jueves, 15 de mayo de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 13



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 13

13

Durante el viaje, Valesïa contempló, asombrada, los paisajes bellos y espectaculares que se ocultaban en el bosque.

Al dejar atrás el refugio Doëmi del sur del bosque, continuaron por el margen izquierdo del río Tar, como había dicho Linx, y más al norte cruzaron el río por un puente viejo de piedra. A partir de ahí se adentraron cada vez más en el bosque.

Los grandes árboles, de dura corteza marrón y finas hojas verdes, movían ligeramente las ramas a su paso, como si saludaran con brazos largos e interminables, y otra vez sintió la gran fuerza que emitía el bosque.

Cruzaron arroyos pequeños de agua cristalina e hicieron noche en otro refugio suik. Éste era más pequeño que el primero, pero estaba más oculto.

—Hay muchos arroyos —dijo la muchacha.

Cada vez le gustaba más el bosque, era muy hermoso.

«Algunos nacen en los Montes del Tar y fluyen hasta aquí», explicó el lince. «Pero la mayoría brotan de las mismas piedras del bosque».

Al día siguiente, con la alborada, se pusieron otra vez en camino.

Cabalgaron a muchísima velocidad entre un laberinto de senderos que se estrechaban y se agrandaban, sin parecer tener fin, y llegaron a Arcânia en el tiempo previsto. Valesïa se encontró con una ciudad gigantesca, mucho más grande que la propia Mür.

—No hay murallas —observó.

«Aquí no hacen falta», respondió el lince.

La muchacha percibió una fuerte barrera invisible que protegía la ciudad, y comprendió a qué se refería el felino.

—Hay una barrera mágica —susurró, alzando las manos.

«Nosotros podemos pasar, vamos», dijo Linx, lanzándose adelante, y Valesïa reanudó la marcha y le siguió, decidida.




Entraron en la ciudad.

Aparecieron miles de casas de piedra, muchas de varios pisos y otras sólo de planta baja. También había muchas casas de madera colgadas de los árboles y varias torres altísimas, inmensos obeliscos que terminaban en punta y se perdían en el cielo como estrellas al llegar la luz del día. La ciudad estaba arraigada al bosque y era parte del él.

No había hombres, naturalmente, pero sí diferentes seres extraños, a ojos de Valesïa, que caminaban por unas calles antiguas y adoquinadas. Los moik, por ejemplo, eran magos de piel morada, cubiertos con atuendos extravagantes, con ojos raros y rostros alargados. Había muchísimos suik y otros seres todavía más pequeños, que tenían enormes ojos redondos, demasiado desproporcionados en comparación con sus cabezas. Pero Valesïa se sorprendió al ver a los dem.

—¡Hombres árboles! —exclamó.

«Se llaman dem», dijo el lince.

Los dem medían más de dos metros de altura; algunos, tres. Andaban muy despacio, como a cámara lenta. Sus cuerpos de madera, como sus hermanos los árboles, estaban cubiertos de ramas y hojas incluidas, y en sus cabezas tenían unos ojos penetrantes.

«Todos son desconocidos para ti», dijo el lince.

Valesïa afirmó con la cabeza.

—Son muy extraños —dijo. 

Tag le había explicado que, en el pasado, el bosque estaba habitado por otras criaturas muy diferentes a los hombres, pero nunca hubiera imaginado que fueran así.

«Algunas ya las conoces», afirmó el lince mientras las alias diminutas, las pequeñas hadas del bosque, volaban a su alrededor.

—Sí —dijo ella, sonriente.

Luego siguieron caminando.

La ciudad estaba bastante poblada, pero había muchos edificios cerrados. Como era natural, la marcha de los auris afectaba demasiado.

Valesïa notó que las criaturas se giraban y se apartaban a su paso para mirarla con caras de asombro.

«Aunque aquí tú eres la extraña», dijo el felino.

—Eso parece —asintió la muchacha—. ¿Hacia dónde vamos ahora?

«A la Casa del Bosque, donde se ve la torre más elevada».




Cruzaron la ciudad y llegaron a la torre.

Desde cerca, Valesïa observó que era muchísimo más alta de lo que le había parecido en un principio. Las puertas eran grandiosas y estaban abiertas. Nadie vigilaba la entrada.

—¿Quién hay ahí dentro? —preguntó la muchacha.

«Los gobernadores de la ciudad», indicó el felino, «reunidos en consejo».

—¿Consejo?

«En efecto. Forman el Aerïlon o Consejo de Sabios».

—Aquí tampoco hay guardias.

«No».

Valesïa dejó suelta a Karia, y entró con Linx al interior de la torre; los seres más poderosos de Arcânia, la Ciudad Secreta, ansiaban su llegada.

Llegaron a un gran vestíbulo donde multitud de lienzos, con extraordinarias imágenes de auris, animales poderosos, y otros seres mágicos, decoraban las paredes. Los cuadros mostraban a auris con arpas, rodeados de árboles mágicos de bosques antiguos, otros enfundados en relucientes cotas de malla de colores intensos, armados con poderosas espadas y muchos acompañados de sus protectores linces.

La muchacha clavó la mirada en una auri de cabellos largos y claros, sentada sobre la hierba y con la espalda apoyada en un árbol gigantesco, que tocaba un instrumento musical parecido a un arpa, pero bastante más grande. Envuelta con un vestido blanco, dejaba al descubierto una larga y fina pierna atractiva.

—Qué bonitos… —dijo en voz baja mientras detenía la mirada en un hermoso dragón que volaba en un cielo rojo.

«En la torre hay cientos», dijo el lince —mentalmente— y añadió: «Los auris son grandes artistas».

—Impresionante. ¡Los auris! —no tenía palabras para describir lo que veía—. Deben ser muy antiguos.

«Por supuesto…».

—¡Mira éste! —exclamó Valesïa, sorprendida. 

Le pareció el cuadro más viejo del vestíbulo, tal vez de toda la torre o del reino. El marco se había resquebrajado en su parte superior y parecía como si en cualquier momento fuera a estallar y a caer al suelo. El pintor había dibujado a una mujer auri vestida con ropajes elegantísimos de color crema, casi blancos. El fondo del cuadro era una pared oscura con una especie de mosaico granate con la forma de una torre inmensa. 

—¡Oh, dioses!

«Es una torre auri», dijo el lince, «pero en el bosque no hay ninguna así».

Ella lo miró con asombro y giró otra vez la cabeza hacia el cuadro. La dama auri, de largo pelo negro azabache, tenía extendido el brazo izquierdo y con los dedos de la mano sostenía una cadena carmesí que terminaba en un amuleto que conocía bien: el Corazón de Enëriel. En su pelo lucía una sencilla corona.

Pero eso no fue lo que más asombró a Valesïa. El rostro de la mujer auri era demasiado parecido al suyo para ser una simple coincidencia.

—Mi cadena y mi amuleto.

«Es muy antiguo», le recordó el lince.

—Pero ¿cuánto de antiguo? —se preguntó Valesïa, confusa, mientras le daba vueltas la cabeza—. Mira su cara —dijo.

«Es verdad», Linx pasó la mirada del cuadro a la muchacha, y viceversa, «tenéis un parecido asombroso».

—Es extraño.

Un suik llegó por detrás con sigilo, sin hacer el más mínimo ruido.

—Os esperan —dijo, bajando la cabeza, a modo de saludo y subordinación.

La muchacha se sobresaltó.

—Ah, sí, sí —titubeó, nerviosa. 

El lince ni se inmutó.

Luego el pequeño hombrecillo dio la vuelta y enseguida desapareció.

«Algún día tendremos respuesta al enigma», dijo el felino.

—Eso espero —ratificó Valesïa.

«Vamos, tenemos que llegar arriba».




La muchacha le siguió.

Todavía le daba vueltas la cabeza cuando se cruzaron con cuatro suik, que les saludaron educadamente, antes de entrar en otra habitación más pequeña, de donde empezaron a subir una escalera de caracol interminable que los llevó a los pisos superiores.

Valesïa ya había perdido la cuenta de cuántos pisos llevaban, y empezaba a notar el cansancio, cuando llegaron al último. Luego siguieron caminando por un pasillo ancho y largo.

—Desde fuera la torre no parecía tan ancha —reconoció.

«Aquí dentro cambia el tiempo y la dimensión», dijo Linx.

Al final llegaron a una pequeña, pero lujosa estancia. En el centro había una mesa rectangular y cinco personas sentadas alrededor que aguardaban la llegada de los dos compañeros. En el lado derecho se encontraban un suik y un thin. Los thin eran los seres que habían visto en las calles de la ciudad, más pequeños todavía que los suik. El ser no llevaba ropas. Tenía todo el cuerpo cubierto de un pelo largo y marrón, y dos ojos grandes en una cara semejante a la de un primate. Le pareció muy gracioso, pero también inteligente.

En el lado izquierdo había uno de los dem, un hombre árbol, y una eshïa, una bruja blanca. La eshïa tenía ojos de color naranja y la piel, blanca como la bruma. Vestía ropas coloridas que apenas cubrían su cuerpo. Su estatura era semejante a la de una mujer humana, y Valesïa se impresionó con su asombrosa belleza.

Finalmente, un moik presidía la mesa. 

«Hola, Linx», dijo el moik —mentalmente— y luego miró a Valesïa.

—Bienvenida, dama Valesïa, a la ciudad de Arcânia, capital del Bosque de Auriesïs, el que tú conoces en la lengua común como Bosque de Mür. Es un honor para nosotros tenerte aquí.

—Hola —dijo ella, tímida.

—Me llamo Ureniön, y soy un moik, un mago del bosque —explicó—. Te presento a mis compañeros, Inik y Tingo —dijo, señalando al suik y al thin. Ambos inclinaron la cabeza, saludando, y Valesïa hizo lo mismo—, y por aquí, Marëlia y Ot —volvió a señalar, esta vez a la eshïa y a uno de los dem, y repitieron el saludo—. Ya sé que estarás cansada, pero el tiempo apremia y debemos explicarte algo de gran importancia. Puedes sentarte —dijo con amabilidad, pero también con autoridad.
Valesïa se sentó en la silla que quedaba libre. Linx permaneció a su lado, sin apartarse ni un centímetro de ella.

Sintió que el cansancio se apoderaba de su cuerpo, pero permaneció atenta.

—Bueno, me imagino que sabes por qué estás aquí —empezó diciendo el mago.

—Por mi unión con Linx —eso era evidente—, ¿qué si no?

—En efecto —asintió el moik—. Aunque es más que una simple unión. Con el tiempo lo entenderás. —Después de su primer encuentro con el felino, Valesïa pensaba que ya lo había entendido bastante bien, pero no abrió la boca y dejó que el mago del bosque siguiera hablando—. Eres la única protegida en toda Enesïa. Esto no ocurría desde hace muchísimos años y, por tanto, es un acontecimiento extraordinario que nos satisface y, en cierto modo, nos da esperanzas de victoria en los tiempos difíciles que vivimos.

«Vivimos en tiempos agitados», pensó Valesïa, recordando la frase que había dicho Tag.   

—Exacto, vivimos en tiempos agitados —expuso Ureniön. La muchacha se sobresaltó—. Eso te dijo mi amigo Tag, y tiene razón, por supuesto. —Valesïa pensó que Tag tenía muchos secretos, demasiados.

—Ya conoces la existencia de Herénia, la espada mágica.

—La espada del rey auri Eäliadel —dijo ella, afirmando con la cabeza.

—En efecto. —Al mago del bosque se le dibujó una sonrisa en la boca—. Un arma forjada con fuego divino.

El tiempo se paró de golpe y todo ocurrió muy despacio, a cámara lenta, y a su mente llegó la dulce voz de la diva…

… En oscuros nichos,
de viejas criptas escondidas.
Entre polvo y huesos,
se ocultan objetos poderosos…

Sonó otra vez el verso y luego toda la canción desde el principio.

Miró a los seres. Eran seres superiores, mágicos como Linx, o como los lobos negros o los dragones o las impresionantes águilas. Y estaban tan cerca de Mür. Tan cerca de su ciudad natal. 

«Ellos también la escuchan», pensó.

Sus rostros eran extraños. Mucho.

Le clavaron la mirada y se sintió sola y desprotegida. Luego, Linx rozó su pierna y todo volvió a la normalidad.

«Sólo ha sido una alucinación», dijo el lince. «Estoy aquí, contigo».

—Sí.

«¿Estás bien?».

—Sí —repitió la muchacha—. No te preocupes.

—El poderoso amuleto que portas —siguió diciendo el mago, escrutándola con la mirada —representa el dolor de la reina Enëriel, esposa de Eäliadel. —Valesïa estaba asombrada, pero volvió a asentir con la cabeza.

—Pero aún no conoces toda la historia…

—Los motivos —dijo la eshïa Marëlia. 

Habló suave y la muchacha percibió que la bruja blanca era un ser poderosísimo.

—Todo empezó mucho antes de comenzar la Edad Nueva.

El moik comenzó a hablar y Valesïa, a escuchar. Cuando la muchacha no entendía algo, lo cortaba para que se lo explicara, cosa que hizo a menudo. Los demás también participaron, aunque en menor medida.

El moik y sus compañeros le contaron muchas cosas, y el tiempo volvió a pasar más lento. Ariûm, el rey Oscuro, el auri que un día fue amigo y alto consejero del rey Eäliadel, traicionó sus ideales, asesinó a su rey y renunció de sus dioses. Todo a cambio de una larga vida eterna.

Nedesïon, el poderoso Señor de las Tinieblas, hijo del mismo Dios Supremo Asërion, lo guiaba por un camino oscuro de muerte, y lo instaba a la conquista de Enesïa. Una enâi, de nombre Sirinea, le entregó la espada mágica Dolor, forjada en el Averno, que tenía vida propia y con la que debía alcanzar su propósito. En su trono de Morium había esperado más de un milenio hasta ese día aciago que estaba muy próximo.

Nadie podía remediarlo, nada podía impedirlo.

—¿Hay forma de pararlo? —preguntó la muchacha, conmovida y también asustada. Recordó sus sueños de Muerte: los tarkos, los dragones y los brujos con sus ojos tenebrosos y sus sombreros extravagantes.

—No —dijo Inik, el suik, negando con la cabeza.

—Pero hay una manera de vencerlo —dijo Tingo, el pequeño thin.

—Herénia —informó Marëlia.

—Pero no sabemos con exactitud dónde se encuentra...

—¿Y qué podemos hacer nosotros? —preguntó Valesïa sin comprender todavía qué querían de ellos. Habló con brusquedad y todos se volvieron para mirarla.

«Encontrarla», reveló Linx.

—Herénia no es una espada normal, sólo la pueden empuñar los auris —dijo el moik—. Y es la única arma que puede acabar con la vida de Ariûm y transportarlo al Averno.

—Sigo sin comprenderlo, yo soy humana —dijo Valesïa, moviendo la cabeza. Seguía muy confusa.

—Que seas humana o auri no tiene que preocuparte ahora —continuó el moik—. Eres la primera «protegida» en muchos siglos, y este hecho es incuestionable —todos asintieron—. Sois los elegidos por este Aerïlon, nuestro Consejo milenario en el bosque, y pronto viajaréis hacia el Bosque Silencioso.

—Allí está la espada —dijo Ot. 

Su voz sonó fuerte, pero muy despacio.

—El Bosque Silencioso —repitió la muchacha para sí. Sabía que ese bosque se encontraba bastante lejos, en el otro lado del reino—. Pero no podré empuñarla, ¿todavía no entendéis que yo no soy auri?

—Podrás —aseguró con firmeza Ureniön, zanjando el asunto—. Luego la llevaréis al norte —siguió diciendo—, más allá de Enesïa y del reino securi.

«Al Bosque Eterno», señaló el lince.  

—Al reino de los auris —dijo Marëlia.

Valesïa notó cómo el pulso se le aceleraba.

—Dentro de cuatro días iniciaréis el viaje —dijo Inik—. En esta misma torre podéis descansar.

—Así lo ha decidido este Consejo —sentenció el moik, el presidente del Aerïlon—, y por tanto «nuestra ley» os protege.

—¿Qué haremos con la espada en el Bosque Eterno? —preguntó la muchacha, totalmente insegura.

—Se la entregaréis al rey auri —dijo Ureniön, sin darle más explicaciones.





Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

2 comentarios:

  1. Al contrario que el capítulo 12, este me ha encantado. Tiene de todo: el pueblo parece milenario, las fantásticas razas, los cuadros, la historia, el consejo... en fin, que me ha gustado mucho, sobretodo las razas.

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