sábado, 24 de mayo de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 17


Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 17

17

Los tarkos fueron obligados a entrar en Bastión por cuatro capitanes, que no paraban de azotarlos. Los dîrus vigilaban. Dos monstruos intentaron escapar, y un brujo los fulminó con fuego. Los demás tarkos se movieron nerviosos, frenéticos, alzando amenazantes sus armas, y gruñeron dejando ver unos colmillos largos y sucios, pero al final, totalmente intimidados, accedieron a lo ordenado y llegó su muerte.

Cuando entraron en el Reino de Castrum una fuerte explosión los alcanzó de lleno, y sus cuerpos terminaron despedazados en el suelo, cubriéndolo todo de sangre y vísceras negras.

—Una trampa menos —dijo un brujo a otro.

—Pero quedan muchas —contestó su compañero, enfadado.

Un capitán tarko se encaramó hacia los dîrus.

—La próxima vez entrad vosotros primero —soltó con malicia.

—Cuida tus palabras o te arrancaré la lengua —advirtió el primer dîrus, levantó el brazo y lanzó un rayo de fuego que pasó muy cerca del tarko.

—Si no quieres terminar como ellos —terció el segundo dîrus, señalando los cadáveres de los monstruos e intimidándolo con la mirada.

El tarko soltó un gruñido, pero no dijo nada. Dio media vuelta y regresó con sus camaradas.

—Esto nos llevará más tiempo del previsto —dijo el primer brujo.

El otro asintió, enseñando sus colmillos blancos de vampiro.




Ariûm cruzó el campo de batalla sembrado de cadáveres, seguido de su séquito en pleno. Su espada Dolor emitió una luz verdosa y sintió que estaba sedienta de sangre.

—No los matéis —ordenó.

Los tarkos habían apresado algo más de un centenar de hombres, aunque muchos presentaban heridas graves que sólo podrían ser curadas mediante la magia, y que les llevarían a una muerte segura.

Los monstruos los encadenaron con grilletes en pies, manos y hasta en el cuello, y los azotaron mientras los desgraciados se quejaban con gritos de dolor, miedo y agonía.

—Que los lleven a las mazmorras de Sombra para interrogarlos —miró a Driûn—. Los quiero vivos.

—A la orden, majestad —dijo el general, sumiso.

—No sacaremos ninguna información valiosa —reconoció Enis, negando con la cabeza—. Ni siquiera ha sobrevivido un mago.

—Eso no importa —dijo el rey, y sonrió con malicia.

—Por supuesto, majestad —aseveró rápidamente el gran brujo.

Emprendieron la marcha.

Al paso del monarca todos los siervos se detenían y bajaban la mirada. La subordinación de los monstruos y los dîrus hacia su rey era total.

Cuando llegaron a la muralla, cientos de dîrus les siguieron.

—¿Hay enemigos al otro lado? —preguntó Ariûm.

—Sí, majestad —dijo un gran brujo—. Un escuadrón de esos monjes guerreros, los Caballeros del Têlum, y algunos lobos. Están escondidos cerca de aquí.

—¿No los han aniquilado aún? —preguntó y su voz sonó irritada.

—No podemos pasar aún. Estamos inutilizando las barreras, majestad —respondió el brujo—. Los magos han protegido el lugar con muchos sortilegios —señaló los cuerpos destrozados de los tarkos que perecieron por la potente trampa de fuego.

—Acabad con ellos, pronto —dijo al general, mirando con curiosidad el gran agujero donde había estado la puerta central de la muralla de Bastión.

A lo lejos distinguió el Castillo Fortaleza de Bastión, y la interminable torre central, igual de alta que la torre de Sombra, y sonrió. La ciudad estaba en silencio, vacía, muerta.

—A la orden, majestad —dijo Driûn.

De repente, Dolor brilló intensamente y sintió un cosquilleo en los dedos cuando acarició la empuñadura de la espada.

«Hay que matarlos, mi señor», le dijo la espada con malicia. «Exterminarlos. Nosotros derramaremos sangre de monje y de lobo», insistió Dolor.    
    
«Lobo», pensó el rey, y a su cabeza llegó un remoto recuerdo oculto en el fondo de su corazón: Canex, lobo hermoso y fiero…, pero la espada le obligó a cerrar los ojos y le mostró imágenes de batalla, de sangre y de cuerpos desmembrados en el suelo. También de sufrimiento y agonía de los hombres, y Ariûm se vio a sí mismo aniquilando a sus enemigos, con Dolor en su mano y una sonrisa lúgubre, demente, en sus labios…

Luego cesó el hechizo.

Sirinea lo miraba con curiosidad.

—¿Cuándo podremos acceder? —preguntó mientras abría los ojos.

—En menos de una semana, majestad —dijo el dîrus.

—Que nadie entre sin mi permiso —ordenó—. Cuando todo esté preparado, avisadme de inmediato; quiero ser el primero en cruzar.

El brujo y los demás no comprendieron el cambio repentino del monarca, pero nadie preguntó el motivo.

—Dolor ansía tanto la lucha como su amo —dijo en cambio el rey, y Sirinea sonrió.




Los monjes guerreros, como había dicho el brujo, estaban escondidos a unos cien metros de la puerta rota.

Erelon era el capitán del escuadrón, y aunque no tenía miedo a monstruo alguno, ni siquiera a la misma muerte, sintió un escalofrío al ver la aparición de Ariûm en el agujero; a su alrededor sintió la misma inquietud en sus hombres. En cambio, los lobos se mostraron todavía más impasibles.

—Son demasiados —dijo Jören, el sargento que le seguía en rango, una vez que se marchó el rey oscuro.

—Bah, mataremos a muchos —dijo Erelon, quitando importancia, pero sabía que Jören tenía razón. 

No resistirían mucho tiempo, aunque esperaba que el suficiente para que el enemigo no alcanzara a los exiliados. Su destino era la muerte, pero no mostraron miedo. Así eran los monjes guerreros de la Orden del Têlum, excepcionales guerreros que se sacrificarían para que el pueblo de Bastión pudiera escapar y sobrevivir.

—Un águila —dijo un hombre, señalando al cielo.

Erelon miró a lo alto y vio el vuelo majestuoso de la gigantesca águila. Un mago viajaba en ella. Después, la rapaz se unió a otra que transportaba a otro mago y que apareció de detrás de unas nubes blancas, y ambas viraron al norte y se perdieron de vista.

—Hermosos animales —dijo Jören.

El capitán pensó que pronto aquel mismo cielo sería surcado por dragones del sur, los terribles lûctos.

—Mataremos a muchos —repitió con la mirada clavada en la muralla.

Nadie respondió y el silencio de la ciudad se apoderó de los monjes guerreros.

La imagen de Ariûm volvió a su mente y tocó la empuñadura de su espada. Estaba ansioso por blandirla y acabar con la miserable vida de cuantos monstruos se le cruzasen en la inminente batalla.

Lo que no sabía Erelon era que en esa batalla que tanto ansiaba, Dolor atravesaría su corazón y el de muchos de sus hombres y compañeros cánidos, y la muerte los abrazaría como amantes bajo las estrellas en una noche cálida de verano.





Valesïa
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2 comentarios:

  1. La batalla sigue su curso. Entra en escena la magia con brujos y magos, y una espada con vida propia.

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