8
Tineâ moraba en un distrito tenebroso de las afueras de Mors.
Caminó rápida por una calle estrecha, se introdujo en un callejón oscuro y de seguida llegó a su pequeña, pero acogedora vivienda.
—Maldito seas, Kut —dijo nuevamente con el rostro ensombrecido cuando cerró la puerta.
Utilizó la magia para limpiar sus ropas manchadas de sangre negra de tarko, y decidió darse un baño para desprenderse del hedor desagradable de la sangre.
Se situó frente a la artesa, levantó los brazos y formulando un conjuro con unas breves palabras calentó el agua que ya había dentro. Ahora, al fin, podría relajarse.
Dejó su espada Tánata encima de la cama y se desprendió de sus pulseras de pinchos, de la capa encapuchada de color violeta oscuro y de su ropa mágica acorazada que le protegía todo el cuerpo, similar a la que utilizaba la auri Valesïa.
El uniforme era ligero como el viento y más resistente que cualquier armadura de tarko o de minotauro; a la altura del pecho portaba dibujado un gran lagarto. Allí en Mors, los gigantescos lagartos iguánidos, una sorprendente estirpe de animales mágicos, seres superiores, eran compañeros ancestrales de los dîrus, como los mismos linces o lobos de los mágicos auris.
Tineâ, pese a su joven edad, era una experta guerrera y hechicera muy conocida en Mors. No pertenecía a organización alguna; al contrario, trabajaba a la vez para varias bandas. Por eso Kut, el dirigente de Novuk, clan criminal dedicado al pillaje y al crimen, antiguo general del ejército de Ariûm, el primer rey oscuro, le acusaba de traición. No obstante, los mercenarios de Mors, ya fueran dîrus o tarkos, acostumbraban a colaborar con más de un clan a la vez.
Por otro lado, la dîrus era muy hermosa, de raza blanca, pero piel morena, y rostro fino, pulcro, bello, atractivo. En el Reino Oscuro existían dos razas de brujos: los dîrus de piel cobriza, casi negra, como Elinâ, y los dîrus de piel blanca. Sus cabellos largos y sus cejas y pestañas eran de color rojo carmesí muy intenso, desmesuradamente llamativo; sus ojos rasgados, anaranjados, maravillosos. Acostumbraba a llevar las largas uñas de las manos y de los pies pintadas de negro, portaba cinco pendientes, algunos de aro, en cada oreja, y llevaba un tatuaje con una calavera en el antebrazo derecho. Respecto a su estatura, era similar a la de Elinâ, su compatriota de estirpe, y a la de la auri Valesïa.
La dîrus estaba inquieta.
Se desnudó y metió en la artesa.
El agua caliente la relajó mucho. Sin embargo, volvió a cavilar en el violento ataque de Urku y sus monstruos, y dedujo que se encontraba en serios problemas.
Por supuesto, no se equivocaba.
Caminó rápida por una calle estrecha, se introdujo en un callejón oscuro y de seguida llegó a su pequeña, pero acogedora vivienda.
—Maldito seas, Kut —dijo nuevamente con el rostro ensombrecido cuando cerró la puerta.
Utilizó la magia para limpiar sus ropas manchadas de sangre negra de tarko, y decidió darse un baño para desprenderse del hedor desagradable de la sangre.
Se situó frente a la artesa, levantó los brazos y formulando un conjuro con unas breves palabras calentó el agua que ya había dentro. Ahora, al fin, podría relajarse.
Dejó su espada Tánata encima de la cama y se desprendió de sus pulseras de pinchos, de la capa encapuchada de color violeta oscuro y de su ropa mágica acorazada que le protegía todo el cuerpo, similar a la que utilizaba la auri Valesïa.
El uniforme era ligero como el viento y más resistente que cualquier armadura de tarko o de minotauro; a la altura del pecho portaba dibujado un gran lagarto. Allí en Mors, los gigantescos lagartos iguánidos, una sorprendente estirpe de animales mágicos, seres superiores, eran compañeros ancestrales de los dîrus, como los mismos linces o lobos de los mágicos auris.
Tineâ, pese a su joven edad, era una experta guerrera y hechicera muy conocida en Mors. No pertenecía a organización alguna; al contrario, trabajaba a la vez para varias bandas. Por eso Kut, el dirigente de Novuk, clan criminal dedicado al pillaje y al crimen, antiguo general del ejército de Ariûm, el primer rey oscuro, le acusaba de traición. No obstante, los mercenarios de Mors, ya fueran dîrus o tarkos, acostumbraban a colaborar con más de un clan a la vez.
Por otro lado, la dîrus era muy hermosa, de raza blanca, pero piel morena, y rostro fino, pulcro, bello, atractivo. En el Reino Oscuro existían dos razas de brujos: los dîrus de piel cobriza, casi negra, como Elinâ, y los dîrus de piel blanca. Sus cabellos largos y sus cejas y pestañas eran de color rojo carmesí muy intenso, desmesuradamente llamativo; sus ojos rasgados, anaranjados, maravillosos. Acostumbraba a llevar las largas uñas de las manos y de los pies pintadas de negro, portaba cinco pendientes, algunos de aro, en cada oreja, y llevaba un tatuaje con una calavera en el antebrazo derecho. Respecto a su estatura, era similar a la de Elinâ, su compatriota de estirpe, y a la de la auri Valesïa.
La dîrus estaba inquieta.
Se desnudó y metió en la artesa.
El agua caliente la relajó mucho. Sin embargo, volvió a cavilar en el violento ataque de Urku y sus monstruos, y dedujo que se encontraba en serios problemas.
Por supuesto, no se equivocaba.
Elinâ
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2015
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