Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 14
14
Les costó dos días con sus dos noches rodear el lago Helado y llegar hasta la desembocadura del río Giol. Luego continuaron el camino hacia la lejana ciudad de Galiun, capital del norte, por el margen derecho del río.
—Hemos tardado demasiado —se quejó el mago Mig.
Las arenas movedizas abundaban cerca del lago y dieron varias vueltas hasta rodearlo al fin.
—Sí —dijo Moïn, resignado, y el mago no volvió a hablar del tema.
Detrás de la otra orilla del Giol observaron, a lo lejos, los fríos y extensos Montes del Norte. Las cumbres permanecían blancas durante todo el año como la niebla del amanecer.
—El hogar de los dragones —dijo Mig.
Moïn asintió.
—Aunque ya no quedan tantos como en la Antigüedad, todavía viven muchos en las montañas —dijo el mago.
—Nos harán falta...
De pronto surgió una ventisca. El aire frío del norte peinó el pequeño campamento y movió las tiendas de campaña como si fueran de paja. Los hombres que aún no se habían puesto la capucha se la ajustaron en la cabeza para protegerse.
—Hace demasiado frío para ser verano —dijo Moïn.
Era la primera vez que viajaba a Galiun, la última de las ciudades importantes del reino que no conocía aún.
—Estamos en el norte, mi querido —dijo el mago—. Aquí hace frío casi todo el año.
—Todo el año —rectificó el monje guerrero.
Poco después recogieron el campamento y se pusieron en marcha.
Cabalgaban muy despacio cuando se toparon con el primer grupo de soldados apostados en una torre de vigilancia amurallada. En lo alto de la torre había dos banderas, la bandera del reino, el castillo coronado, y la bandera de Galiun y de casi todas las regiones del norte, un dragón emanando fuego de sus fauces y encima de éste la corona real. Las dos se agitaban con mucha rapidez a causa del viento.
Se abrió la puerta de la torre y salieron tres soldados armados con grandes espadas de acero en el cinto, pero ni siquiera hicieron amago de asirlas.
También llevaban armaduras y yelmos incluidos. En la armadura, a la altura del pecho, llevaban el dibujo del dragón.
—Saludos —dijo el soldado de en medio—. ¿Quiénes sois y qué os trae a Galiun? —miró con desconfianza a los lobos que rodeaban al grupo de jinetes.
—Saludos, capitán —respondió Moïn—. Soy Moïn, comandante de la Orden del Têlum, y él es Mig, mago de la Corte. —El viento helado sopló fuerte, como si cantara en voz alta—. Venimos de Tolen y tenemos que ver de inmediato a tu señor.
El caballero no pareció que se extrañara.
—A la orden, mi comandante —saludó militarmente con el puño—. Os esperábamos desde hace días.
El monje guerrero asintió, y dijo:
—Las arenas movedizas y las tormentas de verano han tenido la culpa.
—Son habituales, mi comandante —reconoció el militar.
Sin más formalismos, partieron de nuevo acompañados de cinco soldados que hicieron de guías. Pasaron por más torretas hasta que llegaron al río Gael, justamente donde se separaba de su hermano Giol. Al otro lado se encontraba la gran muralla de la ciudad.
—Una fortaleza formidable —dijo Moïn, contemplando el panorama.
—En efecto —afirmó el mago—. Además, por el este el río también protege a la ciudad. Sólo se puede acceder por tierra por el norte y el oeste. —Mig conocía bastante bien la ciudad—. Fíjate, no hay puentes, sólo se puede llegar a la ciudad en barco.
—¿Cómo puede dividirse un río en dos? —preguntó el monje guerrero, pero el mago no tenía la respuesta de ese misterio y se encogió de hombros.
Los condujeron al pequeño puerto y cruzaron en una nave pequeña los casi tres kilómetros de anchura del Gael, y pronto se encontraron dentro de la ciudadela. Desde la parte alta de la ciudad se divisaba el impresionante Castillo Dragón.
—Se están preparando para la guerra —dijo el mago.
La ciudad bullía de gentes y había muchas filas de hombres que esperaban recoger armamento en las armerías.
—En efecto, y no son soldados —indicó el caballero têlmario.
—No —dijo el mago con preocupación—. Mala señal.
Moïn asintió con la cabeza. Luego miró a Tenhear y preguntó:
—¿Has enviado el halcón?
—Sí, mi comandante —confirmó el monje guerrero.
—Bien. Que sepa el rey que ya nos encontramos en Galiun.
Luego siguieron a los soldados, y pronto se reunieron con Ênon, el Señor de Galiun.
Ênon tenía un carácter serio, como los gobernantes de las regiones del norte. Era alto y tenía el cabello largo y de color rojizo como su gran barba. Sus ojos eran muy azules, como el color del océano que se perdía en el oeste más allá de Puerto Grande.
El hombre tenía treinta y ocho años. Estaba casado y era padre de cuatro niños, dos varones y dos hembras.
—Hemos enviado un halcón a la Corte —explicó Moïn— para informar al rey de nuestra llegada.
—La Corte se traslada a Galiun —dijo Ênon sin rodeos.
—¿Desde cuándo? —preguntó el monje guerrero, sorprendido.
—Desde hace menos de una semana.
—¿Tan pronto? ¿Ha sucumbido Bastión?
—Todavía no. —El Señor del Norte negó con la cabeza—. Sin embargo, su derrota es inminente.
—¿Cuándo llegarán?
—No lo sé, puede que tarden semanas. El otoño se acerca y con él las lluvias y el mal tiempo.
—¿Tan mal están las cosas?
—Sí, comandante.
—¿Y el resto del reino?
—Ya ha comenzado el repliegue masivo —informó Ênon.
—¿Masivo?
—En efecto, sólo Mür y Zurión se niegan al exilio.
En la mente de Moïn tomó forma la imagen de Thear, el capitán de los Caballeros del Têlum de Mür, que asimismo también era su mejor pupilo. Desde un primer momento había confiado en él para entregarle las reliquias.
Ênon informó a los viajeros de las últimas noticias. De las intenciones de Cícleo y Rassan, el Señor de Zurión, de no exiliarse en el norte; y por supuesto de lo más importante, la llegada de las orcas a Puerto Grande, informando de las batallas marinas y las inmensas columnas de tarkos que recorrían el litoral del Reino Oscuro, desde la ciudad de Miedo hasta Sombra.
—¿Conocemos cuántos son? —preguntó Moïn.
—No —respondió Ênon, meneando la cabeza—. Es un número tan alto que lo desconocemos. La retaguardia de los monstruos que llegan a Sombra todavía se encuentra en Sangre.
—¡Eso es imposible! —Moïn no daba crédito a lo que oía.
—Sí, comandante. Más de doscientos kilómetros de ejércitos sólo por el oeste, sin contar las naves de los taen ni los ejércitos del este. Y lo más probable es que los batallones principales vengan con Ariûm desde Morium.
—Millones —dijo Mig, inquieto.
—Y más fuertes que nunca.
Moïn supo entonces que Zurión sería arrasada. Todo el reino sería arrasado.
—¿Quién sabe estas noticias?
—Todos los caudillos, por supuesto. En los últimos días, los halcones no han parado de llevar mensajes a todas las ciudades.
—No podemos perder más tiempo —miró a Mig—. ¡Tenemos que llegar a nuestro destino!
Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014
Capítulo en el que las tropas del rey junto al mago siguen su viaje al norte, pero se encuentran con una sorpresa que no esperaban.
ResponderEliminarUna nefasta sorpresa.
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