domingo, 29 de junio de 2014

Valesïa: PROTECTOR


 Entonces apareció Linx, el enorme lince con pinceles negros en las puntas de las orejas. Era igual que en sus sueños: su pelo era de color pardo amarillento con manchas oscuras y sus pobladas barbas, blancas. 
Surgió de entre los árboles y avanzó sigiloso hacia ella.
Valesïa sintió que se le aceleraba más el pulso y lo miró a los ojos. Unos ojos salvajes, mágicos y extraños, todo a la vez.
Quedó embelesada y le pareció que el tiempo se paraba, que todo el universo se detenía ante su encuentro. Había soñado muchas veces con el enorme felino, pero ya no estaba en un sueño, ahora estaba frente a él, y descubrió que ambos formaban parte de una única alma, de un único espíritu, pero en dos cuerpos distintos. También comprendió que ya nunca podría separarse de él. Sabía que había nacido para estar a su lado, hasta el día de su muerte.

He nacido para estar contigo,
protegerte, velarte.
Nuestra vida está ligada hasta la muerte,
que ni siquiera nos separará en el otro mundo,
el mundo de los muertos.
En el Edén volaremos juntos
durante toda la eternidad,
hasta el fin de los días.
Yo soy Linx, tu protector.


Capítulo 10 de la Primera Parte (Invasión)


Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

sábado, 28 de junio de 2014

Valesïa: ¡LIBRO A LA VENTA EN AMAZON!


Desde el 28 de junio de 2014, está a la venta en AMAZON la novela de literatura fantástica épica VALESÏA. Formato eBook (versión Kindle).

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viernes, 27 de junio de 2014

Valesïa: LLAMADA


Aquel día, Valesïa se levantó preocupada. Soñaba muy a menudo con el lince, pero los últimos días el sueño se había intensificado y cada vez era más «real».
«Ya conozco tu nombre: Linx», pensó. 
Ahora la llamada era evidente, fuerte, seguida y continua.

Luz irreal
que alumbra la noche,
eternamente oscura,
mágica y extraña.

Luz irreal
que alumbra mi cuerpo,
eternamente abrumado
de silencio y miedo.

Luz irreal,
llamada en silencio
Luz irreal,
llamada en sueños.




Capítulo 3 de la Primera Parte (Invasión)

Valesïa

Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

jueves, 26 de junio de 2014

J.R.R. Tolkien: EL SILMARILLION


El Silmarillion cuenta la historia de la Primera Edad, el antiguo drama del que hablan los personajes de El Señor de los Anillos, y en cuyos acontecimientos algunos de ellos tomaron parte, como Elrond y Galadriel... Una obra de auténtica imaginación, una visión inspirada, legendaria o mítica, del interminable conflicto entre el deseo de poder y la capacidad de crear.





martes, 24 de junio de 2014

Valesïa: CANCIÓN DE ENESÏA


La lluvia cesó y las nubes se marcharon, pero la oscuridad ya se había apoderado del bosque y el sol desapareció del horizonte. El tiempo pasaba rápido y luego se detenía. Se detenía y volvía a pasar rápido. Las ramas y las hojas ya no se movían. Los árboles parecían sólo lienzos grandes. Pinturas vivas que transmitían una magia lóbrega.
Siguió caminando por el sendero hasta que llegó a un claro. No sabía dónde estaba, ¿cuál sería el camino de vuelta? Se encogió de hombros.
Las voces retumbaron más fuertes en su cabeza. Eran cantos de alegría y de tristeza. Todo junto. Era la llamada.
Sonó una canción. Triste. Y el dolor se extendió.
Cantaba una mujer, una diva, una dama, en un idioma extraño ya ahogado en el tiempo, pero sabía a la perfección qué significaba.
Así era su traducción, aproximada, a la lengua común:

Enesïa, Reino de la Antigüedad,
tierra de las estrellas, de la luz, del sol
y de la luna plateada.

Tierra de leyendas, hazañas y traiciones,
de vida y muerte, luz y oscuridad.

De senderos olvidados y sombras oscuras
que se extienden como la muerte
 y exterminan la vida.

En oscuros nichos,
de viejas criptas, catacumbas, escondidas.
Entre polvo y huesos, se ocultan objetos poderosos.

Enesïa, Reino de la Antigüedad,
tierra de las estrellas, de la luz, del sol
y de la luna plateada.

Tierra de leyendas, hazañas y traiciones,
de vida y muerte, luz y oscuridad.


Capítulo 2 de la Primera Parte (Invasión)


Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

lunes, 23 de junio de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 31 (ULTIMO CAPÍTULO DE LA PRIMERA PARTE)



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 31 (ULTIMO CAPÍTULO DE LA PRIMERA PARTE)

31

Las casas rodeaban el pequeño templo que estaba ubicado en el centro de la aldea, como el sol del mediodía en el ancho cielo.

Valesïa y Linx se encontraban en lo alto de la colina, y, aunque todavía llovía, observaron la aldea con claridad. El poblado estaba compuesto de alrededor de veinte casas, construidas en piedra, y las calles estrechas caían en pendiente hacia el sur, donde fluían las aguas de la lluvia en torrentes improvisados y llegaban a un arroyo de cauce pequeño.

Las viviendas más septentrionales hacían linde con un bosquecillo de grandes árboles de hoja caduca, y la muchacha miró hacia allí.

—¿Ves algo que te llame la atención? —preguntó a su compañero.

«No», respondió el lince, «hay que acercarse más».

Sopló el viento y los cabellos de Valesïa se movieron libres y con violencia, tan bellos como un rojo amanecer. La muchacha auri volvió a mirar al frente, a la aldea, que distaba a tan sólo un kilómetro de distancia, poco más o menos.

—Podemos ir por la montaña —señaló con la mano—. Y desde el bosque hasta la aldea.

«El humo sale de las casas que hay más abajo», Linx no estaba seguro de que ése fuera el mejor plan.

—En efecto, pero no tardaremos nada en cruzar el poblado —insistió ella—. Es muy pequeño.

«Pero nos descubrirán fácilmente».

Era un riesgo que tenían que correr, ¿qué otras opciones tenían? 

«Ninguna», pensó la muchacha para sí misma.

—Si vamos en línea recta o por el sur también nos verán —dijo.

El lince no respondió, pero por la manera que miraba al frente, Valesïa supo que su mente no paraba de estudiar todas las posibilidades que tenían para llegar con éxito sin ser descubiertos.

El día se volvió más oscuro y empezó a llover más fuerte.

Valesïa miró otra vez a las casas, pero no vio nada anormal. La muchacha tenía una sensación extraña, y aunque estaba deseosa por averiguar quién vivía allí y continuar el camino hacia el sombrío y lejano Bosque Silencioso, también se encontraba muy tranquila y se impacientaba menos que antes, cuando era una mujer humana. No obstante, sentía en su interior una fuerza vital que la impulsaba a llegar salvajemente a su destino, como el depredador que ansía su presa. Ahora era una mujer auri, mitad humana y mitad felina.

«Tú irás por el norte», dijo el lince al final, mirándola fijamente a los ojos. «Y te harás invisible».     

La muchacha debía utilizar el amuleto.

—¿Y tú? —preguntó.

«Yo tardaré más en llegar, y tendrás que esperarme», indicó: «Por el bosque no puedo ir, sería muy peligroso, y lo más probable es que nos descubrieran. Tampoco por el camino del sur».

Valesïa asintió.

«Iré por el otro lado», siguió diciendo Linx: «Si te fijas bien, el terreno es complejo y hay muchas rocas donde puedo ocultarme».

Valesïa volvió a asentir con la cabeza. El lince tendría que bordear la aldea, primero por la zona meridional, luego virar hacia el norte y, al final, llegar por el oeste.

—¿Vamos ya? —preguntó.

«Sí, ¿para qué esperar?», dijo Linx. «Pero recuerda que tenemos que estar en continuo contacto mental. Cuando llegue, te avisaré, y sobre todo te prohíbo que entres sola en la aldea».

—De acuerdo —dijo la muchacha con una sonrisa—. No te preocupes.

«No cometas ninguna temeridad y todo saldrá bien».

Valesïa volvió a asentir.

—¿Dudas de mí? —preguntó con malicia.

«Tu corazón anhela aventuras y eso a veces es peligroso».

—No temas.

Luego Valesïa acarició con suavidad a Linx y percibió que el animal estaba nervioso como ella. Siempre que se separaban, por poco tiempo que fuere, les pasaba igual.

—No tardes mucho —dijo.

«Llegaré pronto», prometió el felino. «Tendrás que esperarme muy poco».

—De acuerdo —dijo la muchacha—. Sólo una pregunta.

«Dime», dijo el lince.

—¿Si nos encontramos con hombres, nos volvemos sin más?

«Sí, ningún humano debe vernos».

—¿Y si no son hombres?

Los ojos del lince resplandecieron.

«Nadie debe salir con vida de aquí», dijo. 

Después partió hacia el sur.

A Valesïa le pareció que corría muy rápido, como el azor en vuelo que depreda a un pájaro.




Pronunció en un susurro sólo tres palabras en idioma auri, mientras cogía el amuleto con su mano, y transformó sus ropas en su atavío ceñido de cuero negro acorazado —el mismo que utilizaba siempre—, pero ligero como el viento, que realzaba mucho su hermoso cuerpo. Completó el cambio con unos guantes y con unas botas cómodas para correr y luchar, si se diera el caso.

En el cinto portaba a Brillante —así había llamado a su espada— y colgados al hombro el arco y el carcaj.

—Esta espada fue forjada por los auris —le explicó la bruja blanca Marëlia cuando se la entregó—. Pocas espadas como ella existen en toda Enesïa.

—¿Qué nombre tiene? —le preguntó Valesïa mientras su corazón latía fuerte de la emoción.

—Nadie lo sabe, sólo los auris. Tendrás que ponerle uno —la eshïa pasó un dedo por la empuñadura. En ella había dibujado un Pegaso con las alas abiertas—. Éste es el símbolo de la Arealdïon.

—¿La Arealdïon? —La muchacha quedó impresionada—. ¿Qué hace esta espada aquí, en el bosque?

—Nunca sabemos dónde termina nuestro camino —dijo la bruja blanca, mirándola a los ojos.

Valesïa asintió.

—Además, la espada te pertenece —siguió diciendo la eshïa—. Tú eres la legítima propietaria.

—¿Yo? ¿Por qué? —preguntó la muchacha, sorprendida.

—Porque perteneció a Eïranior, capitán de la Arealdïon, y antepasado tuyo.

—¡Oh!

Luego la eshïa terminó diciendo:

—Hay muchísima magia en ella, y mira la hoja, «brilla» como las estrellas…

Se despidió de Karia acariciándole el cuello.

—Volveré pronto, preciosa —le dijo.

Luego avanzó a buen ritmo. Desde que se había convertido en auri corría más veloz y también resistía mucho más tiempo sin cansarse.

No se haría invisible hasta que fuera estrictamente necesario, ya que no llegaba a acostumbrarse a no poder ver su propio cuerpo.

Llegó al bosquecillo y avisó a Linx.  

«De acuerdo», dijo el lince. «Ocúltate y espérame».

—Vale —admitió ella, y a continuación bajó por el terreno mojado con cuidado, ya que estaba bastante resbaladizo y muchas rocas afiladas se ocultaban ante sus ojos, como las garras de un búho en plena noche.

«¿Has visto algo?», preguntó el felino.

—No, pero sigue saliendo mucho humo de las chimeneas.

«Más allá del arroyo hay varias carretas abandonadas. Lleva cuidado, es muy extraño», advirtió el lince.

—De acuerdo.

Estaba ya muy cerca de las casas y decidió hacerse invisible. Un resplandor la envolvió y cuando desapareció, la magia ya la protegía. Cuando llegó a la calle de tierra y lodo esperó la llamada de Linx. Mientras, observaba todo minuciosamente.

La calle bajaba recta y llegaba a un cruce, giraba a la izquierda y volvía a bajar hasta el templo. Todas las puertas y ventanas de las casas estaban cerradas y no vio a nadie por las calles desiertas.

—Está todo muerto —dijo.

«Ya me queda poco», indicó Linx. «Cuando te avise, camina hacia abajo».

—Muy bien.

Las casas eran más grandes de lo que le habían parecido desde la colina. Casi todas tenían una sola planta, pero algunas disponían de dos. Eran viejas y, aunque estaban bien conservadas, intuyó que algo malo pasaba en ellas. También percibió un olor extraño en el aire, un olor que no podía describir, pero que a la vez era raro y siniestro.

A su izquierda, a pocos metros, había unos establos. Fijó la mirada en las puertas de madera y dio un paso sin hacer el más mínimo ruido, como si sus pies volaran, y luego otro más.

Caminó despacio y concentrada en su destino cuando de pronto se escuchó un golpe atronador que la hizo pararse en seco. Se sobresaltó, con el corazón palpitándole con violencia en el pecho. Giró rápidamente a su derecha como una centella, pero no vio nada anormal: todo seguía igual. Se culpó interiormente por no haber estado atenta.

—Linx —llamó al felino.

«He escuchado algo, ¿qué ha sido?», preguntó el lince.

—¿Has llegado ya? —Linx debía de estar ya cerca.

«Sí, ahora mismo, ¿qué ha sido el ruido?», repitió.

—No lo sé, creo que una puerta al cerrarse, aunque no estoy segura.

Mantener contacto mental e intercomunicarse con el lince la tranquilizaba.

«¿Qué has visto?».

—Nada, no hay nadie a la vista —dijo—. Aquí arriba hay un establo, pero está abandonado.

«Camina con cuidado y ten preparada tu espada».




Valesïa dejó atrás el templo y continuó caminando con cautela. Miró a las viviendas. Tenía una extraña sensación de que alguien la observaba desde las sombras. 

Desenvainó a Brillante. El contacto con la espada también hacía que ésta se volviera invisible. Todos los pequeños objetos o prendas que tocaba o llevaba puestos se volvían invisibles.

Las calles eran estrechas y viejas. Estaban sucias. Los olores que le llegaban también eran desagradables. ¿Qué estaba ocurriendo?

Cuando llegó más abajo observó un movimiento a su derecha y se preparó para el ataque.

«No te preocupes», dijo Linx.

—¿Cómo sabías que era yo? —preguntó la muchacha auri, sorprendida—. ¿Puedes verme?

El lince apareció al doblar la esquina de la calle.

«No, pero te huelo», dijo sencillamente.

Valesïa sonrió.

—Aquí hay algo malo —aseguró la auri. 

Luego asió su amuleto y se hizo visible.

«Sí, yo también lo presiento», afirmó el felino, tenso, y con las orejas erguidas.

Todo estaba en silencio, pero el humo de las chimeneas seguía saliendo sin interrupción hacia el cielo negro de tormenta.

—¿Quién vivirá en ellas? —La muchacha se dirigió a una casa.

De pronto se oyó una fuerte explosión y la puerta de la vivienda se hizo añicos, saltando miles de astillas de madera por los aires. Valesïa, aun sin comprender qué pasaba, se protegió con una resistente barrera mágica que invocó de inmediato, pero salió despedida por los aires y cayó a varios metros de distancia de la fachada de la vivienda. Por fortuna la explosión sólo le ocasionó pequeñas lesiones. Linx no sufrió ninguna.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó, aturdida.

El lince corrió hacia ella.

«¿Cómo estás?», se interesó al instante.

—Bien —dijo la muchacha, y se incorporó sin dificultad. Sólo tenía algunos arañazos en la cara.

«Vamos, rápido», dijo el felino. «Tenemos que salir de aquí».

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

«No preguntes, sígueme».

Valesïa obedeció, pero cuando los dos compañeros se disponían a dar media vuelta, vieron las espeluznantes caras de los monstruos que ya habían tomado posiciones: los tarkos y los minotauros bloqueaban todas las calles.

Los monstruos llevaban espadas, cadenas y mazas con pinchos en las manos, amenazantes y gruñendo, dejando ver sus colmillos largos y sucios, caminaron hacia ellos. Detrás estaban los dos peligrosos dîrus: un gran brujo y su aprendiz.

Castrum ya no era un reino seguro.

El enemigo se había extendido rápidamente tras la Invasión.



Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

domingo, 22 de junio de 2014

Reinos Olvidados: NEVERWINTER (LIBROS)


Serie del escritor estadounidense R.A. Salvatore, compuesta por cuatro tomos: Gauntlgrym, Neverwinter, La garra de Charon y El ultimo portal.







Las novelas pertenecienten al mundo de Reinos Olvidados.



viernes, 20 de junio de 2014

Reinos Olvidados: TRANSICIONES


Serie del escritor estadounidense R.A. Salvatore, compuesta por tres tomos: El rey Fantasma, El rey Pirata y el rey Orco.


Las novelas pertenecientes al mundo de Reinos Olvidados.



jueves, 19 de junio de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 30



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 30

30

Antes de llegar al río Magno se encontró con un destacamento de, aproximadamente, treinta tarkos tarkkeeum.

Los tarkkeeum habían capturado a varios caballos, que no paraban de relinchar, y que ataron a los árboles. Flîc miró el escudo que había en la silla de montar: pertenecían a la localidad de Tares, una pequeña ciudad, de no más de dos mil habitantes, de la región de Zurion, bastante alejada de Bastión hacia el este.

El hombre esperó a que llegara la noche. Caminó con sigilo en la oscuridad y degolló a un centinela.

Después se arrastró por el suelo y llegó hasta los equinos, que intentó tranquilizar en vano, y con su daga soltó las cuerdas de uno de ellos que lo sujetaban a un árbol.

No le dio tiempo para liberar a los demás equinos. Montó apresuradamente, el animal se movió inquieto y estuvo a punto de tirarlo al suelo, pero en el último momento recuperó el equilibrio y se mantuvo seguro encima del caballo. Le habló al oído, con su voz humana, y el animal se tranquilizó.

Sin pensarlo dos veces espoleó al caballo para emprender la huida a toda velocidad, pero entonces apareció otro monstruo, un tarkkeeum corpulento que también hacía guardia. El general desenvainó la espada, lo decapitó fácilmente y se dio a la fuga.
A lo lejos, en la noche silenciosa, tétrica, oyó los gritos escalofriantes de los tarkkeeum y no aminoró la marcha hasta que el caballo quedó agotado.

«¡Malditas bestias!», pensó Flîc.

Así pasó los días siguientes, caminando por un océano negro de tarkos y minotauros, alejándose cada vez más de su ciudad. De día se ocultaba en las montañas bajas que hallaba en el camino y descansaba unas horas, y por la noche cabalgaba sin parar.

Una noche se detuvo para que descansara su caballo y escuchó la voz ronca de dos monstruos que discutían.

Saltó con cuidado al suelo, caminó hasta una roca grande y miró.

Dos tarkos asaban una liebre en un fuego pequeño. Escudriñó el entorno y no vio ningún otro monstruo.

Los tarkos empezaron a reñir.

—Se va a quemar —afirmó uno.

—¡No, un poco más! —dijo el otro casi con un chillido.

Flîc caminó, sigiloso, hasta ponerse detrás de las bestias y sacó la espada.

—¡Te digo que se va a quemar, idiota! —gritó el primero.

—¡Déjame! —exclamó su compañero gruñendo como un animal, desenvainando un cuchillo del cinto, que relució con la luz del fuego.

—No me das miedo.

El hombre siguió adelante, despacio, mientras que los monstruos no se percataban de su presencia.

—La carne todavía está cruda —se quejó el tarko.

—Como esté quemada, te arrancaré el corazón y lo asaré yo mismo.

El otro monstruo se limitó a gruñir otra vez.

Flîc estaba ya muy cerca, a menos de dos metros. Las sombras de la noche lo protegían.

—¿Crees que no seré capaz?

—No creo que puedas.

Entonces el hombre hizo un movimiento fulminante con la espada y la cabeza de uno de los monstruos, el que empuñaba el cuchillo, rodó por el suelo.

—¿Eh? —dijo el otro tarko, sacando su espada—. ¿Qué pasa…?

El monstruo vio el yelmo de calavera de Flîc, de la Orden del Tarkkeeum, enmudeció y se arrodilló en el suelo, suplicando clemencia por su vida.

—Sólo hemos cazado un conejo, mi señor —lloriqueó el monstruo—. Teníamos mucha hambre, mucha.

Flîc movió otra vez su arma y desarmó al monstruo con facilidad. El tarko ni siquiera intentó coger su espada. Sabía que, si se resistía, el tarkkeeum no tendría compasión y acabaría decapitándolo como a su camarada.

—Por favor, mi señor; por favor, no me matéis, os lo suplico…

—¡Cállate! —exclamó el hombre. 

El tarko lo miró confuso. Esa voz no era de un tarko sino de un humano.

—¿Quién eres? —preguntó el monstruo, sorprendido—. Tú no eres un tarkkeeum, ni siquiera un tarko.

—Soy un hombre que te decapitará igualmente si no contestas a sus preguntas.

—Sí, sí, sí… —asintió el monstruo, limpiándose los mocos de la nariz con una mano, meneando rápidamente la cabeza y forzando una sonrisa falsa, traicionera.

—¿Qué ha sucedido en Zurion? —preguntó Flîc.

El monstruo no entendió la pregunta y se encogió de hombros.

—¿Qué ha sucedido en Zurion? —repitió Flîc, y le pinchó con la punta de la espada en el cuello. El monstruo se quejó de dolor.

—Sí, sí, sí, mi señor. 

El monstruo comprendió que Flîc no era un legionario de allí, y dijo: 

—La ciudad ha sido devastada.

—¿Y los hombres?

—Los hombres, exterminados.

—¿No ha sobrevivido nadie?

El monstruo negó con la cabeza.

—Los han sacrificado a todos, mi señor —dijo, y volvió a sonreír falsamente—. A todos.

Flîc lo miró con repugnancia.

De repente el tarko movió su mano derecha y surgió un destello.

En un último instante, el general vio la daga que el monstruo empuñaba y que había ocultado entre sus ropas.

El tarko le lanzó el arma, pero el hombre fue rápido, y aunque evitó que le destrozara el corazón, se clavó en su brazo izquierdo. No obstante, rebanó fácilmente la garganta del monstruo, como el que corta un trozo de pan tierno con un cuchillo afilado. El tarko cayó al suelo con las manos en el cuello y murió desangrado agónicamente.

—¡Maldito seas! —exclamó el hombre mientras tocaba la empuñadura de la daga que tenía clavada en el brazo.

Se tambaleó un poco y se dejó caer al suelo. Cogió una rama dura de un árbol que había cerca, abrió la visera y la apretó con los dientes. No tenía mucho tiempo y empezó a sentirse mareado.

«Maldito», pensó. «La herida es profunda».   
   
Luego asió fuerte la daga con su mano derecha y la extrajo con un movimiento rápido y violento. La rama se le partió en la boca, se cerró bruscamente la visera del yelmo y empezó a gritar de dolor.




Le dieron patadas en las piernas e intentó levantarse, pero desafortunadamente no pudo.

—¡Quieto! —ordenó alguien.

¡Era una voz humana!

El corazón le dio un vuelco. Quiso hablar, pero no le salían las palabras. Tenía la boca paralizada. El dolor del brazo era espantoso y la cabeza le daba vueltas.

—Se está despertando, mi capitán —dijo otra voz.

El general ladeó un poco la cabeza y entre la abertura del yelmo distinguió a unos seis hombres de pie, frente a él. ¡No podía creerlo!

Eran legionarios que iban protegidos con armaduras y espadas largas, y que se habían quitado los yelmos. En el pecho portaban el dibujo de una orca coronada, el emblema de Zurion, el mismo que el de Puerto Grande, y junto a la orca había un puño sujetando una espada: la insignia de Tares, el mismo emblema que había en las sillas de los caballos capturados por los tarkkeeum.

Un hombre se le acercó y desenfundó la espada.

—Acabemos de una vez —dijo.

Flîc intentó hablar otra vez, pero no pudo. ¿Qué diablos le ocurría? Las palabras se negaban a salir de su boca y supuso que el cuchillo del tarko estaría envenenado. Ésa era una táctica habitual que empleaban los monstruos, llevar armas envenenadas.

Después de todo el sufrimiento que había padecido para llegar hasta allí, y al final acabaría asesinado por un hombre.

Lo veía todo como a cámara lenta. El veneno le quemaba ahora el brazo.

El capitán levantó la espada y se preparó para cumplir con su obligación, pero entonces alguien dijo:

—¡Un momento, mi capitán! —gritó una mujer legionaria en el último segundo.

El hombre bajó la espada.

—¿Qué sucede? —preguntó.

La mujer se acercó más.

—¡Mirad la sangre del brazo! —dijo sin apartar la mirada de la herida.

—¿Qué pasa con la sangre?

—No es… negra.

—¿Cómo?

Los hombres murmuraron y, antes de que el general se sumergiese en un sueño oscuro, le quitaron con cuidado el yelmo de tarkkeeum que portaba.

—¡Es un hombre! —exclamó un legionario.

—¡Rápido! —ordenó el capitán—. ¡Hay que llevarlo pronto ante Onnïs, o morirá!



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