sábado, 2 de abril de 2016

Elinâ: PRIMERA PARTE "LEVIATÁN", CAPÍTULO 6


           Elinâ: Primera Parte "Leviatán", Capítulo 6



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Thear, el Gran Maestre de la Orden del Têlum del reino de Castrum, sucesor de Moïn, el héroe mártir de la Guerra de las Espadas, portador de la espada mágica Cortadora, heredada desde tiempos inmemoriales por los jerarcas de la Orden, ostentaba tratamiento eclesiástico de obispo o patriarca, y militar de comandante, equiparado a general superior del ejército ordinario. Además, entre los otros empleos castrenses existentes de la Institución, se había creado recientemente la figura del Senescal, principal ayudante del propio Gran Maestre.

En consecuencia, la Orden era una organización religioso-militar, compuesta por los conocidos y temidos monjes guerreros llamados caballeros têlmarios. Têlum en la lengua común significaba «Arma».

Su estandarte era un sol atravesado por cinco rayos, su lema «Te seguimos a Ti, Señor, en la vida y en la muerte», y su patrón San Lorem de Baren.

La Orden no dependía ni del ejército ni de la iglesia, aunque en realidad era una mezcla de ambas organizaciones, y sus miembros contaban con la bendición de los religiosos y oraban en los templos, y por supuesto también combatían codo con codo con los militares. Era un cuerpo privilegiado y gran parte de sus hombres habían luchado antaño en la castigada ciudad de Bastión contra los monstruos y dîrus del Reino Oscuro.

Su doctrina, similar a la de la Iglesia de la Luz y otras iglesias afines extendidas por Tierra Leyenda, consistía en una serie de normas y leyes canonizadas —oraciones, evangelios y textos recogidos en el libro sagrado del Edïon— transmitidas por el dios Enesïon, el Señor de la Luz, y sus inferiores a los hombres a través de los santos y, sobre todo, de los xanïas, los propios ángeles del cielo que eventualmente se trasladaban a los mundos materiales de la Existencia para instruir —y en ocasiones ayudar— a los simples mortales.

La oración principal del Edïon era el Voto Santo, que los têlmarios imploraban a diario, y que decía así:

«Dios Enesïon, hijo del Padre Único; vástago del Dios Regio. Dios Enesïon, Señor del Edén, creador de los hombres y del universo. Dios Enesïon, Señor inmortal, de poder perpetuo: acógenos en tu Reino. Por eso te bendecimos y adoramos, te suplicamos tanto en la tierra como en el cielo. Por tu gloria vivimos, por tu gloria moriremos».

Asimismo, el Edïon estaba compuesto por nueve evangelios y dieciocho libros, escritos por los primeros monjes que surgieron en la Antigüedad.

Los têlmarios, además de acatar el dogma de la Iglesia, debían obediencia a los reyes, gobernadores, caciques y jefes del ejército, siempre dentro de la legalidad y justicia, obviamente.

Los monjes guerreros no poseían un forzoso celibato, como otras órdenes o congregaciones eclesiásticas dedicadas por completo a la oración y vida de clausura en sus templos; sin embargo, debido a su singular modo de vida errante, muchos de ellos lo aceptaban con gusto tras un juramento. También tenían a menudo relaciones carnales con mujeres sin estar oficialmente casados, algo no bien visto por los demás religiosos ajenos a la Orden, aunque aceptado por los jefes têlmarios.

En cuanto a su atuendo, los altos y fornidos monjes guerreros portaban grandes espadas de acero y resistentes armaduras y yelmos, e iban envueltos en ropajes marrones, con un sol rojo bordado en el pecho, símbolo de la libertad que representaba su fe hacía el dios Enesïon. Conjuntamente, todos llevaban la cabeza afeitada, una enorme perilla sin bigote y uno o varios pendientes de plata en forma de aro en los lóbulos de las orejas.

Como grandes guerreros que eran, los caballeros têlmarios no tenían miedo a nada, ni siquiera a la propia muerte.



Thear contrajo matrimonio años atrás con Iria, una hermosa doncella de la Corte; sin embargo, poco después enviudaría al perecer la joven al dar a luz a su única hija Lenia, con el tiempo convertida en excelente capitana del ejército de Tolen. Iria sería su único amor.

El monje guerrero caminó rápido, seguido de tres subordinados, por el pasillo del Castillo del Sol de Tolen, y llegó a una sala pequeña, pero bien decorada. Allí se encontró con Ibis, el consejero real asesor personal de su majestad el rey Rodrian, que lo esperaba impaciente.

Los hombres se dieron la mano y se saludaron.

—¿Cómo está Su Majestad? —preguntó el comandante.

El rey se encontraba enfermo. Ya no podía ingerir líquidos ni alimentos, y se esperaba su inminente fallecimiento. El monarca cruzaría pronto el pasillo de luz y se encontraría en la otra vida con su amada esposa la reina Daria, fallecida un año atrás. Cuando muriera, su hijo Alean se convertiría en el nuevo rey de Castrum.

—Peor —respondió el consejero con el rostro ensombrecido.

El monje guerrero apretó los dientes.

—Los médicos y los magos ya no pueden hacer nada por su vida —continuó diciendo Ibis.

—Tristes noticias —dijo Thear.

—Por supuesto —indicó el consejero real, mirándolo fijamente—. Antes de morir, os quiere ver.

El comandante asintió.

—Vamos —dijo.

Al momento, se pusieron en marcha.




Elinâ
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