Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 8
8
Valesïa observaba desde la torre del homenaje el gran alboroto que había en el castillo, concretamente en el patio de armas. Su padre ordenó cerrar todas las puertas de las murallas de la ciudad y duplicó la vigilancia de legionarios y guardias, sobre todo en la zona costera. Además, desde el puerto zarparon ocho barcos de guerra. Finalmente, los militares también construyeron varias torres de vigía por la costa hasta cien kilómetros, aproximadamente, hacia el sur, y algunas bordeando la parte meridional del Bosque de Mür.
Desde la llegada del halcón de la Corte había pasado ya una semana, aunque hasta el momento nadie se había exiliado de la ciudad. Mür no era una de las ciudades más grandes del reino, pero su población total alcanzaba cerca de los cien mil habitantes, a los que había que sumarle otros pocos miles de los pueblos y las aldeas de la región. Por ese motivo el proceso sería lento.
La muchacha bajó a su alcoba y se encontró con Rênion, que le explicó los planes de su padre: Valesïa, Elisea y Mîreon y miles de burgueses y campesinos se refugiarían en una antigua ciudad auri del bosque, que distaba a setenta kilómetros, poco más o menos, de Mür. Con ellos también viajarían doscientos soldados legionarios y algunos magos.
—Tag dice que allí estaréis seguros —dijo Rênion.
La muchacha permaneció callada.
—Los vasallos ya se están movilizando —siguió diciendo Rênion, y miró por la ventana.
—De acuerdo —aceptó Valesïa.
La muchacha quería luchar, pero sabía que las órdenes eran de su padre y sus protestas no servirían de nada. Además, también estaba el asunto de Linx, y un cosquilleo le recorrió el cuerpo. Ansiaba descubrir si realmente existía el lince y si ahora tendría la oportunidad de buscarlo.
Su hermano salió de la alcoba y poco después, cuando miraba el bosque a través de las cortinas, su madre entró en la cámara. La señora de Mür era bella y delgada como su hija, pero algo más baja de estatura. Llevaba puesto un hermoso y sencillo vestido de fina seda azul, varias pulseras de oro en las muñecas y dos grandes pendientes de aro en las orejas. Valesïa se parecía mucho físicamente a su madre, sobre todo en los ojos rasgados, exóticos.
—Nos iremos dentro de dos semanas —le anunció Elisea—, si todo va igual.
—¿Hay más noticias? —preguntó Valesïa.
—Los hombres resisten, pero no cesan los ataques.
—Son los mejores legionarios del reino.
—Sí, pero los monstruos son demasiados —permaneció un momento en silencio—. Y los hombres de Bastión ya están cansados de tantos combates.
Elisea giró sobre sus talones y ya salía de la alcoba cuando Valesïa se interesó:
—¡Madre! —dijo en un tono de preocupación.
—¿Sí, Valesïa? —preguntó Elisea, volviéndose.
—No podrán resistir mucho tiempo. Cuando caiga Bastión, Mür también será destruida.
Aquella fue la primera vez que Valesïa vio temor en el rostro de su madre.
—Lo sé —dijo Elisea—. Pero tu padre no abandonará la ciudad a la primera. Defenderá sus tierras, aunque tampoco llevará sus tropas a la muerte. Eso no serviría de nada.
Seis días más tarde, Valesïa salió del castillo a caballo con Mîreon, montado detrás de ella, y se dirigieron a la ciudad.
Dejaron a Veloz en los establos de una taberna pequeña y recorrieron las callejuelas de Mür durante varias horas.
Aunque parecía un día cualquiera, la muchacha percibió cierto nerviosismo entre las gentes, que se preparaban para el gran éxodo.
Muchas carretas estaban repletas de enseres y otras las iban cargando los ciudadanos. En el mercado comieron varias piezas de fruta, naranjas y alguna manzana, y después unos dulces, y al mediodía se encontraban otra vez en el castillo.
Se separó de Mîreon en el recibidor y se dirigió a su alcoba. Le prepararon un baño con agua templada, se metió en la artesa y perdió la noción del tiempo. Intentó no pensar en los acontecimientos que se avecinaban, y notó cómo sus músculos se relajaban cada vez más.
Cerró los ojos y volvió a caminar otra vez sobre la hierba verde del bosque, cruzar por un arroyo de aguas cristalinas y sentir de nuevo el frío en sus pies, y luego en todo su cuerpo.
El sueño siempre se repetía. Era la misma llamada, la misma advertencia, y ese mismo miedo profundo que la recorría de pies a cabeza.
Pero aquella vez no chilló, ni siquiera vio a los monstruos.
Abrió los ojos. Cuando se incorporó, advirtió su cuerpo desnudo reflejado en el gran espejo, y tocó con los dedos el corazón carmesí que le colgaba del cuello.
—Enëriel —murmuró, y el amuleto brilló muchísimo, como si fuera a estallar, alumbrando totalmente la habitación, hasta que fue apagándose poco a poco, llegando a su estado normal.
La muchacha, fascinada, se secó el cuerpo lentamente y se envolvió en un hermoso vestido verde.
Por la noche volvió a soñar con el bosque y con Linx, y, como le ocurría a menudo, despertó con un grito en la boca.
A la mañana siguiente salió de su alcoba y se dirigió para desayunar cuando se topó con el gato.
—Otra vez tú —le dijo con suavidad.
El animal era demasiado grande para ser un gato normal y lo miró con más detenimiento. Extrañamente le era familiar, aunque no sabía por qué, y eso la desconcertaba.
El minino la observó con ojos radiantes. Se dio media vuelta y caminó por el pasillo hacia la cocina, pero antes de entrar giró a la derecha y bajó por la escalera de caracol que daba a los pisos inferiores.
Valesïa lo siguió.
Sin preguntarse aún qué estaba ocurriendo, la llamada retumbó en su cabeza. Quiso detenerse y dar media vuelta, pero no pudo, y sus pies caminaron sin obedecer a su mente. ¿Qué le estaba pasando?
—¿A dónde vamos? —preguntó.
«Sígueme, Valesïa», dijo alguien en su mente.
«¡No puede ser! ¿Has sido tú?».
El gato giró la cabeza hacia ella y la miró. Luego se limitó a seguir caminando algo más deprisa.
Avanzaron por los pasadizos oscuros del castillo durante mucho tiempo hasta que le llegó un hedor desagradable y supuso que se encontraban cerca de las cloacas.
Llegaron a una puerta de rejas metálicas estrechas y el gato «traspasó» los barrotes sin más. Valesïa estaba asombrada, no podía creer lo que veía.
«Crúzala», dijo el animal.
La muchacha agarró el pomo, giró la manivela y comprobó que la puerta estaba cerrada.
«No puedo, está cerrada», dijo, telepáticamente.
«Crúzala», insistió el gato. «No hace falta que la abras».
La muchacha estaba indecisa y se encogió de hombros.
«Tú puedes cruzarla, Valesïa», repitió el gato. «Utilízalo».
«¡El amuleto!».
«¿Qué si no?».
Valesïa cogió el amuleto con delicadeza, cerró los ojos y se concentró.
«Este amuleto es muy poderoso. Con él conseguirás casi todo lo que desees», sonó la voz de Thear en su mente.
Luego abrió los ojos y caminó, decidida, hacia la puerta, cruzó los barrotes a través de su cuerpo y un escalofrío tremendo la recorrió de pies a cabeza.
«Muy bien», dijo el gato, satisfecho. «Vas aprendiendo».
Valesïa estaba más que sorprendida, fascinada.
Llegaron a la playa y en el puerto observó muchos guardias, legionarios y marineros.
«Ahora es mejor que no te vean», dijo el gato, y sus ojos felinos brillaron; parecía sonreír.
—¿Qué me sucede? —se preguntó la muchacha, y se pellizcó en el brazo. No estaba soñando.
Apretó más fuerte el amuleto y una niebla blanca la rodeó hasta que ya no vio su cuerpo. ¡Se había hecho invisible!
«Sígueme, Valesïa».
La muchacha no le preguntó hacia dónde iban, pues ya lo sabía. Se dirigía con «su guía» al Bosque de Mür.
Linx la esperaba.
Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014
Esto se va poniendo interesante. Además de ir a la batalla, se van descubriendo cosas.
ResponderEliminarAdemás, están el amuleto y la magia que se puede hacer con él, y el gran gato, que son elementos que enganchan al lector.
La historia avanza lenta, pero sin pausa. Cada vez me va gustando más.
La novela está compuesta por muchos capítulos, y en cada uno hay algo nuevo.
EliminarUn saludo.