martes, 13 de mayo de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 11


Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 11

 11

«Desde tiempos antiguos los auris de los bosques estuvieron unidos a los linces. Nosotros éramos sus protectores», dijo Linx. «La elección no era al azar, sino designada por los dioses, así que era una “elección divina”», recalcó.

La unión se forjaba en los sueños y se hacía muy fuerte. Si alguno de los dos compañeros moría, el otro sucumbía también al poco tiempo.

«Pero siempre hay un final», dijo con tristeza en los ojos. «Los auris se fueron de Enesïa, y muchos linces con ellos. Pero los que todavía no habían unido sus destinos a los auris se quedaron aquí, en el bosque... A partir de entonces comenzamos a extinguirnos. Si en la Antigüedad éramos miles, ahora quedamos muy pocos».

—¿Cuántos vivís en el bosque? —preguntó Valesïa.

«Sólo unos cientos. Y la cifra continúa bajando. Estamos condenados para ver la extinción de nuestra estirpe».

—Pero ¿por qué? —preguntó otra vez la muchacha, abrumada.

«Nacen poquísimos linces y no todos sobreviven», explicó el lince. «Berënion, nuestro señor, nos creó para “proteger” a los auris, pero ellos ya no están aquí», Valesïa notó que el felino estaba nervioso. «Su marcha acabó en cierto modo con nuestra época». Enmudecieron. El dolor que sentía Linx inundó a Valesïa.

—¿Cómo puedes ser mi protector? Yo no soy auri —dijo la muchacha de repente, extrañándose de ese hecho.

«No lo sé», dijo el felino, simplemente. «Pero debe haber alguna explicación».

—Mis antepasados eran humanos y también auris —explicó la muchacha, pero como puedes ver —se tocó el rostro con una mano—, yo soy humana.

«Tal vez sea tu interior. ¿A qué estirpe de las dos pertenece?».

—No lo sé —dijo ahora Valesïa, pensativa—. Además, yo no sé cómo son los auris…
«Debe haber alguna explicación», repitió Linx, sentenciando y terminando con el tema.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó la muchacha, acariciando con delicadeza el torso de Linx.

Era la primera vez que tocaba al animal y ambos notaron que sus lazos se estrechaban más. Se hacía una unión resistente, inseparable.

«Para ser lince, soy joven», respondió Linx. «Tengo cincuenta y tres años. Cuando tú naciste, empezaron mis sueños. Cada vez eran más intensos, por eso la llamada, mi llamada, era más fuerte».

El lince le había hablado de la Ciudad Secreta, y la muchacha preguntó:

—Arcânia, ¿era una ciudad importante del bosque?

«Sí», respondió el lince. «Era y lo es. Arcânia es la única ciudad del bosque que aún perdura en el tiempo».

—Oh —se sorprendió la muchacha—. ¿Hay linces allí?

«En la ciudad, no. Los linces viven libres en el bosque, aunque la mayoría de ellos cerca de Arcânia. Desde el éxodo de los auris, los linces hemos preferido vivir fuera de las ciudades».

—Entonces, ¿no hay otros como yo?

«No», el lince clavó la mirada en sus ojos, sin ni siquiera pestañear. «Tú eres la única protegida en más de mil años».

Valesïa se sintió decepcionada y nerviosa a la vez.

«Berënion creó muchas razas de seres de los bosques», siguió diciendo el lince. «Como los suik y las diminutas hadas alias, pero hay más. Todas esas razas protegen Arcânia».

Un suik bastante regordete trajo una bandeja con abundante comida, compuesta de un asado de pollo con verduras, pan dulce y varias piezas de fruta. También dos jarras, una de cerveza y la otra de agua.

Valesïa estaba hambrienta y lo devoró todo en poco tiempo.

—¿Tú no comes? —preguntó al lince mientras tragaba un pedazo de pollo.

«No. Mi alimento está en el bosque», respondió el felino. Valesïa comprendió a qué se refería: Linx era «cazador».

Luego siguieron hablando hasta que el sol desapareció en el ocaso, al trasponer el horizonte. La muchacha estaba tan agotada que durmió plácidamente, como hacía mucho que no dormía. Pero esta vez no soñó con la llamada, ya no hacía falta.

Linx no se separó ni un instante de su lado, era su protector.

Mis sueños de pesadilla
ya han terminado.
Se han disipado como la bruma
que rodea el río, al amanecer.

Ahora contemplo tu mirada mágica,
te acaricio y siento tu olor.
Duermo a tu lado,
camino en tus sueños.

Ahora somos un espíritu en dos cuerpos.
Siento tu dolor profundo,
tu alegría y tu miedo.
También tu tristeza y nostalgia.

Mis sueños son hermosos a tu lado,
eres mi vida y te adoro.
Ya no tengo miedo
porque eres mi protector.

Al día siguiente, con las primeras luces del alba, iniciaron el viaje hacia la Ciudad Secreta.

Con la magia de su amuleto, el Corazón de Enëriel, transformó su vestido en ropas cómodas y aptas para cabalgar, que a partir de entonces utilizaría habitualmente, pero al mismo tiempo resistentes como la mejor armadura. Ropas acorazadas.

—Increíble —dijo, mirándose a sí misma. El amuleto seguía impresionándola.

Cuando vio a Karia, la hembra de unicornio de vivo pelaje azul, quedó fascinada.

—Nunca encontraréis un animal más humilde —le dijo Sikik, sonriéndole.

Era la primera vez que veía sonreír a un suik, y eso la alegró.

El unicornio era muy bello. Tenía patas fuertes y su cuerno medía casi medio metro de longitud. Lo montó y el animal ni siquiera protestó.

Los unicornios eran animales mágicos, y aunque no se transmitían con la mente por decisión de su creador, el mismo Asërion, el Dios Supremo de todos los mundos, eran los animales más venerados por el resto de los seres de todo el reino y de los demás países lejanos de Tierra Leyenda.

«Si no tenemos ningún contratiempo», dijo Linx, «llegaremos pronto a Arcânia. Tardaremos dos días, a lo sumo tres».

Se despidieron de los suik y se pusieron en marcha a gran velocidad. Karia volaba, y un aura brillante envolvió al unicornio y a Valesïa.

A la cabeza marchaba el fiero felino.




Valesïa

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