jueves, 12 de junio de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 27


Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 27

27

Un halcón llegó a Galiun, a la nueva Corte.

El rey recibió la noticia en sus aposentos de un torreón del Castillo Dragón, donde dormía la reina Daria, que según las parteras le faltaban pocos días para que diese a luz.

Galiun se había convertido en una ciudad superpoblada. Los pícaros y ladronzuelos recorrían las calles, pero la ciudad estaba vigilada por cientos de guardias, soldados y legionarios de todas las partes del reino.

El consejero Métiro le entregó el pergamino y el rey lo leyó para sí mismo. Después de Zurion, ahora le tocaba el turno a Mür.

En el mensaje, Cícleo reseñaba brevemente la lucha contra los monstruos y la huida hacia el bosque.

El rey le dijo a Métiro que le siguiera afuera.

—Eso significa que ya nada les detiene —dijo cuando salieron al pasillo.

—En efecto, majestad —aseveró Métiro.

Rodrian también asintió.

—¿Quién lo sabe? —preguntó.

—Nadie, majestad. Sólo vos.

—Convoca al consejo —ordenó.

—¿Para cuándo?

Rodrian frunció el ceño.

—Para mañana —dijo—. Poco antes del mediodía.

—Como ordene —afirmó el consejero antes de perderse en el pasillo.




Galiun nunca antes había albergado a tantos nobles, militares, eruditos y magos.

El enorme salón del castillo estaba repleto. El salón era sencillo, pero las paredes estaban decoradas con impresionantes pinturas de dragones, caballeros y reyes. También había estatuas de mármol y algunas de bronce.

El rey yacía sentado en el trono central. A su lado estaban todos los señores del reino, excepto Cícleo y Rassan, Señor de Zurion, por supuesto.

Ênon se hallaba a su derecha y Bareon, a su izquierda. Los demás caudillos que acompañaban a su majestad eran: Ossis, de Puerto del Este; Tôrhas, de Sagur; Josean, de Puerto Grande; Terian, de Puerto Frío; Mereon, de Baren; y Aehon, de Coren. Los personajes más ilustres de Castrum.

Terminó el consejo y los hombres abandonaron el salón. Luego, el rey, los consejeros, los caudillos y algunos importantes mandos militares y magos comieron en otro salón más pequeño, pero confortable. La comida fue sencilla. Los sirvientes empezaron a llevar bandejas de pollos y conejos asados, acompañadas con pimientos de guarnición, llenando las mesas de comida. También sirvieron cerveza negra y rubia, y un fuerte vino tinto del norte, el mejor de todo el reino.

Rodrian pensó que pronto se acabarían las comidas en el castillo, cuando se trasladaran al otro lado del río, a los campamentos cerca del campo de batalla.

Y estaba ansioso para que llegara ese día.



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