desagradables. ¿Qué estaba ocurriendo?

Cuando llegó más abajo observó un movimiento a su derecha y se preparó para el ataque.

«No te preocupes», dijo Linx.

—¿Cómo sabías que era yo? —preguntó la muchacha auri, sorprendida—. ¿Puedes verme?

El lince apareció al doblar la esquina de la calle.

«No, pero te huelo», dijo sencillamente.

Valesïa sonrió.

—Aquí hay algo malo —aseguró la auri. 

Luego asió su amuleto y se hizo visible.

«Sí, yo también lo presiento», afirmó el felino, tenso, y con las orejas erguidas.

Todo estaba en silencio, pero el humo de las chimeneas seguía saliendo sin interrupción hacia el cielo negro de tormenta.

—¿Quién vivirá en ellas? —La muchacha se dirigió a una casa.

De pronto se oyó una fuerte explosión y la puerta de la vivienda se hizo añicos, saltando miles de astillas de madera por los aires. Valesïa, aun sin comprender qué pasaba, se protegió con una resistente barrera mágica que invocó de inmediato, pero salió despedida por los aires y cayó a varios metros de distancia de la fachada de la vivienda. Por fortuna la explosión sólo le ocasionó pequeñas lesiones. Linx no sufrió ninguna.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó, aturdida.

El lince corrió hacia ella.

«¿Cómo estás?», se interesó al instante.

—Bien —dijo la muchacha, y se incorporó sin dificultad. Sólo tenía algunos arañazos en la cara.

«Vamos, rápido», dijo el felino. «Tenemos que salir de aquí».

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

«No preguntes, sígueme».

Valesïa obedeció, pero cuando los dos compañeros se disponían a dar media vuelta, vieron las espeluznantes caras de los monstruos que ya habían tomado posiciones: los tarkos y los minotauros bloqueaban todas las calles.

Los monstruos llevaban espadas, cadenas y mazas con pinchos en las manos, amenazantes y gruñendo, dejando ver sus colmillos largos y sucios, caminaron hacia ellos. Detrás estaban los dos peligrosos dîrus: un gran brujo y su aprendiz.

Castrum ya no era un reino seguro.

El enemigo se había extendido rápidamente tras la Invasión.



Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

6 comentarios:

  1. Suspenso... ¡No puedo esperar a que salga "Oscuridad"! Quiero seguir leyendo, pero me temo que tendré que esperar.

    Buen trabajo y felicitaciones. Saludos.

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  2. ¡¡Hola Miguel!!

    Primero que nada felicitarte por tu gran obra.Muy buenos todos los capítulos. Estaba un poco atrasada pero ya me los he terminado de leer!! :)

    Tu corazón anhela aventuras y eso a veces es peligroso.

    Que pasará con Valesïa y el Linx,uhh........

    Así que espero la siguiente parte! FELICITACIONES.

    Saludos cálidos.

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    Respuestas
    1. Hola Elisa. Gracias por tu comentario.
      A partir de ahora es cuando comienza su aventura...
      ¡Saludos!

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  3. Bueno, aquí termina la primera parte invasión, con la que he disfrutado mucho. Como se que ya no vas a incluir más capítulos en el blog, habrá que hacerse con el libro. Jeje. Un abrazo.

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