miércoles, 14 de mayo de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 12



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 12

12

Cícleo Acris no esperó más.

Escuchó con atención a Tag, el mago, y decidió al fin que comenzara el éxodo de su pueblo. Desde el principio había descartado la idea de huir al norte, y en eso coincidió con todos los gobernadores de las comarcas de Mür, sus vasallos; los orgullosos Señores del Sureste.

Anunció su sentencia al rey enviando un halcón a la Corte, y Rodrian le envió otro mensaje aceptando su decisión, pero comunicándole que no recibiría apoyo militar hasta que se iniciara la reconquista del reino, aunque aquello no importaba al valiente Cícleo.

Los habitantes de las villas y las aldeas que rodeaban Mür se encontraban ya esperando al norte de la ciudad, y allí se unieron al grueso de los exiliados. El gran pueblo avanzó por la ribera del río Tar, que en auri significaba río del Sur, y en dos horas ya se ocultaba en el bosque.

Cícleo observó la marcha con tristeza desde lo alto de la muralla de Mür. Estaba con Rênion, su hijo mayor y heredero de la región, cuando la larga hilera de personas desapareció en la espesura.

—Cuida de nuestro pueblo, querida Elisea —dijo para sí mismo en un tono de voz baja— y de nuestro hijo. —A su mente llegó la imagen de Valesïa: Tag le había informado de lo sucedido.

—Es su destino —terminó diciendo el mago mientras fumaba en su pipa.

Cícleo y su esposa estaban tan abrumados que apenas abrieron la boca. Elisea lloraba en los brazos de su esposo.

Sin apartar la mirada de los árboles pensó en el lince.

—Madre es fuerte. Cuidará bien de ellos —dijo Rênion.

Pero Cícleo ni le escuchó. Su mente estaba en otro sitio.

—Protégelos, Tácis —ordenó horas atrás. 

El comandante también viajaría con los exiliados, junto con el erudito Bêlion y el sacerdote supremo Mitrus, entre otros.

—Con mi vida, mi señor —dijo el militar.

Tag, el gran mago, también estaba en la lista de los exiliados.

—Yo debería quedarme aquí, mi señor —se quejó el anciano—, para luchar a tu lado.

—Serías de gran ayuda en la guerra, no lo pongo en duda, Tag —dijo Cícleo, pero como tú no hay nadie que conozca el Bosque de Mür—. Tú serás el guía. Además, asesorarás a Elisea en los problemas que surjan. No confío en nadie como en ti.

El mago asintió sin poner más objeciones, y dijo:

—Sigo pensando que es una locura. Algo innecesario, ya sabes cuál será el desenlace.

Cícleo estaba pensativo.

—En efecto, Tag —dijo al final—. Bastión está a punto de claudicar y después nos tocará a nosotros. Pero ¿qué otra opción me queda? Mür no se rinde fácilmente.

Tag estaba de acuerdo y no dijo nada más. Luego convocó a sólo una cuarentena de magos y se pusieron en marcha. En toda la comarca de Mür había alrededor de quinientos magos, aunque muchos aún eran aprendices y, la mayoría de ellos, inexpertos en la guerra.

—Padre, vayamos a comer algo —dijo Rênion—. Thear nos espera.

—Vamos —dijo Cícleo, volviendo al presente—. Queda mucho por hacer.




Comieron en la gran sala del Castillo del Bosque con el monje guerrero Thear, que se había convertido en uno de los principales jefes militares del ejército, ya que su condición de capitán de la Orden del Têlum era equivalente a la de un comandante superior o general de tropa del ejército ordinario; con nobles y caballeros; y con los señores comarcales. También había legionarios de todos los empleos, hombres y mujeres por igual.

Después de la comida discutieron en gran Consejo varios planes para la batalla. Los hombres hablaron con entusiasmo. Estaban firmemente dispuestos a plantarle cara a un ejército que los desbordaba en número.

—¡Un hombre vale más que cinco tarkos! —dijo Evion, el cacique de Marlïa, una comarca bastante al norte de la ciudad, dejando con fuerza su copa en la mesa. Tenía la cara roja porque había bebido demasiado vino.

Se oyeron carcajadas y brindaron.

—¡¡¡Por Mür!!!

Cuando terminó el Consejo, casi todos los hombres se marcharon.

—¿Estáis preocupado, mi señor? —preguntó Thear, aunque la frase sonó más a afirmación que a pregunta. Cícleo había estado bastante callado durante toda la comida—. El pueblo ya está a salvo.

—Gracias a los dioses —afirmó Cícleo.

—¿Qué os preocupa? —preguntó Dem, el mago de mayor rango jerárquico que permanecía en la ciudad.

—Esas bestias invadirán Castrum y lo destruirán todo —dijo el hombre, pensativo, moviendo la cabeza.

—El bosque será nuestro reducto —aseguró Rênion.

—No te quepa duda —respondió el monje guerrero con una sonrisa fiera, llevándose su jarra de cerveza a la boca.

Al acabar el día, cuando se encontraba en su alcoba, Cícleo se asomó por la ventana. 

La luz de la luna resplandecía en el bosque, donde se hallaban su mujer y sus dos hijos.

—Protégelos —susurró a la oscuridad.

Luego intentó dormir, pero no pudo.

Así pasó toda la noche, bajo el influjo de los árboles extraños.





Valesïa

Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

2 comentarios:

  1. Este capítulo me ha resultado un poco aburrido. Sólo sitúa en escena a las tropas de lospadres de Valusia.

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