Aquel macabro escenario de sangre y muerte había despistado tanto a las rapaces que Aira presintió de repente que algo iba mal. Escuchó en su cabeza que Aquis decía: «Deprisa, huyamos…», pero antes de terminar la frase soltó un quejido sonoro parecido a un «quia, quia». Ella se giró con brusquedad hacia su izquierda y vio horrorizada el cuello de Aquis entre las fauces de un enorme dragón negro. Aquis quiso arañar con sus fuertes garras al lûcto, pero le fue imposible y el dragón cerró más fuerte las mandíbulas.
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